sábado, 13 de febrero de 2016

AMANTE. CAPITULO 17





Un par de días después, tras asistir a varias reuniones más, Pedro llamó por teléfono a Mike y le pidió que preparara el avión para volver a Christchurch aquella misma noche.


Sabía lo que Paula quería: un hombre que estuviera con ella todo el tiempo; un hombre que le diera la atención que nunca le habían dado sus padres. Pedro pensó que Paula no merecía que su familia la tratara de esa forma. Era una mujer maravillosa y, aunque no lo hubiera mencionado nunca, estaba seguro de que querría casarse y tener hijos.


Sin embargo, Pedro no buscaba ni lo uno ni lo otro. Así que, teniendo en cuenta que sus ideales no coincidían, sería mejor que se separaran cuanto antes. Además, sería lo más justo para ella. Si él desaparecía, podría buscar un hombre más adecuado a sus intereses. Pero no era capaz de poner fin a su relación. Añoraba su compañía.


Llegaron a Christchurch alrededor de las doce de la noche y, poco después, Paula se quedó dormida.


Él se inclinó y le dio un beso en los labios y en la frente. Un beso casto y cariñoso, lleno de ternura.


Ella susurró algo que él no entendió; pero supo que estaba contenta porque en sus labios se dibujó una sonrisa. A continuación, se apretó contra su cuerpo.


Pero tardó un buen rato en dormirse; porque, al pensar en el susurro que no había entendido, tuvo la seguridad de que Paula había pronunciado dos palabras que no quería oír. 


Dos palabras que había oído en boca de otras mujeres, aunque nunca las había creído. Al fin y al cabo, era consciente de que solo lo querían por su dinero y su fama. 


Pero Paula no era como ellas. Paula no se parecía a ninguna de las personas que habían pasado por su vida.


Y eso lo complicaba todo. No estaba preparado para que le dijera que lo amaba.



****


Paula se despertó y vio que Pedro estaba a su lado, profundamente dormido. Se incorporó un poco, lo admiró durante unos segundos y, entonces, recordó lo que le había dicho entre sueños la noche anterior.


Se levantó de la cama con cuidado, se metió en la ducha y cerró los ojos con fuerza en un intento por refrenar las lágrimas. Había cometido un grave error. Especialmente, porque también recordaba lo que había dicho Pedro tras su declaración de amor: nada en absoluto.


Cuando salió de la ducha, se vistió y preparó el desayuno. Pedro seguía dormido y, en el silencio posterior, Paula trazó un plan. Fingiría que no había dicho nada. Y si él lo había escuchado, diría que lo había soñado.


Solo entonces se acercó a la cama y le puso una mano en la pierna.


Pedro… ¿No tenías que ir a Wellington?


Pedro no se inmutó.


Ella descorrió las cortinas y lo volvió a sacudir con suavidad.


–Ah, hola, Paula…. –dijo él, abriendo los ojos–. Lo siento. Es que anoche tardé mucho en dormirme…


Paula alcanzó su bolso y se miró en el espejo. Cuando volvió a mirar a Pedro, vio que se había sentado en la cama y que se había tapado de cintura para abajo con la sábana, algo que no hacía nunca.


–Tengo que irme –dijo ella sin demasiada convicción.


Pedro no dijo nada. De hecho, ni siquiera la miró a los ojos.


–Bueno, ya sabes dónde está la salida –continuó Paula–. Será mejor que me vaya, o llegaré tarde al trabajo.


Pedro se quedó mirando el techo cuando Paula salió del dormitorio. No quería creer que lo que había oído la noche anterior fuera cierto. Quizás había sido un sueño. A fin de cuentas, estaba muy cansado. Y seguía muy cansado. De hecho, se sentía como si le hubieran pegado una paliza.


Se volvió a tumbar, cerró los ojos e intentó conciliar el sueño otra vez, pero no lo consiguió. Estaba demasiado tenso, y se conocía lo suficiente como para saber que esa tensión no se debía a que estuviera preocupado por lo que Paula le había dicho. ¿Qué le pasaba entonces?


