jueves, 31 de marzo de 2016

REFUGIO: CAPITULO 20





Siete meses después...


Su teléfono móvil sonó de la que iba hacia el trabajo a las ocho y media de la mañana. Era un número que no conocía, pero descolgó igualmente porque estaba esperando una llamada de una entrevista de trabajo— Darwing.


—Ya puedes salir.


—¿Perdón? — se detuvo en seco sorprendida.


—Soy tu contacto— dijo divertido — Evan Logan.


No había recibido noticias suyas desde hacía tanto tiempo que no había reconocido su voz— ¿Seguro?


—Yo estoy seguro de quien soy, pero para que tú estés segura, vete a un ordenador. Ayer liquidaron a los Falconi. Una bomba ha acabado con casi toda la familia.


Se llevó la mano al pecho—¿El padre?


—El padre y casi todos los hijos, excepto uno que tiene sólo nueve años y estudiaba en el extranjero. En París, creo. Eres libre.


Acostumbrada a estar en la sombra y desconfiar tanto tiempo, no se lo creyó del todo— ¿Seguro que puedo volver a mi vida?


—Seguro. Eres libre. Suerte, Paula.


Sonrió cuando la llamó por su nombre y colgó el teléfono sin saber qué hacer. Nerviosa llamó a su primo que descolgó inmediatamente— ¿Es cierto?


—¡Está muerto, Paula! — su primo estaba tan contento que empezó a creérselo. —¿Cuando vuelves?


Se echó a reír como una loca mientras los que pasaban a su lado la miraban alejándose por si lo era— En cuando encuentre vuelo.


—Llámame para ir a recogerte al aeropuerto. Tu madre se echó a llorar como una niña. Se ha quedado dormida en el sofá esperando tu llamada. Espera que la despierto.


Expectante y sin aliento esperó a que Gerardo despertara a su madre— ¿Diga?


—¿Mamá? — se echó a llorar al oírla después de tantos años.


—Oh, mi niña, ¿estás bien?


—Sí, mamá. Lloro de alegría.


—Ven cuanto antes, mi amor. Te estoy esperando.


—Voy para allá. Cogeré el primer vuelo.


Ni se molestó en volver a su piso, porque allí no tenía nada de importancia y corrió por la calle llamando a un taxi. En cuanto se subió con la cara llena de lágrimas, le dijo al taxista emocionada— Al aeropuerto.


—¿Se encuentra bien?


—No he estado mejor en la vida. Vuelvo a casa. Por fin vuelvo a casa.


Pero no era cierto. Después de una semana en casa de su madre, la depresión volvió. Estaba tomando un café sentada en la mesa de la cocina con la mirada perdida, cuando su madre le acarició sus rizos pelirrojos— ¿Qué ocurre, mi amor?


—Nada. — levantó la vista para mirarla y forzó una sonrisa—Estoy bien.


Su madre no era tonta y suspirando se sentó ante ella en la mesa. Se miraron a los ojos, pero Paula apartó la mirada— Has pasado mucho tiempo dando tumbos por el país y esperaba que estuvieras aquí un tiempo, pero puedo ver claramente que tu corazón está en otro lugar.


—Aquí estoy bien. — dijo atropelladamente.


—No me mientas, hija. ¿Es ese hombre? Ese tejano al que te envió Gerardo.


Paula suspiró apartando la taza de café y apoyando los codos sobre la mesa, miró a su madre— Le quiero, pero ya ha tenido bastantes problemas por mí y no sé lo que siente. Hace meses que no sé nada de él y puede que ahora salga con otra o…—se encogió de hombros— no sé…


—¿Y qué temes? Vete y descubre lo que siente.


—Temo tener que volver con el rabo entre las piernas.


Su madre hizo una mueca— Es el riesgo que corres, pero y si dejas pasar al amor de tu vida por cobardía... Tú no eres cobarde, mi amor. Una persona que se enfrenta a la mafia y que ha pasado por lo que tú has pasado, no es una persona a la que le falte el valor.


—¿Y si no me quiere? No sé si podría soportar su rechazo.


