sábado, 13 de febrero de 2016

AMANTE. CAPITULO 16





Paula se fijó en que se dirigían otra vez al aeropuerto y se quedó completamente perpleja cuando llegaron y se detuvieron delante de un helicóptero.


–¿Quieres que volemos otra vez?


–Sí, pero no te preocupes –respondió con una sonrisa–. Te prometo que el piloto del helicóptero también es un profesional.


–¿Y adónde me llevas?


–A la playa.


Al cabo de veinticinco minutos, el helicóptero los dejó en un pasaje de la costa norte de Auckland, absolutamente paradisíaco. Y dos minutos más tarde, se habían quitado el calzado y estaban chapoteando en las olas.


–Gracias por haberme acompañado. Y siento haber estado tan aburrido… Fui sincero al decir que no quería venir a Auckland. Prefiero dirigir mis negocios desde Christchurch, pero ayer surgió un problema y las cosas se complicaron… Por eso llegué tan tarde a tu casa –dijo él–. Por lo menos, ya estamos juntos otra vez. Ardía en deseos de quedarme a solas contigo.


–Entonces, ¿podemos hacer esto más veces? –preguntó con inseguridad.


Él rio.


–Hay una parte de mí que no querría hacer otra cosa –le confesó–. Te quería traer a esta playa, aunque esta mañana, cuando estaba en la reunión, se me ocurrió que me podías ser de ayuda en la comida de negocios. Y me has ayudado mucho, la verdad. Me consta que se han divertido contigo.


Ella se sintió halagada, pero preguntó:
–¿Por qué estabas tan preocupado por esa reunión? Se nota que los tienes comiendo de tu mano.


Pedro volvió a reír.


–No, qué va. Solo les interesa mi dinero.


Ella sacudió la cabeza.


–No, no se trata solo de dinero. Los he estado observando, y sé que los has impresionado con tus ideas.


–Me alegra que lo creas así.


–Entonces, ¿dónde está el problema?


Pedro suspiró.


–A decir verdad, la reunión no era lo que me preocupaba. Mi ansiedad se debía a la ciudad, a Auckland. Ten en cuenta que crecí aquí.


Ella se quedó sorprendida. Siempre había pensado que era de Christchurch.


–¿En serio?


–Sí. Y, aunque parezca patético, me mantenía lejos de Auckland porque la tenía asociada a un montón de recuerdos desagradables. Empezando por mi padre.


–Pero yo pensaba que tu padre…


–¿Estaba muerto? –la interrumpió–. Sí, ahora sí. Falleció hace un año.


–Lo siento mucho.


Pedro se encogió de hombros y dijo con amargura:
–Mi padre era un canalla.


Paula se dio cuenta de que Pedro necesitaba hablar, así que guardó silencio.


–Nos dejó a mi madre y a mí cuando yo tenía catorce años. Aunque eso no fue tan malo como los meses anteriores a su divorcio.


–¿Por qué?


–Porque estaba con otra mujer. Una jovencita manipuladora que estaba más cerca de mi edad que de la suya. Se quedó embarazada.


–¿Y tuvo el hijo?


–Esa es la cuestión. Al cabo de poco tiempo, mi padre volvió con mi madre y le prometió que su aventura había terminado y que se iba a quedar con ella. Y cumplió su palabra. De hecho, se comportaba mejor que nunca. Era más cariñoso, más atento, más trabajador. Pero, seis meses más tarde, nos dijo que su amante estaba esperando un niño y que se marchaba con ella. Fue peor que la primera vez.


–Oh, Pedro


–Aquello destrozó a mi madre. Se quedó completamente hundida –dijo, sacudiendo la cabeza–. Pero me tenía a mí, así que sacó fuerzas de flaqueza y siguió adelante.


–¿Crees que esa mujer se quedó embarazada a propósito?


–Por supuesto que sí –afirmó–. Y para mi madre, fue la gota que colmó el vaso. Quería tener más hijos, pero no podía.


–¿Y qué pasó después?


–Que tuvieron el niño y se casaron. Más tarde, se mudaron a Auckland y, por si fuera poco, se quedaron a vivir en la casa que hasta entonces había sido de mi madre.


A Paula se le encogió el corazón.


–Entonces, tienes un hermanastro…


–En efecto.


–¿Y cuántos años tiene?


–No estoy seguro. Supongo que estará en la pubertad.


–¿Es que no lo has visto nunca? –preguntó con sorpresa.


–Lo vi un par de veces cuando él era un niño. Y también el año pasado, en el entierro de mi padre –respondió–. Pero no nos dirigimos la palabra.


–¿No lo quieres conocer?


–¿Para qué?


–Bueno, es tu hermanastro.


–Él no es nada para mí. No hemos tenido el menor contacto. Y, desde luego, no quiero saber nada de su madre, Rebecca Alfonso.


Rebecca Alfonso. De repente, la historia se volvió más real y más triste para Paula, como si la mención de un simple nombre le diera más sentido.


–Ah, es la persona que te escribió la carta del otro día, la que dejaste con los periódicos. Vi el apellido en el sobre y me pareció curioso que tuviera el mismo apellido
que tú.


–Sí, me temo que adoptó el apellido de mi padre cuando se casó con él.


–¿Por qué te escribió?


–Supongo que por lo de siempre. Para pedirme dinero.


–Pero no puedes estar seguro… A fin de cuentas, no abriste la carta.


–No, ¿para qué?


–¿No sientes ni un poco de curiosidad?


Pedro sacudió la cabeza.


–No.


Por la cara de Pedro, Paula supo que no conseguiría nada si le decía que leyera la carta. Estaba demasiado herido como para interesarse por ello. Pero, por otra parte, existía la posibilidad de que Rebecca Alfonso no hubiera escrito para pedirle dinero, sino por algún problema grave. De hecho, le pareció extraño que se pusiera en contacto con él sin una buena razón.


–Puede que te estés equivocando, Pedro –se atrevió a decir–. Puede que no sea tan mala como piensas.


–¿La estás defendiendo? –preguntó con asombro.


–No la estoy defendiendo; pero, en cuestión de relaciones amorosas, la culpa no suele ser de una sola persona, tiende a estar bastante repartida –contestó.


–Sí, eso es verdad. Pero recuerda que se quedó embarazada a propósito, para atrapar a mi padre –declaró, enfadado–. Sin embargo, no espero que lo entiendas. Tus padres siguen juntos. No sabes lo que se siente al crecer en circunstancias como esas.


Paula sintió pánico de repente. Durante unos momentos, había coqueteado con la posibilidad de que su relación con Pedro se convirtiera en algo más que una simple aventura. Pero hablaba tan mal de la amante de su padre que se preguntó qué pasaría cuando supiera que ella también había salido con un hombre casado, que también había contribuido a la ruptura de un matrimonio, que era como Rebecca Alfonso.


Desgraciadamente, tendría que decírselo en algún momento. 


Y, por su actitud, supuso que ese momento sería el último de su relación.




No hay comentarios.:

Publicar un comentario