jueves, 10 de marzo de 2016

CON UN EXTRAÑO: CAPITULO 26




Al día siguiente por la tarde, Pedro estaba en su consulta y recibió una llamada de Paula, que le pedía verse en el hospital porque Allison Cartwright tenía problemas, así que fue corriendo a la planta de maternidad, donde encontró a Paula cansada y preocupada.


–¿Dónde está? –le preguntó al verla.


–En la 502. Tiene la tensión muy alta y proteínas en la orina.


–Preeclampsia.


–Eso parece, pero solo tenía la tensión un poco más alta de lo normal la semana pasada. Le mandé reposo en cama pero parece que no ha servido. Por eso la he traído.


–Has hecho lo correcto. ¿En qué semana de gestación está, la treinta y cinco?


–Treinta y seis.


–Entonces el niño es viable, así que probablemente lo mejor sea provocarle el parto. ¿Estás de acuerdo?


–Claro, pero tú decides; es tu paciente.


–Es nuestra paciente, y quiero que estés conmigo.


–Estaré contigo todo el tiempo, al menos durante el parto de Allison.


Pedro se volvió y recorrió el pasillo a zancadas para no sucumbir a la tentación de tomarla entre los brazos, no decirle todas las cosas que lo habían estado rondando toda la noche y todo el día, lo que debía haberle dicho la noche anterior. Pero ahora no tenía tiempo. Al llegar a la habitación de Allison, seguido de Paula, vio el gesto de miedo de aquella.


–Hola, Allison –saludó, con su preparada voz de calma a pesar de la preocupación.


–Hola, doctor Alfonso, me alegra que se haya unido a la fiesta.


–Supongo que Paula te habrá hablado de la preeclampsia –dijo él, mientras observaba el monitor del latido del corazón del niño, que parecía estar bien.


–Sí, ¿y qué hacemos ahora?


–En vista de la situación, Paula y yo hemos decidido seguir adelante e inducirte el parto y observarte con precaución.


–Pero aún me falta un mes –dijo ella, mirándolo con ojos de pavor.


–El riesgo para el bebé y para ti será mayor si no das a luz ahora –la asesoró Paula.


–De acuerdo entonces –aceptó Allison, que notó cómo le caían lágrimas por las mejillas y se las secó con una mano temblorosa–. Si no hay más opciones supongo que lo tendré.


–Todo va a salir bien, Allison –le aseguró la comadrona–. Tendremos cerca un equipo de neonatólogos.


–Entonces que comience el espectáculo; estoy lista.


Cuando ya habían empezado con los preparativos del parto, una enfermera metió la cabeza en la sala para comunicarle a Pedro que tenía un parto inesperado.


–Yo me quedo aquí –le dijo Paula–. Tú ve a ver a tu otra paciente; estoy segura de que volverás a tiempo.


–Vale, pero mantenme informado. Si pasa cualquier cosa, me avisas por megafonía.


–Lo haré, no te preocupes.


Pasaron cuatro horas hasta que Rio hubo terminado el parto y su ronda de tarde.


Paula lo saludó enseguida desde la puerta.


–Está pasando muy deprisa. Ha roto aguas y está totalmente dilatada. Lleva ya un rato empujando. Nos ayuda la enfermera jefe, Sara Gilmore.


–¿Por qué no me has avisado? –le preguntó él, aunque estaba aliviado por las noticias.


–No hacía falta; sabía que volverías pronto.


–¿Y la tensión?


–Todavía está alta pero no en zona de peligro. Por ahora.


–Los dos sabemos que lo único que se puede hacer es que salga el niño, así que vamos –dijo, pero Paula lo detuvo antes de entrar.


–Solo quería darte las gracias, Pedro.


–¿Por qué?


–Por confiar en mí.


–Eres una comadrona increíble, Paula –le dijo él, que solo quería que ella también confiara en él–. Serías una médico estupenda.


–¿De verdad lo crees?


–Lo sé. Ahora vamos por ese niño. Juntos.


–La presión está en 16/11 –les informó Sara al verlos entrar–. La buena noticia es que la cabeza del bebé ya está asomando.


Al ver la cara pálida y empapada en sudor de Allison y el monitor que señalaba su tensión extremadamente alta, Pedro se encontró en otro tiempo, otro lugar y con otra joven a la que no había sido capaz de salvar. Por un momento volvió a ser aquel adolescente incapaz de hacer nada más que estar de pie viendo morir a la joven madre.


Se recordó que ya no era aquel niño, ahora era médico y tenía los conocimientos suficientes. Aunque reconocía que algunas situaciones se le escapaban de las manos, no iba a permitir que le pasara nada a Allison Cartwright ni a su bebé.


–Allison, Sara te va dar un medicamento para que no tengamos problemas adicionales. A lo mejor te sientes un poco mareada, pero es normal.


–¿Y el bebé?


–Ya está casi pero vamos a necesitar tu ayuda.


Se abrió la puerta y entró el neonatólogo Brendan O’Connor con una enfermera.


–Justo a tiempo, doctor O’connor –saludó Paula.


–Me alegro de verte otra vez, Brendan –añadió Pedro.


–Lo mismo digo –dijo él, y se acercó a Allison–. Señora Cartwright, soy el doctor O’Connor, el neonatólogo de guardia. Me haré cargo de su bebé como medida de precaución. Aunque teniendo en cuenta que le falta poco para salir de cuentas, con suerte no necesitará de mis servicios mucho tiempo.