—Va, tu padre me rechazó cuatro veces. —Paula abrió los ojos como platos— Y al final cayó. No se pudo resistir a mis encantos. Si es necesario que seas pesada, pues lo eres. Lo que merece la pena, cuesta trabajo. Como tu padre.


—Fuiste feliz con él, ¿verdad?


Los ojos verdes de su madre se llenaron de lágrimas— Los años más felices de mi vida. No habrá otro como él. Ese accidente de tráfico se llevó dos corazones.


—Mamá, no digas eso. — alargó la mano y cogió la suya— Todavía eres joven.


—Cuando conoces un amor como el mío— negó con la cabeza sonriendo con tristeza— es difícil que te vuelvas a enamorar. Por eso te digo que si sientes algo muy fuerte por ese vaquero, muevas el culo hasta allí.


—Sí pero, ¿y tú?


—Yo iré de visita. —dijo sin darle importancia— Y hasta puede que me mude si me dais nietos.


—Primero vamos a ver cómo reacciona, mamá. Pedro tiene un carácter algo especial.



******


Como no sabía cómo iba a ser recibida, cuando llegó a Victoria alquiló un coche. Si iba al rancho en taxi, igual tenía que volver caminando a la ciudad, si estaba cabreado por no haberle dicho dónde estaba meses atrás. Así que más valía prevenir. Estaba conduciendo por la calle principal, cuando se quedó con la boca abierta al ver a Lorena con bolsas de la compra, caminando tranquilamente por la calle. Reía hablando con una mujer mayor que ella, que también era rubia. Atónita la vio entrar en una tienda. Entrecerró los ojos frenando el coche en seco aparcándolo en doble fila. Estaba bajando del coche, cuando el sonido de una sirena la hizo volverse y vio como el sheriff bajaba la ventanilla del copiloto— ¡Paula! No me lo podía creer cuando te he visto.


—¡Disculpe sheriff, pero tengo algo que resolver! — dejándolo con la boca abierta fue hasta la acera y entró en la tienda, sintiendo que se la llevaran los demonios. Esa zorra intentaba matarla y caminaba tranquilamente por la calle. Se iba a enterar.


Al no verla en la tienda, buscó los probadores y con pasos enérgicos caminó hacia ellos mientras la dependienta la interceptaba— ¿Necesita algo?


—De ti no.— dijo apartándola antes de seguir su camino. 


Abrió la enorme cortina granate y allí estaba la muy zorra probándose un modelito violeta. La mujer que iba con ella la miró con los ojos como platos— Está ocupado.


—Ya lo veo. — Lorena al oír su voz, levantó la vista mirándola a través del espejo y palideció. Pero Paula no iba a dejar que esta vez se saliera de rositas, así que la cogió por la melena tirando de ella hacia atrás, mientras la mujer gritaba asombrada que soltara a su hija— ¿Es su hija? — gritó con esfuerzo, tirando del pelo de Paula fuera del probador —¿Y sabe que ha criado a una asesina?


La mujer palideció— Eso son mentiras del pueblo. ¡Lorena no ha hecho nada! Han querido hundir su reputación y ha corrido los rumores sobre esa chica, pero…


—¡Esa chica soy yo, señora! — gritó levantándose la camiseta y enseñando la enorme cicatriz que tenía en el vientre. Lorena sentada en el suelo palideció al ver la cicatriz en el espejo y dejando caer la camiseta se acercó a su oído para decir— Te vas a pasar mucho tiempo en la cárcel, zorra. Les vas a encantar a tus compañeras.


Lorena intentó levantarse y para sorpresa de Paula, corrió hacia la salida mientras su madre se desmayaba, cayendo redonda sobre la moqueta granate. Paula corrió tras ella y se tiró sobre su espalda justo antes de que saliera a la calle. 


Las empleadas las miraban con los ojos como platos, mientras la encargada cogía el teléfono.


—Tranquila, si el sheriff está fuera. — dijo sin aliento mientras Lorena gimoteaba con la cara sobre la moqueta— ¿Te rindes, puta?


—Muérete.


