miércoles, 20 de enero de 2016

UNA NOVIA DIFERENTE: CAPITULO 3




Una semana antes, Paula escuchaba las penas amorosas de su hermano gemelo sin sospechar que la verdadera desgracia llegaría pocas horas después. En aquel momento lo más grave del mundo para Marcos Chaves era ser abandonado por la mujer a la que amaba, pues a pesar de su sangre azul y las posesiones de su familia creía no ser lo bastante bueno para una Alfonso.


Paula intentó consolarlo como pudo, aunque por dentro sentía un alivio inmenso. Al fin desaparecían las náuseas que le habían revuelto el estómago desde que supo quién era la nueva novia de su hermano.


Que su felicidad la provocara el sufrimiento de su hermano la hizo sentirse terriblemente culpable, pero la verdad era que, desde que existía la posibilidad de encontrarse cara a cara con el hombre que seguía protagonizando sus pesadillas seis años después, había vivido bajo un funesto presagio.


Lo cual no dejaba de ser paradójico, pues durante años había fantaseado con ese encuentro y poder decirle todo lo que llevaba dentro en vez de quedarse callada y recibir los insultos que él le escupía sin piedad... ¡Llegando incluso a disculparse!


Pero por muchas veces que había ensayado su discurso liberador sabía que no era más que una fantasía, y eso la irritaba sobremanera. Se había pasado la vida defendiendo a los más débiles, pero había sido incapaz de defenderse a sí misma y había optado por huir en vez de afrontar la situación.


Aún recordaba aquella fría noche de febrero, sintiendo las miradas reprobatorias de todo el mundo mientras corría a refugiarse en el hotel.


–Ha salido hoy en las noticias. ¿Lo has visto?


–¿A quién? –preguntó, aún pensando en el pasado.


Pedro Alfonso.


El nombre, y la admiración con que lo pronunció su hermano, casi la hizo gritar. Admiraba los logros de las personas, pero ¿qué mérito había en heredar dinero y prestigio?


–Hablaban del acuerdo que ha firmado con un país del Golfo Pérsico. La familia real pone el dinero y él pone a los técnicos y asesores para informatizar el servicio sanitario. Se crearán miles de empleos en la zona donde piensan levantar...


–Sacará una buena tajada con todo eso –lo interrumpió Paula


–Ojalá yo tuviera una mínima parte de su fortuna –se lamentó Marcos con un suspiro de envidia.


–¿Qué tiene que ver el dinero? ¿Y qué importa lo que él piense si vosotros queréis estar juntos?


–No sé por qué esperaba que lo entendieras, si tú nunca te has enamorado. Ah, sí, lo tuyo son los hombres casados, ¿verdad?


Marcos tenía buen corazón, pero podía ser terriblemente ofensivo cuando sufría por algo. Se desahogaba mediante la palabra para aliviar su dolor, y en Paula tenía un blanco idóneo al conocer mejor que nadie sus puntos débiles.


Era el único que conocía aquel punto especialmente débil. 


No los detalles, claro, esos jamás los compartiría Paula con nadie. Pero sí había tenido que explicarle lo básico cuando llamó a su puerta a las cuatro de la mañana, después de haber perdido su llave durante el terrible viaje de vuelta desde Cumbria en el que había tenido que cambiar numerosas veces de trenes y autobuses.


–¡Adrian está casado! –había exclamado, llorando, antes de arrojarse a sus brazos.


Pero todo eso formaba parte del pasado, se recordó Paula, y había seguido adelante con su vida.


Por desgracia, no podía olvidar lo ingenua y necesitada que había sido con dieciocho años. ¿Cómo había estado tan ciega para no ver más allá del encanto varonil y la retórica de su profesor?


–Si no estás preparada, Paula, puedo esperar. Entiendo que quieras que tu primera vez sea especial...


Y ella se había desvivido para asegurarle a Adrian que estaba preparada y que le encantaba Lake District. Nunca había tenido novia y sin embargo allí estaba, con aquel hombre guapísimo y sofisticado que parecía salido de un poema de lord Byron y que se enamoraba de ella, Paula Chaves.


Ella estaba impaciente por corresponderle como se merecía. 


Y lo habría hecho... si aquel hombre no hubiera aparecido de repente. Un año después, aquel hombre seguía colmando sus pensamientos. Los duros rasgos deliciosamente esculpidos en su atractivo y aristocrático rostro...


Hasta que abrió una revista en la consulta del dentista y lo vio en una playa de arena blanquísima, demasiado bonita para ser real... como la escultural modelo rubia a la que estaba abrazado.


