miércoles, 16 de marzo de 2016
¿NOS CASAMOS?: CAPITULO 17
—¿Ya tiene el cinturón puesto, señora Alfonso?
Paula no pudo resistir la oportunidad perfecta para provocar a la abuela de Pedro.
—¿A cuál señora Alfonso se refiere? —preguntó al piloto del helicóptero.
—Cielo santo, es evidente que se refiere a mí —espetó la abuela de Pedro.
El abuelo de Paula, que estaba sentado frente a Paula y a Pedro, sonrió ampliamente.
—Supongo que podemos comenzar a llamarla “señora Alfonso mayor” si eso facilita las cosas.
—Le agradecería que se guardara sus ideas, señor Chaves.
—A pesar del sol de Nevada, sus palabras estaban cubiertas de hielo.
Pero Paula sabía que su abuelo no se ofendería. Nunca se le hubiese ocurrido hacerlo.
—Bueno, entonces, ¿qué tal si la llamamos “Margarita” o, mejor aún, “Maggie”?
Con los ojos bien abiertos, ella giró en su asiento y fijó la mirada en su nieto.
—Pedro, ¿por qué demonios me estás arrastrando por todo el desolado desierto estadounidense?
—Quería asegurarme de que puedas hacer algo de turismo mientras estabas aquí, abuelita. Aunque es nuestra luna de miel, no nos molesta que te pegues con nosotros.
—No necesitas sonar tan inocente. —Frunció el ceño—. Para que quede claro, nunca me pegué a nadie para ir a ningún lado. —Les dio la espalda y miró por la ventanilla del helicóptero. Paula observó a Pedro. Los ojos de él brillaban. No sabía de dónde había heredado ese buen humor, pero seguro que no había sido de su abuela.
—Bien, amigos —el piloto levantó una mano para mostrar que necesitaba de su atención—, repasemos algunos últimos procedimientos de seguridad. —Una vez que todos le prestaban atención, detalló el plan de vuelo hacia el sur hasta Arizona y explicó que los llevaría directamente sobre el extremo sur del Gran Cañón.
Paula era consciente como para prestar atención a las normas de seguridad pero, una vez que estuvieron en el aire, dejó que su mente vagara mientras el helicóptero los llevaba sobre la ciudad de Las Vegas hacia el desierto de Nevada. Al dejar atrás los límites de la ciudad, Paula sintió una sensación de ingravidez. Adoraba la idea de dirigirse hacia territorio desconocido. La ironía no se le pasó por alto: el camino entre Las Vegas y el Gran Cañón estaba mejor planificado que su propia vida en ese momento.
Tres días atrás no hubiera creído cómo se iba a desviar su vida. Haber aceptado la invitación de Pedro a tomar una copa de champaña había cambiado su vida de una manera que ni siquiera pretendía comprender. ¿Estaban casados?
Estaba noventa y nueve coma nueve por ciento segura de que no, pero el martes lo averiguaría. Lo que sería más difícil de descubrir era por qué su abuelo y la abuela de Pedro parecían tan insistentes en que ella y Pedro se habían fugado para casarse.
La idea era absurda.
Y adorable a su modo. No la idea de que ella había consumido suficiente alcohol como para no saber qué estaba haciendo; eso era vergonzoso. Observó a Pedro. Él estaba mirando hacia el desierto y el pedregal, pero ella podía ver su perfil lo suficiente como para admirar su fortaleza. No había duda de que era atractivo, pero había algo más que la atraía de él: la sensación innata de fortaleza tranquila, de dignidad, de honor, y su inteligencia eran igual de
atractivas. Tenía un pícaro sentido del humor. Trataba con respeto a la gente que tenía a su alrededor.
Volvió a prestar atención a la tierra sobre la que pasaban e intentó concentrarse en la voz del piloto, que le llegaba por los auriculares. La historia y cultura nativoamericanas por lo general la fascinaban, pero estaba haciendo un esfuerzo por concentrarse en las palabras. En su lugar, su cabeza repetía una y otra vez diferentes situaciones sobre cómo podría terminar toda esa farsa.