—Eso quisieras. —se levantó cogiéndola por la espalda del vestido, pero Lorena se revolvió, girando de golpe y empujándola sobre un perchero lleno de ropa. Lorena entrecerró los ojos y Paula se preparó para su ataque porque era tan estúpida que creía que ganaría esa vez también. Paula se levantó justo cuando ella iba a lanzarse a la carga y aprovechando la sorpresa, se agachó dándole con la cabeza sobre el estómago. Lo que pasó, es que no se detuvo a tiempo y atravesaron el escaparate cayendo sobre el coche que estaba aparcando en la acera. El sheriff las miró con la boca abierta. Paula se levantaba del suelo, clavándose varios cristales en las manos, mientras que Lorena estaba lloriqueando sobre el capo del coche algo sobre su espalda.


— ¡Espero que te frían, puta! — se volvió hacia el sheriff y sonrió— Esta mujer intentó matarme.


El sheriff levantó una ceja— Lo discutiremos en comisaría.


Esa frase le recordó otra en cierto baile— Es broma, ¿no? ¡Intentó matarme!


—¡De momento solo he visto una agresión y ha sido la tuya hacia ella! ¡A comisaría!


Para su asombro la esposaron a la espalda mientras, otro coche del sheriff aparcaba como podía. Una mujer se bajó del coche entrecerrando los ojos y al verle la cara a Paula sonrió— ¡Has vuelto! Te reconozco por las fotos de busca y captura.


—¡Pues sí! ¿Y para qué? ¡Para que me detengan!


—El juez está deseando verte— dijo la mujer sonriendo — ¿Sabías que el juez Bronson tiene malas pulgas?


—Algo me han dicho. — respondió entre dientes.


—Te has saltado el arresto domiciliario. — dijo el sheriff dejándola atónita.


—No hablarás en serio. ¡Me estaba muriendo!


—Se lo explicarás a él. Seguro que lo perdona.


—¿Seguro? — aquello era surrealista. La mujer, que al parecer se llamaba Melisa, ayudó a meterla en el coche mientras varios curiosos preguntaban qué había ocurrido. Trataban a Lorena como si fuera la víctima y entrecerró los ojos furiosa. En cuanto el sheriff se sentó tras el volante le gritó— ¿Y ella qué?


—Va con mi ayudante. Tranquila, también estará allí— sonriendo encantado arrancó el coche— Eres propensa a meterte en líos, ¿verdad?


Surrealista era poco y replicó— ¿Tú crees?


—Ahora que te has librado de los Falconi, te metes con los Spencer.


—Ella se metió conmigo primero.


—Pues debo decirte que no lo tienes fácil. — dijo el perdiendo algo la sonrisa— No hay pruebas contra ella y tú no estabas, así que…


—Me lo suponía. Pero mi testimonio…


—Es tu palabra contra la suya.


—¿Y el cuchillo?


—Sólo tenía una prueba parcial y ella reconoció que lo había tocado un día que Pedro estaba en la casa.


—¿Era de Pedro? — preguntó asombrada.


—Sí.


Aquello se estaba poniendo mejor por momentos— Bueno, ¿y ahora qué?


—Ahora vamos a hablar con el juez Bronson, para ver qué decide.


Con la suerte que tenía seguro que la enchironaba. Para su sorpresa el juez Bronson parecía que acababa de salir de la universidad. Ella esperaba un carcamal con mala uva, pero era un juez muy joven con mala uva. La vez anterior al leer las declaraciones la había llamado por teléfono, pero esa vez la miraba cara a cara y le puso los pelos de punta.


—Señorita Chaves. ¿Otra vez detenida por agresión?


—¡Señoría, caminaba por la calle como si no hubiera hecho nada! — dijo de los nervios señalando a Lorena, que lloriqueaba como una niña— ¡Intentó matarme!


—¡Eso es mentira! —gritó Lorena saliendo de su estado— ¡Sólo quiere hundirme porque sabe que Pedro me quiere a mí!


El sheriff miró a Lorena como si estuviera mal de la cabeza y el juez también, que inmediatamente dijo— ¿Así que Pedro te quiere a ti?


—Oh, sí. Desde hace años. Está esperando a que crezca.


