domingo, 13 de marzo de 2016

¿NOS CASAMOS?: CAPITULO 7





—Disculpe, señorita, ¿podría decirme la hora?


Paula estaba tan concentrada en guardar la tableta en su mochila que no oyó a nadie acercarse. Se sobresaltó cuando oyó a un hombre hablarle. Su voz era profunda, indiscutiblemente sensual, y su acento era británico. Con el corazón acelerado, levantó la mirada, sabiendo ya a quién iba a ver. Rogó con fervor que su sorpresa no se notara. 


Miró su reloj de una manera que esperaba que fuese casual y respondió la pregunta. Se puso de pie y miró fijamente la botella de champaña y las dos copas de cristal que él sostenía.


—Veo que se reunirá con alguien. Puede utilizar esta mesa. Yo ya me iba.


—Por favor, no.


Eso no fue lo que Paula esperaba oír.


—¿Por favor, no qué?


—Se vaya —respondió él con una sonrisa.


—¿Quiere que le haga compañía mientras llega su cita?


Él sacudió la cabeza.


—Quiero que usted sea mi cita. —Levantó la champaña—. ¿Toma una copa conmigo?


Paula sabía que era el momento de hacer su habitual descargo: “Gracias, pero no me interesa”. Sin embargo, aunque las palabras solían fluir de su boca, esa vez no fue tan fácil. Algo en ese hombre era diferente de todos los demás. Diferente como para disparar las alarmas.


—En realidad, no debería.


—¿“No debería” quiere decir “No puedo” o “No quiero”?


Tal vez fuera por su acento, pero algo en la forma de decir las palabras sonaba más encantadora que desafiante. Paula sentía que sus defensas se debilitaban. Rápido.


—No lo sé. —Paula miró a su alrededor. Estaba lleno de parejas que disfrutaban una bebida. No podía recordar la última vez que había salido por la ciudad. O tenido una cita. 


Una eternidad, al menos. Pero tampoco podía recordar la última vez que había conocido un hombre que le interesara, aunque fuera solo un poco. Ese definitivamente le interesaba.


—Por favor, acepte. Por lo menos me gustaría tener la oportunidad de disculparme de forma apropiada por mi falta de educación de esta mañana.


Eso lo resolvió. No había forma de que ella pudiera resistirse a esos buenos modales a la antigua usanza. Paula volvió a sentarse en la silla que había ocupado antes.


—No sé su nombre.


Su acompañante colocó la botella y las copas sobre la mesa de vidrio frente a ellos. Pero, en lugar de sentarse frente a ella, se acomodó en la silla justo a su lado.


—Hagámoslo como corresponde. —Estiró la mano—. Soy Pedro Alfonso.


Paula estrechó su mano, sorprendida por la pequeña descarga de energía que la recorrió. Energía. Atracción. Lo que haya sido la entusiasmó.


—Paula Chaves.


—Un placer conocerte, Paula. —Él soltó su mano, pero mantuvo la mirada clavada en la joven—. Lamento mi comportamiento desmesuradamente grosero de esta mañana. Nunca debí dejar que mi frustración se convirtiera en zafiedad.


Paula rio; no pudo evitarlo. ¿Zafiedad? Aunque la palabra sonara un poco tonta, dicha por Pedro, tenía su propio encanto. Hizo un gesto hacia la champaña.


—Brindemos por el perdón.


Observó mientras Pedro le quitaba la cubierta de alambre al cuello de la botella y rodeaba el corcho con una servilleta. Con un movimiento evidentemente practicado, giró la botella hasta que se oyó un pequeño estallido. Su forma de servir la copa y entregársela a ella era fluida y elegante. En verdad era mortalmente atractivo. Y no llevaba alianza: eso ya lo había notado esa mañana. Aunque su vida dependiera de ello, Paula dudaba de que pudiera quitarle los ojos de encima. Solo esperaba que no fuera muy evidente.


Pedro levantó la copa.


—Por las mujeres hermosas, que son tan amables como para perdonar a hombres maleducados.


Paula chocó con suavidad la copa contra la de él antes de beber un sorbo. El líquido frío y burbujeante deleitó sus papilas gustativas.


—Delicioso. —Bebió otro poco y lo saboreó.


—Me alegra que apruebes mi elección —expresó Pedro—. Te vi antes reunida con una mujer que supuse era una posible clienta. ¿Brindamos por un resultado exitoso?


Paula sacudió la cabeza.


—Lamentablemente, no. No firmé con ella. —Se inclinó hacia adelante y dejó la copa sobre la mesa—. Gracias por la bebida, Pedro, pero tal vez deba irme.


