viernes, 11 de marzo de 2016

CON UN EXTRAÑO: CAPITULO 27




Paula fue a Neonatología para ver a la niña de Allison y se encontró a Brendan O’Connor hablando con un terapeuta.


–Hola otra vez –lo saludó cuando hubo terminado la conversación con el otro médico.


–¿Qué hay, Paula? Buen trabajo el del parto de Cartwright. A lo mejor te contratamos Cassie y yo para nuestro próximo hijo.


–Lo tendré en cuenta en los próximos dos años.


–Mejor dentro de siete meses.


–¿Cassie está embarazada otra vez? –preguntó ella con los ojos muy abiertos.


–Sí –contestó él con sonrisa de satisfacción–. No esperábamos que fuera tan pronto, pero Cassie siempre dice que las mejores cosas de la vida no se planean, y yo no podría estar más de acuerdo.


Paula tampoco; ella desde luego no había planeado conocer a un médico arrollador, y a pesar de no ver futuro para ellos, nunca se arrepentiría de haber conocido, y amado, a Pedro Alfonso.


–Felicidades, Brendan, es fantástico. Dile a Cassie que la llamaré.


–Seguro que agradecerá una conversación adulta.


La comadrona pensó que quizá ella también iba a necesitar el hombro de su amiga para llorar en el futuro próximo. 


Repasó las filas de cunas, la mayoría con bebés prematuros.


–¿Dónde está la bebé Cartwright?


–Por el final. Está muy bien; probablemente la deje ir en un par de días.


–Qué buena noticia. Si no te importa me gustaría verla antes de irme.


–No hay ningún problema. Pero, solo para que lo sepas, ahora tiene otra visita.


–¿Está aquí el doctor Madrid?


–No, el doctor Billings, el neurocirujano.


–¿Es normal una revisión neurológica?


–No, y él no hace pediatría. Se presentó de repente y me preguntó si podía verla. Aparte de eso, no tengo ni idea de por qué está aquí.


–Dime una cosa, ¿está casado?


–No, ¿por qué? ¿Te interesa?


–No, curiosidad. Voy a ver a la niña –dijo, y fue, también para examinar al doctor.


Cuando una residente le señaló la cuna, Paula se quedó dubitativa en el pasillo al observar al cirujano de pie frente a la incubadora. No hubiera adivinado que era médico de no ser por la bata que le cubría los vaqueros y por la etiqueta de la solapa. Tenía el pelo castaño, y la piel morena indicaba que había pasado mucho tiempo a la intemperie. Su expresión seria revelaba que muy bien podría acabar de recibir un shock, como por ejemplo, enterarse de que tenía una hija. Paula se sintió como una intrusa y pensó en dejarlo solo, pero se dejó llevar por las preguntas sin respuesta.


–Un bebé precioso, ¿verdad?


–Sí, lo es –contestó él, mirándola sorprendido.


–Soy Paula Chaves, la comadrona que asistió al parto –se presentó, ofreciéndole la mano.


–Doctor Lane Billings.


–Encantada. ¿Ha venido a revisar a la niña?


–No.


–¿Solo está de visita entonces?


–Podría decirse.


–Supongo que conoce a Allison –insistió ella, que pensó que era un hombre de pocas palabras, o que quizá le molestaba su curiosidad.


–Trabajó para mí.


–¿De verdad? Creía que trabajaba con abogados.


–No hasta hace siete meses. He estado fuera un tiempo; hace solo un mes que he vuelto al Memorial. ¿Cómo está?


–El doctor O’Connor dice que está muy bien.


–Me refiero a Allison. El doctor me dijo que había tenido un parto difícil, algo de preeclampsia.


–Lo ha pasado mal pero ya está bien. Lo más seguro es que se tenga que quedar unos días más –explicó, tomó aire y se arriesgó–. Dado que no tiene familia cerca, estoy segura de que le gustará verlo.


–Yo no estoy tan seguro.


–Oh, entonces no fue una separación amistosa.


–No sabía que estaba embarazada –dijo él, agachando la cabeza–. Si lo hubiera sabido no me habría ido como lo hice.


–A lo mejor debería decírselo.


–No estoy seguro de que me crea, y no la culparía –dijo él, y entonces la miró a la cara–. No tengo ni idea de por qué estoy contándole esto.


–Yo tampoco, pero Allison es mi amiga además de mi paciente y creo que debería hablar con ella.


–A lo mejor lo hago. Al menos puedo intentarlo.


–Se lo debe –dijo Paula, señalando con la barbilla al bebé, totalmente ajena a todo.


El doctor Billings volvió a mirar a la niña, que también tenía el pelo castaño y un hoyuelo en la barbilla, como una copia en miniatura de su padre.


–Se lo debo a las dos. La vida es demasiado corta como para seguir cometiendo los mismos errores una y otra vez.


Paula lo sabía muy bien, y por ello mismo sabía lo que debía hacer en cuanto dejara el hospital.


–Buena suerte –le deseó, y se fue, esperando que Allison y él pudieran arreglarse, si no formar una familia.


Ella también deseaba una familia, una que incluyera a Pedro. Pero sabía que aquello no era posible, a menos que este estuviera dispuesto a cruzar los límites autoimpuestos que lo alejaban del compromiso También se dio cuenta de que cada día que pasara le resultaría más difícil alejarse de él. Por ello llegó a la conclusión de que dejar a Pedro en aquel momento sería lo mejor, antes de no poderlo dejar nunca.





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