Ahora sí que Paula la miró como si estuviera loca y realmente a aquella tía le faltaba un tornillo. El juez dijo mirando al sheriff— Necesitamos un informe psicológico. —el sheriff asintió vehementemente —Mientras tanto y puesto que ha habido otra agresión a la señorita Spencer… —dijo mirándola a los ojos— la condeno a tres meses de arresto domiciliario. Eso si no quiere ir a juicio con su abogado…—se le quedó mirando con la boca abierta— Tiene que tener en cuenta que no pienso tolerar en mi juzgado, que alguien se tome la justicia por su mano. ¿Me ha entendido?


—¿La justicia por mi mano? — preguntó furiosa dando un paso hacia él sin pensar. Se levantó la camiseta enseñando la cicatriz— ¿Cree de verdad que me he tomado la justicia por mi mano, inútil de mierda?


Todos se quedaron de piedra al ver la enorme cicatriz. El juez carraspeó desviando la mirada— Tres meses y una semana por desacato. — golpeó con el mazo en el estrado y
se levantó a toda prisa porque temía que se tirara sobre él y durante un momento a Paula se le pasó por la cabeza.


Lorena soltó una risita y se volvió para arrearle otra vez, cuando el sheriff la cogió por el brazo intentando retener la risa —Cálmate.


—¿Que me calme? ¡Me ha arrestado a mí! — gritó asombrada. Entonces se dio cuenta que no tenía domicilio para cumplir la pena y gimió pasándose una mano por la frente —No tengo casa.


—Los Alfonso estarán más que encantados de recibirte.


—¿Seguro?


El sheriff se echó a reír llevándola del brazo y cuando salieron a la calle, entrecerró los ojos cuando vio el coche del sheriff —¿Es una broma? ¿Voy a llegar así a casa después de casi ocho meses?


—Pues sí. Estás bajo arresto.


Al menos dejó que se sentara delante y se mordió el labio inferior a medida que se acercaban al rancho — Tranquila, estarán encantados de verte.






REFUGIO: CAPITULO 19




Tres semanas después estaba en su nuevo apartamento en los Ángeles, mirando por la ventana los cubos de basura del callejón. Nada que ver con la vista que tenía desde el porche de Pedro. Suspiró pensando en él. Seguramente ya se había olvidado de ella.


—Ya está. — dijo Gerardo tras ella.


Plantó una sonrisa en su cara y se volvió para verlo al lado de su maleta mirándola indeciso — Hablaré con tu madre cuando llegue, para decirle que estás bien sin explicarle dónde estás.


—Gracias. — sus ojos se llenaron de lágrimas ante la perspectiva de estar sola otra vez y su primo abrió los brazos. Se acercó a toda prisa y le abrazó— Gracias por todo. Siempre puedo contar contigo.


—Siempre podrás contar conmigo. —la apretó contra él. —Llámame si me necesitas.


Los dos sabían que esas palabras indicaban que debía estar en peligro de verdad y asintió separándose —Dale un beso a mamá de mi parte. — dijo limpiándose las lágrimas— Y dile que la quiero.


—Se lo diré. — cogió su maleta y fue hasta la puerta— Cuídate mucho.


—Te quiero.


—Y yo a ti, enana. — sonrió con tristeza y salió al pasillo.


Paula apretó los labios cerrando la puerta tras él. Miró su minúsculo apartamento que para ser en los Ángeles tenía poca luz y les dio un repaso a los muebles que eran horribles— Volver a empezar. — susurró otra vez yendo hasta la ventana para mirar al exterior.


Como todavía tenía las revisiones no podía trabajar, así que se pasaba en aquel piso muchas horas al día. Sólo salía por la mañana para hacer algo de compra y dar un paseo para ganar fuerzas. La depresión hizo mella en ella, porque se encontraba mucho peor que al principio. Echaba de menos a todos, a su familia, a los Alfonso, pero sobre todo a Pedro


Lloraba por nada y estaba muy delgada, porque no le apetecía ni comer.


Su contacto en protección de testigos le consiguió un trabajo en una pizzería y ella estaba indignada. Aunque su jefe estaba encantado con ella, porque la clientela se había duplicado. Llegaba agotada a casa y sólo quería dormir, porque cuando dormía veía a Pedro y el dolor que tenía en el pecho se reducía.