—Aún no, Paula. ¿Qué se diría de la hospitalidad estadounidense si me dejaras aquí bebiendo solo? —Llenó su copa y se la devolvió—. Cuéntame sobre tu reunión.


Paula tomó un trago vacilante mientras consideraba sus opciones. Nada le impedía negarse amablemente y retirarse. 


Pero ¿qué le esperaba en casa? Era noche de bridge para su abuelo, lo que significaba quedarse sola y preocuparse por el futuro económico menos que prometedor de la capilla. 


Ninguna de las opciones era tan atractiva como quedarse donde estaba. Era cierto que ella no era del tipo de mujeres que acostumbraban sentarse en un bar a beber con un hombre que no conocían bien, pero ¿qué mal podría hacer una vez?


—Trabajo es lo último de lo que quiero hablar esta noche. Cuéntame sobre ti.


Pedro la observó por un largo momento antes de responder.


—Soy de Inglaterra, pero imagino que ya lo habías adivinado.


Ella asintió con una pequeña sonrisa dibujada en los labios.


—Sí. ¿Qué haces en la Ciudad del Pecado?


—Negocios.


—¿Una convención?


Él sacudió la cabeza.


—No exactamente. Trabajo en el negocio familiar.


—Ah, tenemos algo en común. Yo también. —Paula bebió otro poco de champaña. Su experiencia con la bebida era encargarla para las recepciones de boda, pero decidió que estaba en posición de familiarizarse más con esta. Se le estaba yendo a la cabeza—. ¿Lo disfrutas? Me refiero a trabajar con tu familia.


Pedro se encogió de hombros.


—Es lo que hago. Es lo que siempre hice. Y no es precisamente el tipo de trabajo que se abandona con facilidad, ¿no es cierto?


—Es un poco como el circo: una vez que entras, te quedas —opinó Paula. Su intento de frivolidad fue recompensado con una sonrisa.


Su acompañante levantó la copa.


—Por trabajar con la familia de uno y por toda la locura que conlleva.


Paula levantó su copa.


—Por no hablar del tema otra vez esta noche.


—Estás demostrando ser tanto hermosa como inteligente, Paula. Brindo por eso.


Una vez descartado el tema del trabajo, la conversación se convirtió en un concurso de preguntas y respuestas. Paula aprendió que Pedro no solo no estaba casado, sino que tenía poco tiempo para citas. Era hijo único, había estudiado Administración de empresas y Francés en la Universidad, y había vivido en Alemania durante dos años. También descubrió que él era un buen oyente, que daba la impresión de estar interesado en cada palabra que ella pronunciaba. 


Era eso o la champaña, de la que no se había cansado: estaba subiéndole a la cabeza.


—¿Te gusta el béisbol? —preguntó ella.


Él se reclinó en su silla como si estuviese en casa.


—Nunca miré un partido pero, si se parece al críquet, me atrevo a decir que me gustaría. ¿Y a ti?


Ella sonrió.


—Fanática incondicional de los Yankees.


—¿París o Roma para un escape romántico de fin de semana?


—¡Sí, cómo no! Mi imaginación ni siquiera me permite tanto, Pedro. —Suspiró—. Pero, si me apuras, diría que ninguna. Mi sueño es visitar Hawái.


Sintió una punzada de decepción cuando, en lugar de responder, Pedro miró el reloj.


—Lo siento, te entretuve —dijo ella. Tomó la mochila—. Gracias por la champaña.


Pedro sacudió la cabeza.


—No lo hiciste. Solo verificaba si era demasiado temprano para invitarte a cenar. No lo es, así que, ¿qué dices?


Debería negarse. Debería irse a casa. La razón le pedía que terminara la noche mientras todavía tenía esa sensación mágicamente encantadora. Cruzó la mirada con la de Pedro y su pulso registró la química entre ellos. Al diablo con la razón por una noche. Una chica debía comer, ¿no?


—Conozco un excelente lugar mexicano en el otro extremo del Strip. ¿Te gustan los margaritas?


—Soy virgen de margaritas, lo confieso. Nunca probé uno.  —Sus palabras eran juguetonas; su tono, burlón—. ¿Te sorprende?


—Completamente. —Paula se puso de pie y le sonrió—. Vamos a iniciarte en los placeres de la lima, la sal y el tequila.


Él se puso de pie y colocó una mano sobre la espalda de ella.


—Si te propones corromperme esta noche, Paula Chaves, soy todo tuyo.








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