miércoles, 3 de febrero de 2016

INCONFESABLE: CAPITULO 9





Si lo hubiesen golpeado en ese instante, ni lo habría notado. 


¡Por todos los diablos! Maldijo entre dientes una y todas las veces que consideró necesarias. ¿Cómo que esa joven era la hermana de Chaves? ¿Se había acostado con la hermana pequeña del conde? ¿De su reciente amigo? 


Pensó que, de haber sido una mujer, se habría desmayado allí mismo y ni las sales habrían podido reanimarlo. ¿Era posible tener tan mala suerte? Sin poder evitarlo, recordó la trampa en la que se vio envuelto Penfried y que lo llevó al altar de la mano de lady Clara Stanton.


Y empezó a sudar.


¿Lo habría invitado Ricardo para hablar sobre el honor mancillado de su hermana y obligarlo a desposarla? Desde luego era la misma muchacha, de eso no tenía dudas, aunque su actitud en aquel momento, allí de pie, junto al hombre, recibiendo a los invitados de su hermano, era la de una verdadera dama educada bajo los estrictos dictados que marcaba la sociedad: es decir, sosa y aburrida. Nadie hubiera dicho que era la misma chica desatada de la noche anterior, que se tocaba y gemía buscando su propio placer, y que lo había hecho conducirse movido por la pasión. Tenía lógica que la joven estuviese en casa de Rodolfo; después de todo, era su sobrina. «Y la mujer por la que has pasado una noche en vela pensando en cómo encontrarla para volver a poseerla.»


Recordó la invitación que le hizo Chaves, cuyo motivo, según éste, no era otro que el de que su tío también acudiría esa noche; así él podría intentar averiguar algo sobre los dichosos documentos. Debía creer que no había una razón oculta, Ricardo no era hombre de intrigas. Intentó convencerse de ello, una y otra vez; sin embargo, cuándo se trataba de restaurar el honor de una hermana… Sólo esperaba que no fuera eso. Por el bien de todos.


Volviendo su atención a Paula Chaves, la estudió con más atención. ¿Así que de ese modo era cómo se llamaba la mujer que le había quitado el sueño? Intentó que no fuese demasiado evidente su interés por ella para evitar preguntas indiscretas, y rezó por conseguirlo, porque se sentía atraído hacia ella como por un imán. Por lo visto usaba lentes, horribles por cierto, aunque no desmejoraban su aspecto. No es que fuese poseedora de una gran belleza, pero era atractiva y, si le soltaba el aterciopelado cabello de fuego sobre la piel de porcelana, que irónicamente carecía de las típicas pecas de las pelirrojas, podía considerarla hermosa. 


Al menos a él se lo pareció la noche anterior, y no iba bebido. Y se lo pareció en aquel momento cuando tuvo que hacer un gran esfuerzo por evitar que su miembro tomara la iniciativa de sus actos. «Tranquilo.» Respiró hondo.


Se estiró los puños en un gesto nervioso cuando le llegó el turno de saludar a los anfitriones. Nunca había sido un cobarde y no iba a achantarse en ese preciso instante por culpa de una jovencita perversa y de mal comportamiento. Y que le había robado la cordura.


—¡Hombre, Alfonso! —lo saludó Ricardo, mientras la mujer que se le escapó de entre los dedos la noche anterior lo miraba como si fuera la primera vez que lo veía—. Permíteme que te presente a mi hermana Paula, creo que ya te he hablado de ella.


—Señorita. –Tomó su mano y se la llevó a los labios, pero no la tocó, no se atrevía.


Pedro actuó mecánicamente saludando de manera cortés a ambos hermanos. Esperaba que de un momento a otro lo instaran a hablar en privado para obligarlo a acceder a llevar a la joven al altar, o acudir en armas al amanecer. Para su consternación, sólo tenía una opción, la segunda, puesto que el matrimonio estaba descartado. Totalmente. Esperó a ver qué hacía ella antes de meter la pata de alguna forma, con la vaga esperanza de que la joven no lo delatara; sin embargo, estaba convencido de que no sería así, por lo que empezó a contar mentalmente cuánto tardaría en hacerse la dama ultrajada y exigir una reparación.


«Un, dos, tres, cuatro, cinco…»


Pedro —Chaves parecía preocupado—, ¿te ocurre algo? Pareces a punto de desmayarte.


«…seis, siete, ocho, nueve…» Estaba seguro de que iba a hacerlo.


—Señor —le dijo ella intrigada mientras le colocaba de forma inocente una mano sobre el antebrazo, provocando que Pedro tuviese la sensación de haberse quemado—, ¿se encuentra bien? Si quiere puedo acompañarlo al salón privado para que se recupere un poco y, más tarde, cuando se encuentre repuesto, pueda incorporarse a la cena.


Pues se quedaría en nueve.


La muy zángana era la viva imagen de la hipocresía, actuaba como si se viesen por primera vez; como si la noche anterior, mejor dicho, como si hacía menos de veinticuatro horas, no se hubiese abierto de piernas para él.


Mostraba una preocupación sincera por su salud, fingiendo desconocer el motivo de su tensión; no obstante, retiró la mano inmediatamente de su cuerpo, y Pedro se reconfortó pensando que ella también lo había sentido.


—Perfectamente —dijo recuperándose del shock—, sólo estoy un poco cansado. Anoche me acosté muy tarde esperando a alguien.


Al decir esto último, la miró, esperando ver algún tipo de reacción en ella, tal vez una mirada cómplice, un sonrojo, algo. Nada. Lo miraba directamente, sin un ápice de pudor o vergüenza, con cara de preocupación, pero no por ella, sino por él.