Pasaron los meses y Paula se fue amoldando a su nueva vida. No tenía ordenador porque se había quedado en la casa de los Alfonso y con lo que ganaba sólo le daba para sobrevivir, así que no podía comprarse otro. De vez en cuando se iba a un cibercafé para mirar si había alguna noticia sobre la zona de Victoria, que le dijera algo de Pedro


No le extrañó no encontrar nada sobre Lorena, porque al haber desaparecido seguro que nadie la había acusado de nada. Sonrió cuando encontró una noticia sobre la señora Swan. Era una entrevista sobre las clases que daba y estaba pensando en aumentar las actividades a otro día. La mujer explicaba que era tal el éxito que habían tenido, que darían clase de yoga para que las amas de casa se relajaran. Paula suspiró pensando que estaría encantada de ir a esas clases con Carolina y las demás. Se preguntó qué sería de ella le pues le había pegado un susto terrible. Entonces le dio un vuelco el corazón. En ella podía confiar. Lo sabía. Buscó su nombre en el listín telefónico y lo apuntó en una servilleta del cibercafé. Caminó diez manzanas y de los nervios descolgó el auricular de un teléfono público, pensando en si era buena idea. Lo volvió a colgar suspirando mientras sentía que su corazón iba a mil por hora, pero se moría por tener noticias de Pedro, así que marcó antes de arrepentirse.


—Casa de los Red. — la voz de un niño pequeño le hizo sonreír.


—¿Está tu mamá?


—Mamá está en clase de pintura. Va a copiar algo de Gong gong. Yo le he dicho que no es bueno que copie. En el cole no nos dejan copiar.


—Ah. —divertida añadió— Vale, entonces llamaré más tarde.


—Vale, ¿le digo tu nombre?


—Dile que Paula ha llamado.


—¿Con quién hablas, Matt? — preguntó la voz de un hombre. Colgó el teléfono antes de que Bill se pusiera al teléfono.


Increíblemente hablar con Matt la hizo sentir mucho mejor y se fue a comer una hamburguesa. Nerviosa no pudo acabársela, pero hacía mucho que no comía tanto, así que no le dio importancia. Más nerviosa que antes, cuando habían pasado dos horas marcó el número y esperó mirando a su alrededor. Un patinador pasó a su lado casi rozándola — ¿Casa de los Red?


Sonrió al oír a Matt— ¿Está tu madre?


— ¿Eres Paula?


Le arrebataron el teléfono — ¿Eres tú? —la voz ansiosa de Carolina le indicó que se esperaba que fuera ella— ¿Paula? ¿Estás ahí?


—Sí, estoy aquí. — respondió sonriendo.


—Dios mío, gracias a Dios. ¿Estás bien?


—Mucho mejor, aunque ha sido duro y muy largo.


—No parecía que fueras a lograrlo. — dijo Carolina emocionada— Dios mío, Pedro se va a poner como loco.


—¿Cómo está? ¿Cómo están todos? — la ansiedad de su voz hizo que Carolina respondiera a toda prisa.


—Bien. El abuelo ha estado algo resfriado, pero bien. Estaban muy disgustados, sobre todo por no saber en qué había acabado todo. Armando estaba convencido que no lo habías logrado y lloró como un niño.


Los ojos de Paula se llenaron de lágrimas— Diles que estoy bien y que en cuanto pueda les llamaré.


—Pueden hablar contigo desde aquí. — se ofreció Carolina —Sería seguro, ¿no? Nadie sabe…


No era mala idea y apretó el teléfono— ¿No te importa?


—Claro que no.


—Mañana a las siete llamaré.


—Organizaré una cena para que tengan excusa para venir.


—No les digas nada. Que sea una sorpresa. —sugirió emocionada.


—Genial. Hasta mañana, Paula.


—Hasta mañana. Y gracias, eres genial.


—Tonterías.



***


Esa noche no pegó ojo y muy nerviosa a las siete, hora de Victoria, marcó el teléfono desde una cabina pública en una calle distinta que la vez anterior. En el segundo tono se dio cuenta que sus manos temblaban y apretó el auricular con ambas manos— Rancho de los Red.


La voz indiferente de Pedro le provocó un vuelco al corazón y tuvo que tragar saliva antes de decir—Hola, descarado.


