domingo, 27 de marzo de 2016

REFUGIO: CAPITULO 7




Se mantuvieron en silencio todo el viaje y cuando llegaron a casa, el abuelo estaba en el porche hablando con el sheriff— Vete a tu habitación. — dijo Pedro saliendo a toda prisa.


Se mordió el labio inferior y tomando aire salió de la camioneta viendo como Pedro subía los escalones del porche. Los hombres estaban en silencio —Buenas tardes, sheriff.


—Paula…—el sheriff la saludó, llevándose una mano al sombrero.


—Nena, a la habitación. — Pedro le hizo un gesto con la cabeza indicándole la puerta y el abuelo asintió dándole la razón.


Entró en la casa y cerró la puerta lentamente — ¿Qué ocurre? — preguntó Pedro después de unos segundos.


Paula se acercó a la ventana sin hacer ruido.


—¿Has leído el periódico?


—He visto el titular.


—Me ha llegado un aviso de la policía de Nueva York buscando a Elisa Winston. —a Paula se le cortó el aliento— Y no te lo vas a creer. La acusan de asesinato.


—La están buscando para ponerla de cebo y pillar a Falconi.


—Eso está claro. ¿Y adivina qué ha pasado esta mañana?
Pedro suspiró— Me lo puedo imaginar. Lorena ha ido a verte. —Paula abrió los ojos como platos.


—Sí, pero el problema es que primero ha hablado con mi ayudante. Melisa no es tonta y en cuanto hurgó un poco, supo lo que estaba pasando. He tenido que informarla de todo.


—Bueno, entonces todo va bien.


—Habla con Lorena antes de que busque más problemas. —dijo el sheriff muy serio —Está despechada y una mujer despechada es peligrosa.


—Hablaré con ella.


Pedro…— dijo el abuelo muy serio— deberías decirle que no te vas a casar con ella. Cada vez está más insoportable.


—Lorena sabe que no estaré nunca con ella. Es un capricho.


—Un capricho que ya dura demasiado tiempo. — dijo el sheriff serio — Imagínate que cuelga algo en la red. Que tú no tengas Internet, no significa que el resto del mundo viva aislado. Y el mundo ahora es mucho más pequeño.


—¡Lo solucionaré!


—Hasta que no te cases y vea que es imposible, no lo dejará. —dijo Armando. Paula no había escuchado los pasos del padre de Pedro.


—Hablaré con ella. Ayudarme a descargar para que pueda largarme. — escuchó la voz de Pedro cerca de la puerta y ella se alejó a toda prisa entrando en su habitación. Se sentó en la cama mirando a la puerta, cuando escuchó el chirrido de la puerta exterior. Los tacones de las botas de Pedro llegaron hasta su habitación. Cuando le vio aparecer vio claramente que estaba preocupado. —Voy a salir. Armando se queda contigo.


Asintió mirándole y Pedro suspiró entrando en la habitación —Lo voy a solucionar.


—¿Tienes algo con ella?


—¡Si tuviera algo con ella, no llevaría tres meses sin echar un polvo!


—¡A mí no me grites! — exaltada se levantó de la cama enfrentándolo—¡No es culpa mía que tú tengas una admiradora!


—¡No es una admiradora! ¡Es una vecina!


—¡Una vecina muy pesada y muy mona!


La miró asombrado— ¿Estás celosa?


—¿Estás loco? ¡Te conocí ayer! ¡No dejas tanta huella! — furiosa se dio la vuelta y fue hasta la cocina donde el sheriff, el abuelo y Armando escuchaban la conversación descaradamente— ¡Se va a descongelar el helado!


El abuelo salió a toda prisa. El Ryan dejó la bolsa que llevaba en los brazos— Creo que es mejor que me vaya. Voy a hacer la ruta.


—¿No quiere tomar nada, sheriff? ¡Así podrá enterarse del resto! — dijo furiosa empezando a sacar las cosas de las bolsas.


—Me enteraré otro día. —dijo divertido —Seguro que habrá más episodios.


El abuelo entró en casa con una bolsa y sacó la caja de preservativos mirándola para saber qué era, sonrojándolos a Pedro y a ella —Es un alivio ver que estáis preparados. — dijo el sheriff divertido — Os llamaré.


—Dame eso. — dijo Pedro arrebatándole la caja al abuelo que sonreía divertido, mostrando todas sus arrugas.


Armando se echó a reír a carcajadas mientras Paula no sabía dónde meterse de la vergüenza, así que abrió la puerta de la nevera para guardar los productos, casi metiéndose dentro.


—Tengo hambre. — dijo el abuelo haciéndola sonreír y salir de su escondite — Quiero un sándwich.


Pedro levantó los brazos tirando la caja sobre la mesa— Me largo.


—¿Y? — preguntó ella levantando la barbilla.


—Pues que me voy.


—Pues adiós.


Exasperado se acercó cogiéndola por la cintura y sacándola de la cocina. El abuelo y Armando sonrieron divertidos, mientras que Pedro la apoyaba en la pared del pasillo mirándola a los ojos— Me voy.


—Vale—dijo sin aliento mirándolo a los ojos.


—Ahora dame un beso de despedida.


Ella acarició su cuello y sus ojos bajaron hasta sus labios. Él abrió los labios con la respiración entrecortada— Joder, Paula. — dijo antes de atrapar su boca besándola intensamente. Gimió en su boca despeinando su cabello desesperada por más y una de sus piernas rodeó su cadera apretando su pelvis contra él. Pedro gimió llevando sus manos a su trasero.


— ¡Tengo hambre! — gritó el abuelo.


Pedro separó su boca lentamente y descansando su frente en la suya suspiró— Mierda, tengo que irme.


—Sí— susurró sin separarse.


—Nena, vuelvo enseguida.


—Sí. —apretó su cadera a él sintiendo su excitación— No tardes.


—¡Quiero un sándwich!


Puso los ojos en blanco y Pedro sonrió soltándola. Cuando llegaron a la cocina Armandoy el abuelo estaban sentados en la mesa de la cocina tomando una cerveza que debía estar caliente.


—Ya voy.


—Besuquearos fuera de la hora de las comidas. —refunfuñó el abuelo antes de beber de su lata.


—¿Habéis sacado todo del coche? — preguntó cogiendo el pan de sándwich— Yo aquí no veo ni la mitad.


Resignados se levantaron saliendo de la casa mientras Pedro les seguía divertido— Se está volviendo una mandona. — dijo el abuelo.


—Pues acaba de llegar. — dijo Armando irónico.


Paula sonrió sacando la mayonesa y les hizo unos clubs sándwich. Cuando volvieron ya los tenían sobre la mesa y abrieron los ojos como platos al ver sus sándwiches triples.


— Bueno, podemos dejarla mandar un poco. —dijo el abuelo divertido.


—Claro que sí. Podemos hacer que la escuchamos como hacíamos con mamá.


—Increíble. — dijo Paula para sí guardando el brócoli.






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