Al sentir el aroma de Paula en las sábanas, tuvo una revelación. Ya lo sabía. No estaba así porque su declaración lo incomodara, sino porque quería oírla otra vez.


Pedro sintió pánico. Era la primera vez que deseaba el amor de una mujer. Y cuando pensó que no se podrían ver hasta que volviera de Wellington, se llevó un disgusto. Desde luego, la podía llamar por teléfono o enviarle un mensaje; pero necesitaba estar con ella, hablar con ella cara a cara.


Se levantó a toda prisa y tomó una decisión. Volvería de Wellington tan pronto como le fuera posible; la iría a buscar, la llevaría a algún sitio donde pudieran estar a solas y, entonces, solventarían aquella situación.



****


Paula no prestó atención al partido. Los Knights ganaron, pero eso era inevitable. Pedro estaba en el palco de honor, en compañía de Dion, Andres y los chicos del programa educativo


Mientras hablaba con otros invitados, Paula pensó que se había metido en un buen lío. Como en otras ocasiones, se había enamorado de un hombre que no quería lo mismo que ella.


Desgraciadamente, estaba segura de que Pedro no la quería. 


Su comportamiento de aquella mañana le había parecido de lo más explícito.


Desde luego, sabía que Pedro era mejor que el hombre casado con quien había estado saliendo la vez anterior. No engañaba a nadie. No hacía trampas en las relaciones. Pero también tenía sus defectos. A Paula le entristecía que fuera tan amable con los chicos de Andres y que, en cambio, fuera incapaz de preocuparse por su propio hermanastro. Por lo visto, no sabía perdonar.


Terminado el partido, los Knights bajaron al vestuario, se ducharon, se vistieron y se pusieron a charlar con los invitados y patrocinadores antes de dirigirse al club donde pensaban festejar su nueva victoria. Algunos de los jugadores estaban hablando con Andres y los chicos, pero Paula no estaba de humor para acercarse a ellos. 


Necesitaba un poco de aire fresco, así que dio media vuelta y salió al estadio, que para entonces ya estaba vacío.


Llevaba un par de minutos en la barandilla cuando oyó la voz de Pedro.


–¿Paula?


Paula lo miró a los ojos.


–Si tu hermanastro tuviera problemas como los de esos chicos, ¿lo ayudarías? – preguntó sin preámbulos.


Él frunció el ceño y se apoyó en la barandilla.


–¿Es que crees que tiene problemas?


–No lo sé, pero existe la posibilidad de que los tenga y de que su madre te haya escrito por eso.


Pedro suspiró.


–Paula… seguro que me ha escrito para pedirme dinero. Es increíble lo que la gente es capaz de pedir cuando sabe que eres rico.


–¿Y si estás equivocado? ¿No se te ha ocurrido pensar que tu hermanastro y ella se podrían encontrar en la misma situación que sufristeis tu madre y tú?


–Dudo que se puedan encontrar en la misma situación –declaró de forma brusca.


–Oh, Pedro. Ese chico ha perdido a su padre…


–Yo también lo perdí. Hace mucho tiempo.


Paula asintió.


–Sí, en efecto. Y puede que él necesite ayuda.


Pedro volvió a suspirar.


–Esto no tiene ni pies ni cabeza, Paula. Tú no puedes entender que…


–No, eres tú quien no entiende –lo interrumpió–. Quien nunca podrá entender.


–De qué estás hablando?


Ella respiró hondo y dijo:
–Tuve una aventura con un hombre casado. Fui su amante durante un año entero. E hice lo posible por romper su matrimonio.


Él se la quedó mirando con asombro.


–¿Qué has dicho?


–Lo que has oído. Estuve en el papel de Rebecca. Interferí en el matrimonio de otras personas y lo intenté romper –contestó–. Yo fui la seductora que tanto detestas en esa mujer. Fui de la clase de mujeres que odias.


Pedro se quedó en silencio. Pero sus ojos brillaron con tanta ira que a Paula se le partió el corazón.


