sábado, 13 de febrero de 2016

AMANTE. CAPITULO 15




Pedro estaba tan agotado como estresado, pero no podía dormir. Había llegado tarde a su cita con Paula. ¿Y qué? No era la mayor tragedia del mundo. Y le parecía increíble que le hubiera prohibido que le llevara flores.


Empezaba a estar cansado de su exceso de dramatismo. 


Incluso se alegró de tener que volar a la mañana siguiente, porque pensó que le vendría bien. Necesitaba un poco de espacio. Se habían estado viendo con demasiada frecuencia. De hecho, se veían tanto que intentó convencerse de que se empezaba a aburrir.


Pero no era verdad.


Se acercó a la ventana y miró la calle. ¿Dónde habría ido? ¿Con quién habría salido? Sospechaba que no tenía muchos amigos, lo cual era bastante extraño. La gente le gustaba tanto que era feliz cuando el estadio estaba a rebosar. Pero vivía sola. Y parecía decidida a no tener ninguna relación seria con nadie.


Pedro se maldijo para sus adentros. En realidad, le desagradaba la idea de tener que viajar al día siguiente. 


Hacía lo posible por no volver a Auckland y, en parte por eso, se había concentrado en sus operaciones de Christchurch y Wellington. Pero, una vez más, se dijo que era lo mejor. Necesitaba poner tierra de por medio.


Pero entonces, tuvo una idea.


Le pediría que lo acompañara a Auckland, lejos de la presión del trabajo.


Ahora solo faltaba que estuviera de acuerdo.



*****


Paula se sobresaltó cuando alguien llamó a la puerta a primera hora de la mañana. Y se llevó tal alegría al ver a Pedro que toda su tristeza de la noche anterior se disipó al instante.


Pedro… ¿Qué haces aquí?


–Quiero que vengas conmigo.


Ella frunció el ceño.


–¿Ir contigo? Lo siento, pero pensaba ir de compras.


–Puedes ir de compras en cualquier otro momento. Venga, no te hagas de rogar. Ven conmigo, por favor…


Paula se habría resistido, pero no pudo. Lo deseaba tanto como él a ella.


–Está bien, pero necesitaré unos minutos.


Pedro entró en la casa y miró su cabello revuelto.


–¿Qué tal anoche? ¿Te acostaste tarde?


Ella asintió. Se había leído la novela de un tirón, y al final se había acostado a las cuatro de la madrugada.


Quince minutos más tarde, salieron del edificio y subieron al coche. Paula ni siquiera se fijó en el trayecto, porque solo tenía ojos para él. Pero su curiosidad se despertó cuando vio que tomaban una de las incorporaciones del aeropuerto.


–¿Adónde vamos?


–A hacer un pequeño viaje.


Pedro dejó el coche en el aparcamiento de la terminal de vuelos privados. Luego bajaron del vehículo y la llevó hacia la pista.


Cuando Paula vio el reactor que estaba esperando, dijo:
–No pretenderás que suba a eso, ¿verdad?


–¿Por qué no? ¿Te dan miedo los aviones?


–No, los aviones no me dan miedo, pero ese aparato es demasiado pequeño. Francamente, prefiero los vuelos comerciales… No me voy a meter en una especie de ataúd con alas –contestó.


Él rio, pero no se detuvo.


–Por Dios, Paula, es un reactor. Cualquiera diría que nos vamos a lanzar en parapente sobre unas montañas…


–No me voy a subir –insistió–. Sobre todo, si tú eres el piloto.


–¿Es que no confías en mí?


–Por supuesto que no. Tú te dedicas a comprar y vender edificios. Si sabes pilotar, no serás más que un piloto aficionado con más arrogancia que sentido común.


–Entonces, ¿te niegas de verdad? Vaya, eres especialista en negativas.


Ella lo miró con cara de pocos amigos, pero él sonrió y la tensión desapareció de inmediato. Entonces, él se apartó y se giró hacia un hombre que se les había acercado sin que Paula se diera cuenta.


–Paula, te presento a Mike.


Paula parpadeó con desconcierto y estrechó la mano al desconocido.


–Mike es piloto profesional –explicó Pedro–. No sé de dónde te has sacado que yo tenía intención de pilotar, pero no te preocupes, el avión es cosa suya.


–Ah…


Mike sonrió y dijo:
–Estoy haciendo las últimas comprobaciones. Podemos despegar en cinco minutos, si os parece bien.


–Nos parece perfecto –dijo Pedro, que se giró hacia Paula–. ¿Necesitas ir al cuarto de baño? Hay uno en el hangar.


–No, gracias.


Paula miró al piloto, que ya se había alejado, y entrecerró los ojos.


–¿Qué ocurre? –preguntó Pedro.


