lunes, 8 de febrero de 2016

INCONFESABLE: CAPITULO FINAL




Algo más de un año después…


—¿Has descubierto algo? —le preguntó Paula a Clara mientras mecía a la pequeña Margarita, su primera hija con Pedro.


—Puede —dijo la rubia con una sonrisa enigmática.


—¿Y bien? ¿Qué más? Di algo por favor.


—No sé si debo hacerlo —contestó la otra algo molesta—, nunca me has querido contar nada, y ahora resulta que me necesitas. Y nada menos que para ayudar al estirado de tu hermano.


—Vamos, Clara, las dos sabemos cuánto estás disfrutando con esto.


Paula miró a su amiga alzando las cejas, animándola a hablar. No le iba a insistir mucho, porque finalmente acabaría soltándolo todo, pero la incertidumbre acabaría matándola. Y estaba preocupada por Ricardo.


—He decidido que mejor te doy una sorpresa, y de paso otra a Hastings, a ver si de una vez termina por tratarme como corresponde.


—Tú solita te lo buscas —le recordó mientras observaba dormir a su pequeña.


—A él nunca le he hecho nada; al revés, cuando me pidió ayuda para encontrarte, se la di —puntualizó molesta.


—Tu marido no piensa lo mismo —señaló Paula mientras acostaba a la pequeña en su cunita.


—Pues Alfonso está muy contento de tenerme como amiga, pregúntale.


Mientras le recordaba a Paula que, si no hubiese sido por ella, ellos dos ahora no estarían juntos, un ruido procedente de la biblioteca llamó su atención. Paula salió de donde estaba, el saloncito de té de su madre, puesto que estaban pasando unos días en casa de su hermano Ricardo para que conociera a la pequeña, con la intención de ver lo que ocurría.


—¡Dónde está! —preguntó un enfadado Julian a la vez que se dirigía en su dirección—. ¡Dime ahora mismo dónde está mi mujer!


Paula le señaló la habitación donde se encontraba Clara, sorprendida y expectante. ¿Qué habría hecho ahora su amiga?


Penfried la apartó sin muchos miramientos y entró hecho un basilisco en la estancia donde se hallaba su esposa, quien al verlo abrió los ojos mientras se metía un panecillo en la boca, pero no dijo nada, siguió comiendo como si tal cosa, mirando a su marido, retándolo a que le dijese algo.


—¿Qué te había dicho de inmiscuirte en la vida de mis amigos? —le preguntó furioso; sin embargo, ella ni se inmutó, y Paula tuvo que taparse la boca para que Julian no la viera sonreír.


—Me han pedido ayuda.


—¡Ayuda! —exclamó apoyando las dos manos sobre la mesa donde la otra se encontraba—. ¿Quién diablos es tan estúpido para pedirte ayuda a ti?


—Ella —le dijo señalando con toda la tranquilidad del mundo a Paula, quien por poco se atraganta ante lo que Clara insinuaba.


—¿Es eso cierto? —le preguntó el hombre muy serio.



—Yo… noo… —no sabía qué decir—, ¿para quién te he pedido ayuda?


¿De qué estaba hablando Clara?


—Me dijiste que Ricardo estaba amargado y era infeliz, que te ayudara a descubrir el paradero de Marianne.


—¿Qué has hecho, Clara? —Si no la estrangulaba Julian, lo haría ella misma.


—Nada —se levantó indignada—, sólo le he dicho a tu hermano dónde puede meterse sus estrictos códigos morales, antes de revelarle el paradero de ella y de su hijo.


Una vez que Paula hubo asimilado dicha información, la miró y salió tras ella.


—Te voy a matar —exclamó hecha una furia mientras corría por la habitación detrás de su amiga.


—Sólo lo he ayudado a encontrar su camino —intentaba explicarle mientras se escondía tras la espalda de su marido, quien, por cierto, no hacía nada por ayudarla.


—A tu esposo también lo ayudé, y mira cómo salió todo.


Clara procuraba esquivar a una Paula que estaba muy enojada.


—¿Y tenías que darle la información de esa forma?


—A mí me dijo que estabas embarazada y que te casabas con otro en dos días —intervino Pedro sonriendo al ver la escena—. Thomas me ha dicho que estaba la tarde entretenida y he querido venir a ver si podía ayudar —le explicó a Penfried, que lo miraba cansado.


—No es lo mismo —le dijo Paula angustiada—. Mi pobre hermano…


Alfonso la tomó de la mano y la sentó en una silla, después se puso a su lado, de cuclillas, a la vez que le acariciaba la palma de la mano para tranquilizarla.


—Tu pobre hermano se merece que Clara lo atosigue un poco —dijo sonriente—. Piensa en cuánto tiempo tardé yo en ir en tu busca después de que viniera a verme.


—Muy poco —asintió más relajada.


—¿Lo ves? —apostilló Clara con arrogancia.


—Ahora mismo estoy enfadada contigo.


Ni siquiera la miró cuando le habló. No quería mirar a nadie.


 ¡Su pobre Ricardo!


—Mírame, Paula —le ordenó Pedro—, todo va a salir bien.


Y ella le creyó porque se lo decía su marido, el hombre que la amaba y al que ella amaba.


Y, si no era así, todavía podía matar a Clara.






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