—Debes cuidarte más, Alfonso —sugirió el otro hombre haciéndole un guiño, extrañado por su comportamiento—. Ahora, si nos disculpas, tenemos que continuar dando la bienvenida a los demás invitados.


—Por supuesto, lo siento.


Chaves lo había amonestado discretamente, no en vano se había quedado parado junto a ellos, obstaculizando al resto de los invitados que iban llegando, sin querer marcharse de allí hasta que ella dijera algo, una seña para que se vieran más tarde, un gesto íntimo, ¿qué sabía él? Sólo era consciente de que tenían una conversación pendiente.


—No hace falta que se excuse, lord Alfonso—le dijo ella con una sonrisa sincera—, pero debería tomar algo de beber, parece descompuesto.


—¿Lo considera necesario?


—Desde luego.


—Tendré que seguir sus indicaciones, señorita.


—Sería recomendable.


Pedro la hubiese estrangulado allí mismo. ¿Se podía ser más descarada? Decididamente, no. La joven Paula Chaves, el modelo de rectitud y buen comportamiento del que Ricardo alardeaba, era pura fachada. O, expresado de otra forma, era todo un modelo a seguir en lo que a hipocresía se refería. «Y en mujer apasionada», pensó con pesar.


—Creo que seguiré su consejo.


Ella se limitó a asentir con la cabeza para volverse a saludar a otra persona, olvidándose por completo de él mientras su hermano hacía lo propio, así que se vio obligado a alejarse y esperar que la noche transcurriese según los planes de aquella jovencita. ¿Se estaría burlando de él? En realidad tenía que estar agradecido de que ella hubiese actuado con tanta indiferencia, como si no lo conociese, mejor eso a que hiciera una escena, ¿no? «Pues la verdad es que no le agradezco nada», murmuró por lo bajo, consciente de que ésa iba a ser una noche muy larga.


Paula, por su parte, estaba tan metida en sus propios problemas que no prestó mucha atención al marqués que le había presentado su hermano. ¿Lord Alfonso había dicho que era? Pudiera ser. El hombre parecía verdaderamente consternado cuando lo saludaron, y ella hasta llegó a preocuparse de que sufriera un vahído y acabara estampado contra el suelo. Sin embargo, éste pareció rechazar su ayuda cuando se la ofreció, incluso percibió el respingo del hombre cuando lo tocó y, aunque ella se sintió por un momento extasiada al tocar ese brazo masculino, retiró en seguida su mano para evitar ser asaltada de nuevo por su excesiva lujuria. Paula hubiese jurado que más que enfermo parecía asustado por algo, o tal vez no, bueno, qué más daba, seguramente estaría verdaderamente enfermo y su imaginación volvía a apoderarse de ella. Aunque en realidad no lo parecía, pensó volviendo a él; es más, era tan alto y parecía tan fuerte que dudaba de que alguna vez pudiera adolecer de ningún mal. Y ese extraño acento tan marcado… más tarde indagaría sobre el hombre, como solía hacer cuando conocía a alguien. Clara o Marianne se encargarían de contarle cualquier cotilleo que se cerniera sobre éste o su familia, ellas siempre estaban al tanto de todo. Y había sentido curiosidad.


Lo que sí apreció en él fue su exagerada apostura, demasiado guapo para la tranquilidad de ninguna mujer. 


Mucho menos la suya, que ya había dado muestras de su debilidad en lo que a temas sensuales concernía. 


Afortunadamente lord Alfonso era rubio y ella estaba segura de que su amante era moreno, como el hombre tras el cristal. Había decidido que le gustaban los morenos, y esperaba que su impudicia pudiera dirigirse exclusivamente a los hombres que le gustaban y no al sexo masculino en general. Aunque, claro, con Pedro cualquiera haría una excepción. Se compadeció de la pobre que cayera prendida en sus redes. Estaba segura de que ésta lo pasaría verdaderamente mal porque, por su forma de mirarla, decidió que se trataba de un mujeriego. ¿Quién, si no, osaría repasar su cuerpo y sus rasgos con tanta impertinencia que un hombre de ese calibre? Paula sintió cómo la desnudó con la mirada, incluso se sintió un poco enardecida. 


Afortunadamente el hombre rechazó su ayuda de acompañarlo a un lugar apartado para que descansara y eso era bueno para ella, quien no sabía qué haría cuando volviese a estar a solas con algún hombre. Menos mal que Richard no pareció darse cuenta de la tensión que pareció aflorar entre ellos o Dios sabe qué podría haber ocurrido; su hermano no era amigo de que los caballeros se tomasen libertades en su casa, mucho menos con las mujeres de su familia. Seguramente ella se percató de la mirada íntima que le dirigió Alfonso porque, al convertirse en una mala mujer, esas cosas no le pasarían desapercibidas a partir de la noche pasada.


Sacudió la cabeza intentando desechar esos pensamientos y se encogió de hombros con un gesto de impotencia. No podía hacer nada al respecto.


Dejando de lado la impresión que le había causado lord Alfonso, volvió a pensar en su complicada situación, y decidió que tendría que buscar ayuda cuanto antes, ya que no era tan boba como para no darse cuenta de que su inconsciencia e incontrolado comportamiento podría tener alguna consecuencia inesperada. Afortunadamente su tía ya estaba allí y podría ayudarla a encontrar alguna salida. Se confesaría con Marianne, lo haría esa misma noche, después de la cena, cuando los invitados se retiraran a la sala de juegos o al salón de baile. Ella la ayudaría, Marianne siempre lo había hecho y no le fallaría en ese momento tan importante de su vida. Mientras tanto, sólo debía aguantar el tiempo que durase aquella incómoda cena, y ya se veía contando los segundos para poder estar a solas con su tía y desahogarse.








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