Escuchó que la respiración de Pedro se cortaba— ¿Nena? Cielo, ¿eres tú?


—Sí. — se emocionó y se volvió para que las personas que caminaban por la calle no la vieran— Soy yo.


—Dios mío. ¿Estás bien?


—¿Quién es? — preguntó el abuelo tras él, provocando que ella sonriera.


—¿Es la niña? — Armando no se lo podía creer.


—¡Silencio, no la oigo! ¿Sigues ahí?


—Sí, estoy bien. — respondió divertida— Gerardo dice que todavía le debes el favor.


—¿Dónde estás? Dímelo nena y voy a por ti.


—Las cosas están bien como están. Es lo mejor para todos.


—¡Dime dónde estás! —gritó Pedro fuera de sí.


Paula ya no pudo retener las lágrimas— Sólo llamo para que sepas que estoy bien. No te voy a decir donde estoy, así que no insistas. Ahora ponme con el abuelo. Quiero hablar con él. — se limpió la mejilla escuchando como pasaba el teléfono — Hola, abuelo.


—¡Niña, no he tenido un desayuno decente desde que esa bruja te hizo eso!


—Pues lo siento mucho, pero no voy a poder hacer nada, abuelo. —soltó una risita porque no cambiaría nunca— ¿Te encuentras bien? Me han dicho que has estado resfriado.


—Va, una tontería, niña. ¿Cómo estás tú? ¿Tan bonita como siempre?


Paula dijo sin poder evitar llorar— No tanto, pero no estoy mal.


—No llores, niña. Vuelve a casa.


Alguien le arrebató el teléfono al abuelo— Nena, dime dónde estás.


—No puedo. Dale un beso a todos de mi parte…— se quedó en silencio unos segundos escuchando su respiración— Tengo que colgar.


—Sobre Lorena…


—Me da igual Lorena. —y era cierto. Debía ser que cuando machacaban tu vida llegaba un punto que ya todo daba igual — ¿Estás bien?


—Sí, cielo. Estoy bien y ahora que sé que estás recuperada mucho mejor.


Paula sorbió por la nariz —Te echo de menos.


—¡Joder, dime dónde estás!


—Adiós, Paula — colgar ese teléfono fue lo más difícil que había hecho en la vida.





REFUGIO: CAPITULO 18





Abrió los ojos mientras la trasladaban en el helicóptero, pero la mareó y los volvió a cerrar, sintiéndose mucho mejor. La siguiente vez que se despertó, vio a un hombre con una bata blanca, hablando con otro que llevaba un traje negro. Ambos estaban muy serios y ella al no reconocerlos, volvió a dejarse llevar por el sueño. Los ojos azules de Pedro y los momentos que habían pasado juntos, la acompañaron durante esas horas de inconsciencia. También tuvo sueños de cuando era niña y su madre la enseñaba a cocinar los fines de semana. Vio a su primo Gerardo tirándole de la trenza, mientras corrían por el jardín y como le había dicho a un chico en el instituto que le gustaba, mientras sus amigas soltaban risitas tontas y él le decía que quedaran el sábado. 


Tuvo sueños de todos los momentos de su vida donde fue realmente feliz y muchos tenían que ver con Pedro. En como la miraba mientras hacían el amor o en como la reñía, para luego besarla hasta dejarla atontada. Suspiró en sueños sintiendo el roce de sus labios y alguien le acarició la mano. 


Cuando abrió los ojos vio a su primo sentado a su lado y se sorprendió mirando a su alrededor— Hola, enana.
 — dijo sonriendo mirándola con sus mismos ojos verdes— ¿Te duele?


—Estoy viva. — dijo asombrada haciéndole perder la sonrisa.


—Sí. Por los pelos, pero estás viva. Han tenido que recomponerte. Tenías dañado el intestino y parte del estómago. Es un milagro que hayas sobrevivido.


Asintió entendiendo todo lo que le decía— ¿Pero me pondré bien?


—Creen que sí. — le apretó la mano y ella le correspondió —En menudo lío te has metido.


—Como siempre. — hizo una mueca mirando a su alrededor —¿Dónde estoy? ¿Estoy en Victoria?