Una vez que aterrizaron, Paula tomó a su abuelo del brazo y lo apartó de los demás. “Divide y conquistarás”, habían decidido ella y Pedro. Dividir no era tan difícil, pero de conquistar ya no estaba tan segura.
—Bueno, te diré algo, cariño. Esto es, sin dudas, una sorpresa para mí.
Se detuvieron en el patio, fuera del centro de visitantes, y se apoyaron sobre la barandilla. La vista panorámica era magnífica. Durante unos momentos se quedaron en un silencio amigable. Paula disfrutaba de la compañía de su abuelo; siempre lo había hecho. Más allá de que fuera su abuelo, Claudio Chaves era la persona más genuinamente amable y optimista que había conocido. Siempre había pensado que también era la más honesta. Odiaba que le hubiesen dado motivo para dudar de su palabra. Suspiró.
Su abuelo giró hacia ella.
—¿Qué sucede, cariño? ¿El Gran Cañón no es lo que creías?
—No, es maravilloso. Aunque se ve más como un mural o como una postal que como un cañón, ¿no crees?
—Las cosas no siempre son lo que parecen.
—¿Estás hablando del Gran Cañón o de mi supuesto casamiento?
—No hay nada de supuesto, Paula. Wesley Jenkins me dijo que tú y Pedro se casaron en su capilla. Tú sabes que considero a Wesley mi amigo desde hace muchos años. Y sé que él sabe cuánto te quiero. Por lo tanto, no puedo creer que inventase la historia de que te escapaste para casarte si no fuera verdad.
Paula se acomodó detrás de la oreja un mechón de pelo que le había desacomodado el viento.
—Pero tú crees que yo podría salir a una reunión de negocios, conocer a un extraño...
—Un extraño atractivo —la interrumpió su abuelo—. Encantador también.
—Sí, es las dos cosas, pero eso no tiene nada que ver.
Claudio sacudió la cabeza.
—No estoy de acuerdo. Creo que es muy importante. Todos tenemos nuestra alma gemela. Yo tenía a mi Olivia y supe en el momento en que la vi en un baile que ella era la mujer para mí. Así que puedo creer que tú hayas reconocido tu otra mitad cuando viste a Pedro.
Paula apoyó la cabeza sobre el hombro del abuelo.
—Oh, abuelo, tú siempre haces que las cosas suenen tan bien... tan reales...
—El amor es real, cariño. Deberías saberlo.
Paula no quería discutir el tema.
—Volviendo a la idea de que me fugué para casarme... ¿De verdad, abuelo? ¿Crees que me casaría con alguien sin pensar en incluirte? Deberías conocerme mejor que eso.
—A veces creo que te conozco mejor de lo que tú misma te conoces, Paula. Sé que amas a tu abuelo, pero es natural que conocieras a alguien y que te enamoraras. El amor hace que la gente se entusiasme. Tal vez te dejaste llevar por el momento.
O quizás había bebido más de la cuenta.
—Lo amas, ¿sabes?
Paula levantó la cabeza de golpe y retrocedió.
—¿Me lo estás preguntando o diciendo?
—Te digo lo que veo con claridad. También veo que a los dos les llevará un tiempo ver las cosas como son. —Se apartó de la barandilla y estiró el brazo para que ella lo tomara—. Vamos. Caminemos y veamos algo más de este agujero en el suelo.
Paula pasó la mano por el doblez de su codo.
—Adelante, abuelo.
Mientras caminaban con el sol de Arizona en sus rostros y el sonido del viento que susurraba entre los pinos, Paula reflexionó sobre su conversación. Su abuelo parecía creer sinceramente en que estaban casados. No solo eso: parecía estar completamente de acuerdo con la situación. Más que de acuerdo, parecía estar encantado. Eso lo había dejado bien en claro.
Lo que estaba menos claro era cómo se sentía ella. No podía estar enamorada de Pedro. ¿O sí?
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Qué lío, se habrán asado realmente??? Buenísimos los 3 caps.
ResponderBorrarAyyy!!!! Que situacion!! Lo peor es que todavia no llego lo malo.. y la abuela de pedro aiiggg! -.-
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