–El hombre con el que salía no era ningún inocente. Yo no lo engañé; no le tendí ninguna trampa. De hecho, fue él quien me empezó a perseguir. Me aseguró que se había separado de su esposa, e incluso me enseñó la carta del divorcio… Pero era una falsificación.


Paula se detuvo un momento y siguió hablando.


–Él insistió e insistió y yo me sentí estúpidamente halagada por sus atenciones. Cuando consiguió lo que buscaba, se empezó a portar con más frialdad; pero yo estaba tan obsesionada con él que ni siquiera me di cuenta. Anhelaba su amor. Creía que me había enamorado y creía en todas sus promesas… Pero ya no soy la mujer que fui. No voy a cometer el error que cometí entonces. No puedo estar con un hombre que no me puede dar lo que necesito.


Pedro se quedó pálido.


–Pero yo no te estoy engañando, Paula…


–Es cierto, no me estás engañando con otra mujer; pero eso no cambia el hecho de que no estás dispuesto a mantener una relación seria con nadie. Solo quieres una relación sexual, una aventura pasajera.


–Tú dijiste que querías lo mismo –le recordó él.


–Lo sé, pero ya no es suficiente.


–Paula…


–Estoy segura de que algún día te enamorarás de una mujer y querrás de ella lo que no quieres de mí. Pero es obvio que yo no soy esa mujer, y que no lo seré nunca.


Paula se detuvo para tomar aire y porque tenía la esperanza de que Pedro la interrumpiera y dijera que estaba equivocada, que ella era esa mujer. Sin embargo, no habló. 


La miraba en silencio, boquiabierto.


–Lo siento, Pedro. Te deseo con toda mi alma, pero me niego a terminar en la misma situación que entonces. Merezco algo mejor.


–Paula, fuiste tú quien te empeñaste en que nuestra relación fuera puramente física –dijo él, intentando razonar con ella.


–¡Dije eso porque te deseo! –exclamó–. Pero, en el fondo, quería más. Y sé que tú no me lo puedes dar. Admítelo de una vez por todas.


Pedro guardó silencio de nuevo, y a ella le molestó profundamente. Necesitaba que dijera algo, que aclarara las cosas en un sentido u otro. Pero se mantenía al margen y la obligaba a tomar la iniciativa, a ser ella quien diera el golpe de gracia.


–Además, ahora ya sabes que no puedes confiar en mí. Tú desprecias a las mujeres que mantienen relaciones con hombres casados –dijo con amargura–. Dudarías de mi lealtad. Pensarías que te iba a traicionar en cualquier momento.


Él palideció un poco más.


–Odias la infidelidad, Pedro. Y estás delante de la reina de la infidelidad –continuó–. Un hombre tan virtuoso como tú sería incapaz de estar con una mujer como yo. A fin de cuentas, no soy más que una seductora. Y las seductoras tenemos la culpa de todo, ¿verdad? Pero déjame que te diga una cosa: tú tampoco eres perfecto.


Paula respiró hondo y siguió con su declaración.


–Crees que te has portado bien porque no me has engañado; pero en el fondo sabías que buscamos cosas distintas y, a pesar de ello, te has estado acostando conmigo. Además, tus discursos sobre la independencia no son más que una excusa para justificar tu egoísmo y tu incapacidad para amar. Eres tan obtuso que ni siquiera te preocupas por tu propio hermanastro. Pero ya no quiero saber nada de ti. Tú y yo hemos terminado.


Él se quedó inmóvil como una estatua.


Con lágrimas en los ojos, ella dio media vuelta y se alejó a toda prisa, como si la persiguiera el mismísimo diablo.


Por fin lo había hecho. Había roto la relación. Y la había roto de la mejor manera posible, con la verdad.





2 comentarios:

  1. Ay no! Como paso esto? Por que Paula tomó deducciones apuradas? Nooo :(

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  2. Ayyyyyyyyyy, nooooooooo, x favor, q desmadre. Menos mal q mañana se termina y mi ansiedad va a estar calmada jajajaja

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