jueves, 17 de marzo de 2016
¿NOS CASAMOS?: CAPITULO 18
—¿Sabes, Pedro?, esto no es digno de ti. —Margarita Alfonso observó la mula que estaba parada entre ella y su nieto—. Esperaba algo mejor de ti.
Pedro rio.
—Seguro que sí. Siempre lo has hecho. —Hizo un gesto hacia la mula—. Entonces, ¿qué hacemos: vamos a hablar o prefieres montar ese animal por el cañón durante unas horas?
—Ninguna de las dos opciones me place. —Dio un paso atrás. La expresión de su rostro claramente mostraba su desagrado por el animal frente a ella—. Sin embargo, si puedo elegir, preferiría hablar sobre lo que sea que estés tan impaciente por discutir. Primero, deshazte de ese animal y, segundo, consígueme una taza de té y una silla lejos de este sol infernal.
Una vez que se hubo deshecho de la mula, Pedro llevó a su abuela hacia el histórico hotel El Tovar. Consiguió una mesa para dos en el comedor y, con un incentivo económico, el maître pudo concederles algo de privacidad. Después de que les habían servido el té, Pedro se reclinó en su silla.
—Bien, abuela, quiero saber por qué incitaste toda esta farsa de que Paula y yo estamos casados.
—¿No lo están? —Levantó una ceja.
—No puedo descubrir qué ganas con esto.
Margarita Alfonso utilizó unas pinzas de plata para poner un terrón de azúcar en la taza.
—Suenas como un hombre sumamente calculador para ser alguien que acaba de sumarse al sagrado matrimonio.
Pedro ya conocía el método de conversación de defensa y ataque que tenía su abuela. Sin embargo, hoy no estaba de humor para eso.
—Dejemos algo claro desde el principio: Paula está fuera de tu alcance.
—¿Qué quieres decir?
Él resistió el deseo de arrojar la taza contra la chimenea de piedra.
—Entiendes bastante bien que te estoy advirtiendo que dejes tranquila a Paula. Si vas tras ella, tendrás que pasar por mí, y no te lo permitiré. ¿Está claro?
Observó a su abuela beber un sorbo de té con delicadeza.
La mujer era exasperante, una completa reina de hielo. No era nada nuevo; había sido así toda su vida. Pero después de haber conocido a Paula, una mujer con una sonrisa genuina, un corazón cálido y una sonrisa amable, no sabía cómo había tolerado a la matriarca de la familia durante tanto tiempo.
Margarita apoyó la taza y le clavó la mirada.
—Yo diría que la situación no está para nada clara. No comprendo por qué sigues insistiendo en que debo resolver esta tontería del matrimonio. —Levantó una ceja arqueada—. Tú te metiste en esto, Pedro. Ahora debes ocuparte de salir. —Hizo una larga pausa—. Si eso es lo que quieres.
Y allí lo atrapó. ¿Qué quería él?
Paula. Quería a Paula Chaves. Lo que no quería, y no podía tolerar, era la interferencia de su abuela en su vida personal, en especial cuando su intromisión incluía a Paula.
—¿Qué esperas lograr con esta ridícula farsa?
—Me pregunto por qué piensas que me tomaría el enorme trabajo de convencerte de que estás casado. De verdad, Pedro, tú deberías conocer mi agenda. Tengo cosas mucho más importantes que hacer que inventar historias tontas sobre tu fuga con una pelirroja de piernas largas.
Un silencio tenso los invadió. “Frustración” no alcanzaba para describir los sentimientos de Pedro. Necesitaba controlarse. Perder la tranquilidad y el foco no lo ayudaría a descubrir qué tramaba su abuela.
—Por si no lo recuerdas —interrumpió los pensamientos de Pedro—, fue el abuelo de la señorita Chaves quien descubrió lo que ustedes habían hecho, no yo.
Pedro se apoyó contra el respaldo de la silla y la observó con los ojos entrecerrados.
—Algo en eso todavía no queda claro. Pero, ya que sacaste el tema, Claudio Chaves también está fuera de tu alcance.
—De verdad, Pedro, deberías oírte. Tus preocupaciones son ridículas. Puedes estar seguro de que tus nuevos familiares son intrascendentes para mí. Creo que tu mayor preocupación debería ser convencer a tu nueva esposa de que firme un contrato posnupcial. Te recomiendo que lo hagas lo antes posible.
—¿Quién dijo que considero necesario un acuerdo legal? —Aunque se sorprendió al oírse decir las palabras, su abuela parecía mucho más sorprendida.
Apoyó la taza sobre el plato con un notable tintineo.
—Cielos santos, ella te ha llegado al corazón, ¿verdad?
Era cierto, pero Pedro no le daría la satisfacción de saber cuánto.
—Si es verdad que estoy legalmente casado, Paula tiene derecho a todas las ventajas y privilegios de estar casada con un Alfonso.
—Nunca te consideré un tonto, Pedro. Un poco demasiado idealista, sí. ¿Pero un tonto? No. No me hagas cambiar de opinión.
—Por mucho que te cueste comprenderlo, abuelita, Paula no es como tú. No está programada para computar los sentimientos en dólares.
—Lo que no comprendes sobre las mujeres es aterrador. —Su abuela corrió la silla y se puso de pie—. ¿Por qué no la pones a prueba? Gasta bastante dinero en ella y descubre cuánto se opone.
Mientras Pedro la seguía fuera del hotel, la convicción de que su abuela mentía sobre su boda comenzaba a flaquear.
Parecía tan segura de que él se había casado con Paula que hasta se veía resignada a la idea. Su mirada recorrió la imponente vista del Gran Cañón, pero la verdad era que le costaba disfrutar de su esplendor majestuoso.
—Ve a buscar a tu nueva esposa, Pedro. Ya tuve toda la unión familiar que puedo soportar.
Por fin algo en lo que estaban de acuerdo.
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