–Eso espero –dijo Allison, y chilló con gesto de dolor–. Aquí viene, otra vez.


Pedro fue al final de la camilla con Paula mientras Brendan se quedó a un lado esperando la llegada del bebé. Allison se apoyó en la cama y Pedro se dio cuenta de que se quedaba sin fuerzas.


–Sé que estás cansada, pero necesito un poco más de ti –le dijo.


–Lo intento. Pero no me queda nada.


–Vamos, Allison –la animó Paula–. No puedes rendirte ahora.


Pedro miró al monitor y al ver las constantes vitales de la mujer supo que sus opciones eran limitadas si esta no cooperaba, así que tenía que estar preparado.


–Avisa a personal de que estén listos para una cesárea por si acaso –le dijo a Sara.


–No quiero cesárea, puedo hacerlo –aseguró Allison, mostrando una fuerza asombrosa.


–Vale –dijo Pedro–. Da todo lo que puedas.


Paula alentó a Allison a que empujara otra vez, esta vez más fuerte. Pedro y ella trabajaron en equipo, totalmente sincronizados. Por fin Allison dio un empujón más, que permitió a Pedro sacar la cabeza del bebé. La comadrona le hizo una señal de aprobación con los pulgares y el doctor le dijo a Allison que siguiera empujando, con más suavidad. Al fin salió el niño del todo.


–Es una niña, Allison. Felicidades.


Mientras Pedro acunaba al bebé, pensó en todas las veces que lo había visto como un proceso natural. Pero con Paula al lado, vio un atisbo de futuro, la posibilidad de que algún día fuera él el padre, de un niño suyo y de Paula.


–¿Haces los honores? –le preguntó a esta, mientras sujetaba el cordón umbilical.


La comadrona cumplió con una sonrisa de satisfacción y le dio el bebé a Brendan O’Connor, que se sintió aliviado de que la niña tuviera buen color.


–¿Está bien? –preguntó Allison.


–De momento parece que sí, y respira por sí misma –contestó el doctor O’Connor–, pero tengo que llevarla a Neonatología para observarla al menos veinticuatro horas.


–¿La puedo ver antes? –preguntó la madre.


–Claro –contestó el doctor, y le puso el bebé en los brazos.


–Tenías que ser un niño –le dijo la madre a su hijita; se le había disipado toda la angustia al verla, y le dio un beso–. Pero aún eres un milagro.


Para Pedro cualquier nacimiento era un milagro, como lo era haber encontrado a Paula. Quería decírselo en aquel momento, pero sin público.


Tras terminar sus labores de médico y dejar al bebé en manos de Brendan O’Connor, miró a Allison, que estaba reclinada en la cama con los ojos cerrados. Al buscar a Paula se dio cuenta de que no estaba. Tenía que encontrarla deprisa para contarle lo que tenía dentro, así que decidió dejar a Allison al cuidado de Sara.


–Doctor Alfonso –lo detuvo la voz de la paciente, que ahora lo miraba muy despierta.


–Creía que estabas dormida.


–No creo que pueda dormir hasta saber que mi hija está bien.


–Tienes que intentar descansar. Cuando la tengas en casa te va a resultar muy difícil.


–Dado que dudo que aún tenga trabajo, tendré mucho tiempo para eso.


–¿Quieres que llame a alguien?


–No, dentro de un rato llamaré a mi padre, pero está en Nueva Jersey con mi hermana.


–¿Alguien más que quieras que lo sepa? –le preguntó él, que se dio cuenta de que se estaba metiendo donde no lo llamaban, pero no le gustaba que Allison tuviera que pasar por aquello sola. Esta miró a la ventana con lágrimas en los ojos.


–No.


–De acuerdo. Avísame si cambias de opinión.


–Gracias por todo –dijo ella, mirándolo a los ojos–. ¿Sabes una cosa? Sois increíbles.


–¿Perdona?


–Paula y tú. La forma en que habéis trabajado juntos para sacarme al niño ha sido increíble, como si fuerais uno. La mayoría de la gente vive soñando con esa sintonía en una relación.


–Trabajamos bien juntos.


–Va mucho más allá de una relación laboral. Cualquiera con dos dedos de frente se daría cuenta de que os queréis.


Pedro miró a Sara, que parecía estar más ocupada en la limpieza que en la conversación, aunque el médico no era tonto.


–Duerme un poco –le dijo a Allison en tono de burla.


–Te prometo que lo intentaré. Siempre que me prometas que te aferrarás a lo que sea que tengas con Paula.


–Veré qué puedo hacer. Deséame suerte.


–Suerte –le dijo Sara sonriendo, aunque de espaldas.


–No necesitas suerte –dijo Allison–. No mientras os tengáis el uno al otro.


Después de despedirse de Sara y Allison fue a buscar a Paula con una determinación que le hizo acelerar los pasos. Se había convertido en una parte muy importante de su vida, tal y como le había predicho su madre que haría la mujer que le cambiara la vida. Aunque nunca la había creído, pues nunca se había creído capaz de enamorarse tanto como lo estaba de Paula, o que le doliera tanto la idea de perderla.


Decidió mandar al infierno sus antiguas ideas respecto al matrimonio. Valoraba a Paula como persona, valoraba su amor, y si necesitaba un papel para probarlo, lo tendría. 


Experimentó una sensación repentina de liberación al reconocer que había encontrado la verdadera libertad a través del amor que sentía hacia Paula. Ahora solo tenía que encontrarla.




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