Gerardo se enderezó en la silla y dijo— En los Ángeles.


Abrió los ojos como platos— ¿Y cómo he llegado hasta aquí?


—En cuanto salió tu nombre en el ingreso, llegaron los de la fiscalía y protección de testigos. Se te llevaron en cuanto pudieron trasladarte.


—¿Y Pedro y el abuelo? — asustada se movió sin querer haciendo un gesto de dolor —¿Y Armando?


—Tranquila. —le acarició el hombro para que se tranquilizara— Tienes una convalecencia muy dura por delante y era lo mejor. Sacarte de allí, donde ya estabas expuesta y traerte a un sitio seguro. Por cierto, te llamas Mara Darwing.


—¿Y tú?


—Yo como trabajo para el departamento de policía, me han dado permiso para estar contigo durante una temporada, diciendo que soy tu hermano. Por primera vez es una suerte que los dos seamos pelirrojos.


—¿Pedro sabe que estoy bien?


Gerardo negó con la cabeza — No sabe nada de ti desde hace diez días.


—¡Diez días! ¿Y mamá?


—Tu madre no sabe nada. Ni siquiera que has sido apuñalada.


Suspiró de alivio y cerró los ojos— Tienes que hablar con Pedro, no quiero que se preocupe.


—Debería haberte cuidado mejor, para no tener que preocuparse. —dijo cortante— Me ha decepcionado y me seguirá debiendo un favor.


—No hables así. ¡Pedro ha hecho lo que ha podido! He puesto a su familia en peligro y no tenías derecho a ponerle en ese compromiso. — le fulminó con sus ojos verdes —Además me apuñaló la loca de la vecina, que parecía una mosquita muerta para luego demostrar que está como un cencerro.


Gerardo sonrió— ¿Le estás defendiendo?


—¡Sí! ¡Y cómo te metas con él, seré yo la que te tire de los pelos! ¡Ahora saca tu móvil y llámalo, que quiero hablar con él!


—Eso no va a poder ser.


Lo miró asombrada— ¿Por qué?


—Porque no puedes ponerte en contacto con nadie de tus vidas anteriores. Estás en protección de testigos.


—¿Es una broma?


—No. Se ha filtrado a la prensa tu nombre y cierta historia sobre que querían sacar a la luz tu paradero para que Terminator te liquidara. Entonces salió a la relucir el juicio con los Falconi y vuelves a estar en primera línea, siendo ellos los principales sospechosos. Ahora no les queda más remedio que protegerte por la cuenta que les trae.


—No voy a volver a estar encerrada para que los cojan. Parece que la delincuente soy yo y estoy harta. — cerró los ojos agotada.


—Buscaremos una solución. Ahora duerme.


—Llama a Pedro. No quiero que se preocupe por mí. Dile que le llamaré cuando pueda.


—Paula…— la voz de advertencia de Gerardo hizo que abriera los ojos— Le dejaré el mensaje, pero nada más. ¿Me has entendido? Casi te perdemos y no quiero tener que decirle a tu madre, que te has ido al otro barrio por tus inconsciencias. Y me harás caso, porque esta vez pienso hacer lo que sea para que te libres de todo. Sea legal o ilegal.


—No digas eso. — le apretó la mano— Debes defender la ley. Es tu trabajo.


—Menuda mierda de trabajo, que no puedo ni ayudar a mi prima. —su primo suspiró y se dio cuenta que estaba agotado —Ahora duérmete, para que pueda echar una cabezadita.


—Gracias. — susurró mirando sus ojos.


—Cuando me toque a mí, tú estarás ahí.


—No creas. — respondió sonriendo.



***


Al día siguiente en cuanto se despertó, le preguntó a su primo si había llamado a Pedro, pero su primo le respondió que no había tenido tiempo a ir a un teléfono libre de sospechas. Pasaron cuatro días y empezó a cabrearse— Llámale ahora mismo, ¿me oyes?


—Estoy esperando a encontrar…


—Pues búscalo de una puñetera vez o me arrastro de la cama, para llamar desde el primer móvil que le encuentre a una vieja.


Gerardo sonrió— Lo buscaré y le llamaré para que se quede tranquilo.