El hombre que la había humillado en público era Pedro Alfonso: rico, con talento y nacido en una cuna de oro.


La había hecho sentirse sucia, inmunda y despreciable, y su desprecio le había hecho más daño que el engaño de Adrian. Al menos había tenido ocasión de decirle a Adrian lo que pensaba de él.


Aquel hombre ni siquiera se había molestado en preguntar. 


Únicamente había dado por supuesto lo peor. Ni se le había pasado por la cabeza que ella pudiera ser una víctima... Y lo habría sido de no haber sido por él. La había salvado de cometer un error fatal y la había convertido en una persona mucho más precavida en lo que concernía a los hombres.


Le había hecho un favor, de acuerdo. Pero involuntariamente. Su propósito había sido acusarla, insultarla y servirla en bandeja a la humillación pública.


El incidente había eliminado la confianza en su buen juicio a la hora de elegir, lo que había supuesto un obstáculo insalvable cuando algún tipo aparentemente honesto quería intimar más de la cuenta.


Cualquier psicólogo le diría que su miedo al rechazo era el resultado de haber sido una niña abandonada, lo cual era una estupidez, ya que Marcos había tenido su misma infancia y sin embargo no tenía problemas para enamorarse.


–¿Sabes, Marcos? A veces puedes ser un auténtico...


–Lo siento, Paula –arrepentido, se levantó y le dio un abrazo–. Sabes que no lo decía en serio. La verdad es que ni sé lo que digo. Todo iba tan bien... El fin de semana fue perfecto. Era como estar en otro mundo, Pau, ni te lo imaginas. Ella nunca me dijo que su abuelo era un lord, y la casa... Mandeville Hall es una mansión increíble. Al parecer los Alfonso llegaron a Inglaterra con Guillermo el Conquistador o algo así, mientras que nosotros... ¿qué somos? –la expresión de envidia y devoción dejó paso a una mueca de pesimismo mientras volvía a sentarse.


–Afortunados. Somos afortunados de haber encontrado una familia adoptiva maravillosa.


A la tercera había sido la vencida...


Al principio eran muchas las parejas ansiosas por adoptar a los preciosos gemelos, cuya aparición en la escalinata de una iglesia había acaparado la atención pública durante al menos cinco minutos. Pero el entusiasmo desaparecía al descubrir que uno de los bebés padecía una grave alergia que le provocaba continuos ataques de tos y unos feos sarpullidos que debían tratarse con medicamentos y pomadas.


Cualquiera habría adoptado con gusto al niño rubio y de mejillas rosadas, pero la ley no permitía separar a los gemelos, y así el niño se quedó con su problemática hermana. Pasaron por dos hogares temporales de acogida antes de ser finalmente adoptados por los Chaves, una maravillosa pareja que había llenado una pared de su mansión victoriana con las fotos de todos los niños que habían vivido bajo su techo a lo largo de los años, algunos por un corto periodo de tiempo, otros, como los gemelos, formando parte de la numerosa familia.


–Sí, lo sé –repuso Marcos–. ¿Nunca te cansas de ser tan agradecida, Paula, cuando nuestra madre nos abandonó al nacer?


–Seguro que tenía sus motivos.


–Me da igual por qué lo hizo. Lo único que importa es que lo hizo... ¿Sabes que los Alfonso pueden remontar su genealogía hasta Guillermo el Conquistador?


Paula soltó un bostezo.


–Sí, Marcos, ya me lo has dicho.


–Esa sí que es una historia para estar orgulloso.


La envidia que su hermano mostró irritó profundamente a Paula.


–Yo no me avergüenzo de mi pasado –gracias a sus padres adoptivos.


–Ni yo –protestó Marcos–. Pero estaba pensando que quizá podrías hablar con él y hacerle ver que no somos...


–¡Jamás! –exclamó, horrorizada solo de pensarlo.


–Pero...


–Por amor de Dios, Marcos, ¡madura de una vez y deja de gimotear! –las palabras salieron de su boca antes de que pudiera detenerlas.


No era culpa suya, se dijo a sí misma para vencer los remordimientos. Era culpa de él... Entornó los ojos e intentó controlar el rencor que la dominaba mientras entraba en la catedral con una sonrisa. Seguramente saldría de allí por la puerta trasera y escoltada por uno de los numerosos guardias de seguridad, pero habría merecido la pena.


La boda perfecta no sería tan perfecta. El resto de sus vidas quizá sí, pero, por un momento, por un instante imborrable, sería él quien fuera humillado en público.










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