jueves, 17 de marzo de 2016

¿NOS CASAMOS?: CAPITULO 19





Cuando regresaron a Las Vegas, Paula insistió en acompañar a su abuelo hasta la capilla nupcial. Notó en la expresión de Pedro que se había sorprendido, pero había que reconocerle que había accedido sin una palabra de protesta. 


Cuando se deslizó en el asiento trasero del taxi, le sonrió a su abuelo.


—¿Disfrutaste del día, abuelo?


—Bueno, la verdad es que el Gran Cañón es siempre una maravilla para contemplar. ¿Alguna vez te conté que llevé allí a tu abuela para nuestra luna de miel?


Paula sonrió.


—Sí, lo recuerdo. Dijiste que era lo más lejos que podían llegar sin quedarse sin dinero para la gasolina.


Él rio.


—No fue un crucero por el Caribe, pero lo pasamos muy bien. A diferencia de ti y de tu nuevo marido. Ustedes deberían irse por un tiempo.


Paula tenía en la punta de la lengua recordarle que Pedro no era su marido. Al menos no creía que lo fuera. Pero su abuelo lo pensaba o al menos lo fingía. Paula observó que el taxi dejaba el aeropuerto y se dirigía hacia el Strip. Lo que más odiaba de la situación era no saber si su abuelo era deshonesto con ella. La idea de que lo fuera le daba náuseas. Claudio Chaves siempre había sido la única persona en su vida con la que podía contar para la verdad. La idea de que eso ya no fuera así era una realidad para la que no estaba preparada.


—¿Por qué no se van a Hawái? Oí que es un lugar popular para lunas de miel.


—No me puedo ir de luna de miel, abuelo. No hasta que haya podido aclarar las cosas.


Él asintió.


—Es cierto, el otro día hablaste de casarte como corresponde. Espero que esta vez permitas que tu abuelo te entregue. —Sacó la billetera cuando el taxi paró frente a la capilla nupcial Corazones Esperanzados. Después de haber pagado y una vez que estuvieron en la vereda, continuó—: supongo que te casarás aquí, en la capilla, ¿verdad, mi dulce Paula? —Abrió la puerta y la mantuvo abierta para que ella pasara—. No podemos permitir que Wesley Jenkins sea el único que se divierta.


—Todavía no puedo hacer planes tan a futuro, abuelo. —Bella se dirigió a la cocina, desesperada por una taza de café caliente—. Primero quiero hablar con el señor Jenkins.


—Oh, vendrá a la renovación de votos si lo invitas —oyó decir a su abuelo—. A Wesley le encanta una buena fiesta.


Mientras esperaba que el café estuviese listo, Paula vació el lavavajillas y pasó un trapo limpio sobre la mesada. Haber regresado a la diminuta cocina y realizar tareas usuales fue suficiente para que los sucesos de los últimos días parecieran un sueño confuso. Se apoyó sobre la mesada, reconfortada por el aroma a café y por el dibujo de las pequeñas rosas amarillas en el empapelado.


Siempre quiso casarse y tener hijos. Quería darles lo que ella nunca había tenido: dos padres devotos y estables que no solo amaran a sus hijos, sino que se amaran el uno al otro. Como toda mujer, había soñado con el tipo de hombre con quien quería casarse. 


Alguien que fuera atractivo. 


Alguien que fuera amable. 


Alguien que fuera inteligente. 


Alguien que hiciera que su corazón se sintiera seguro, y alguien cuya presencia la alegrara. 


Alguien como Pedro.


Sonó su celular para avisarle que tenía un mensaje de texto. 


Lo sacó del bolsillo y miró la pantalla. Era Pedro. “Te extraño”, decía el mensaje. Suspiró.


—¿Era tu marido que ya te está controlando? —Claudio estaba parado en el umbral de la puerta con una sonrisa cómplice.


Paula le hizo señas para que entrara a la cocina.


—Sí, era Pedro.


Claudio tomó dos tazas de la alacena y las colocó sobre la mesada. Agregó un poco de leche a su taza.


—Supongo que te extraña. Así que bebamos una taza de café y luego regresas con tu marido. —Sirvió café en cada taza—. Tal vez quieras empacar algunas cosas más para llevarte, ¿verdad, cariño?


Paula aceptó la taza humeante.


—En realidad, abuelo, pensaba en quedarme aquí.


Las protestas de Claudio fueron instantáneas.


—No, señora, no creo que sea una buena idea. Ustedes deben estar juntos. Están casados, y deberías regresar con tu marido.


Paula respiró profundo y se esforzó por mantenerse serena. 


Su abuelo había tenido bastante tiempo ese día para darle una señal de que estaba confabulado con Margarita Chaves. 


Pero no había demostrado ni una pizca de hipocresía. 


Siempre supo que su abuelo era un hombre honesto. ¿Qué experiencia tenía en ser deshonesto? Ninguna que ella supiera.


Paula se dio cuenta con repentina claridad de que parte de la razón por la que toda esa situación era tan difícil era que ella siempre había recurrido a su abuelo en busca de ayuda. 


Esa vez, sin importar si él era inocente o no, era parte del problema. Eso significaba que todo ese embrollo de la capilla nupcial era un problema que debería manejar sola. No, eso no era correcto. Pedro también debía hacerse cargo. Los dos debían mantenerse unidos para descubrir la verdad.


—¿Qué sucede, dulce Paula? —El rostro de Claudio reflejaba preocupación—. ¿Hay algo que deba saber? ¿Pedro hizo algo que...?


Paula no dejó que finalizara la oración.


—No, ha sido maravilloso. —Sonrió. No podía evitarlo al pensar en Pedro—. Sé que no lo conozco hace mucho, pero es un buen hombre.


—Espero que sí. No te imagino fugándote con otra clase de hombre.
Sus palabras sonaron joviales, pero igual las sintió como una puntada. El hecho de que todos los que conocía pensaran que ella podía fugarse para casarse con un hombre que apenas conocía era vergonzoso. Claudio apoyó la mano sobre el brazo de Paula—. ¿Hay alguna razón por la que te niegas a regresar al hotel esta noche, cariño?


Ella sacudió la cabeza.


—No, en realidad, no; es solo que... oh, no sé cómo explicarlo.


—Inténtalo.


Ella pensó por un momento.


—No creo que encaje en el mundo de Pedro. —Algo que no importaba si no estaban casados pero, si lo estaban, sí importaba. Hundió la cabeza en sus manos. Todo era demasiado abrumador. Así se lo dijo a su abuelo.


—Claro que lo es, cariño. Pero lo que sientes es normal. No tienes que averiguarlo todo el primer día.


—Me dijiste lo mismo el primer día del secundario.


—Y tuve razón, ¿verdad?


Ella se rio con suavidad.


—Es verdad.


—Me alegra que lo recuerdes y, ya que estamos, te daré otro sabio consejo: empaca algunas cosas, te llevaré hasta el hotel, y pasarás la noche con tu esposo. Sabes que no cambiaré la cerradura, así que puedes venir a casa cuando quieras. Pero al menos intenta encajar en el mundo de Pedro.


Paula enjuagó la taza y la colocó en la pileta.


—¿Encajar cómo?


—Solo regresa con tu esposo con la mente y corazón abiertos. Entonces sabrás cómo continuar.






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