****


Al día siguiente le hicieron una prueba para comprobar su tránsito intestinal y la dejaron hecha un trapo, así que no tuvo ganas de hablar con nadie. Su médico quedó muy contenta con el resultado — En diez días saldrás de aquí.


—¿Diez días? — ¿eso no era mucho?


—Sí. En un par de días empezaremos ingiriendo líquidos, a ver qué tal.


—Empezaré yo, porque no la veo a usted tomando sólo líquidos. — refunfuñó molesta. La doctora le guiñó un ojo justo antes de salir y Gerardo la miró divertido— ¿Qué? Que sea tan risueña me pone de los nervios.


Gerardo levantó las manos pidiendo paz—De acuerdo, gruñona. — fue hasta la puerta y la abrió — Me largo a comer una hamburguesa.


—¡Serás imbécil! ¡Espero que se te atragante! — le gritó desgañitada muerta de hambre cogiendo el mando de la tele.


Cuando volvió se había quedado dormida viendo una telenovela. Pero al día siguiente volvió a la carga— ¿Has llamado a Pedro?


Su primo suspiró y se sentó en la silla a su lado cogiéndole la mano— No puedo llamarle, Paula.


—¿Por qué?


La miró a los ojos— No voy a ponerles en peligro, porque tendrán los teléfonos pinchados. Y tampoco pienso ponerte en riesgo a ti si descubren que la llamada procede de los Ángeles.


Los ojos de Paula se llenaron de lágrimas— Pero no saben lo que ha pasado…— dijo angustiada— No saben que estoy bien y…


—¡Si no piensas en tu seguridad, piensa en la suya, Paula!


Sintió un nudo en el estómago y miró al techo. Su primo tenía razón, pero le daba tanta rabia no poder decirles que estaba bien, que se iba a recuperar…


Recordó todas las veces que había querido irse para protegerles y ahora se empeñaba en ponerse en contacto con ellos, con lo peligroso que era. Miró a su primo y asintió forzando una sonrisa.


— Es lo mejor para todos. Cuando se solucione puedes hablar con ellos y explicárselo.


—Sí. Hablaré con ellos y lo entenderán.


—Claro que lo entenderán. — Gerardo sonrió porque al fin la había convencido.


—¿Por qué te debía un favor, Pedro?


Gerardo sonrió— Hace unos años, yo era un novato en el ejército y él era seal, de operaciones especiales. — Paula asintió— Estábamos en una cantina del ejército y una de las camareras entró en el baño tras él. Yo lo vi y me pareció que esa tía le iba a buscar problemas al teniente, porque Pedro no la había mirado en ningún momento.


—¿Era teniente?


—Sí. Uno de los mejores. — parecía orgulloso de él y Paula sonrió— Se rumoreaba que tenía un rancho y la tía quería sacar tajada. Cuando entré en el baño, me la encontré rompiéndose la camiseta— Paula se quedó con la boca abierta— Iba a denunciarlo y cuando vi lo que estaba haciendo, le dije que yo testificaría. La tía salió corriendo y no la volvimos a ver en la cantina.


—La intimidaste.


—La cara de Pedro al verla romperse la camiseta también daba miedo. Pero él sabía que sino llega a ser por mí, hubiera sido su palabra contra la esa mujer y es un hombre
de palabra. Me dijo que me debía una y yo me la cobré.


—¡Pero si no hiciste nada! — dijo indignada— ¡Los favores no son comparables!


—Estaba en el ejército. —dijo molesto— ¡Se hubiera metido en un lío de mil demonios!


—Aprovechado. — enfadada entrecerró los ojos— Te has pasado de la raya.


—¡Si ni siquiera te protegió! — gritó furioso — ¡Todavía me debe el favor!


—¡Y una mierda! ¡Cómo me entere de que le vuelves a molestar, te retuerzo las orejas! ¿Me oyes?


—Ya veremos.


—¡No veremos nada! ¡Prométemelo!


—No.


—¡Gerardo!


—He dicho que no. Ahora dame el mando de la tele, que tú sólo pones chorradas.


—¡Es mío!


Se pusieron a discutir como si tuvieran otra vez once años y la enfermera sonrió al verlos antes de echarles la bronca como si fuera su madre.