–Que no lleva uniforme.


Pedro rompió a reír.


–No soy de los que exigen a sus empleados que se pongan uniforme –declaró–. Ya no estamos en el colegio.


–Pero es tu piloto personal…


–Y pilota mi avión privado, sí.


–Pues si tenías intención de impresionarme, no lo vas a conseguir. Te recuerdo que trabajo con un montón de niños ricos y mimados.


Él se encogió de hombros.


–Lo sé.


Paula sonrió.


–Bueno, aún no has contestado a mi pregunta. ¿Adónde vamos?


–A Auckland.


Ella arrugó la nariz.


Pedro, hay un montón de vuelos comerciales que hacen el trayecto de Auckland. ¿No estaríamos mejor en uno de ellos?


–Me temo que tendrás que conformarte con mi reactor. 


Habría reservado billetes en un vuelo comercial, pero no tenían.


Paula arqueó una ceja con incredulidad.


–Además, ¿qué sería de Mike si no volara con él? –continuó Pedro–. Se quedaría sin trabajo.


–Si me das explicaciones porque te sientes culpable, olvídalo. No las necesito.


–Yo no me siento culpable –dijo él con humor–. Duermo a pierna suelta.


–¿Ah, sí?


–Bueno, anoche no dormí muy bien.


Paula se preguntó por qué. ¿Sería posible que la hubiera echado de menos?


–Es que no me apetecía volar a Auckland –continuó.


–¿Y tanto te disgustaba que no pudiste dormir?


Pedro no respondió a la pregunta. Se limitó a sonreír y a llevarla al interior del aparato. En la zona de los pasajeros solo había cuatro sillones y una mesita.


Cuando ya se habían sentado, él dejó su bolsa en el suelo y sacó el ordenador portátil que contenía.


–Discúlpame un momento. Tengo que preparar un par de cosas.


–¿Es un viaje de trabajo?


–Sí, debo asistir a una reunión importante –contestó–. Y me queda mucho por hacer…


La distracción de Pedro aumentó cuando llegaron a Auckland y subieron a un taxi. Estuvo hablando por teléfono durante casi todo el trayecto.


Por fin, el coche se detuvo delante de un hotel.


–Me voy directamente a la reunión –le informó Pedro–. En principio, no debería tardar más de una hora. Pero has dicho que querías ir de compras, ¿no? Nos encontraremos aquí y nos iremos a comer.


Paula se fue de compras y volvió al hotel una hora más tarde. Al entrar en el vestíbulo, descubrió que Pedro estaba con varios hombres. Tras las presentaciones oportunas, Paula se dio cuenta de que los hombres tenían intención de comer con él y dijo:
–Si quieres, nos podemos ver más tarde.


Pedro sacudió la cabeza.


–No, quédate y come con nosotros.


Ella adoptó la mejor y más profesional de sus sonrisas y se puso a charlar con los compañeros de Pedro. En cuanto supieron que trabajaba para los Silver Knights, la acribillaron a preguntas, pero no le sorprendió. Sabía que a los hombres de negocios les encantaban las historias del equipo de rugby.


Media hora después, dejaron las anécdotas deportivas. Pedro empezó a hablar de los planes que tenía para un edificio nuevo que pensaba construir. Paula supuso que ya lo habrían tratado en la reunión de la mañana, pero los hombres lo escucharon con sumo interés, como si no supieran nada en absoluto. Era tan carismático y tenía tanta energía que todo el mundo lo escuchaba con atención.


Tras la comida, Pedro dijo que tenían que discutir algunos asuntos de negocios y le pidió a Paula que lo esperara en la suite que había reservado, con la promesa de que subiría enseguida. Paula siguió a uno de los botones hasta la suite, echó un vistazo al lugar e intentó leer una de las revistas que estaban en la mesa del salón. Pero estaba demasiado enfadada. Le parecía increíble que la hubiera llevado a Auckland para dejarla sola.


Minutos más tarde, Pedro entró a toda prisa y se quitó la corbata.


–Lo siento. Espero que no te hayas aburrido mucho durante la comida.


La disculpa de Pedro no sirvió para que el humor de Paula mejorara, pero después pensó que iban a hacer el amor y se animó al instante. Sin embargo, se llevó una sorpresa. Pedro solo se había quitado la corbata. No parecía tener intención de quitarse la ropa y, además, había dejado la puerta abierta.


–Venga, sígueme –dijo–. Necesito un poco de aire fresco.


Paula se quedó asombrada. Había visto la enorme cama del dormitorio y le parecía terrible que la desaprovecharan; pero, a pesar de ello, lo siguió hasta el vestíbulo y subió con él a uno de los taxis que estaban en el vado del hotel.


–¿Adónde vamos?


–A un lugar más divertido que este.





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