martes, 19 de enero de 2016

DESTINO: CAPITULO 31






–¿Cómo que te la van a quitar? –preguntó Pedro con horror– . ¿Qué significa eso? ¿Se la pueden llevar así como así?


–Pueden hacer lo que quieran. Melisa depende del Estado, no de mí.


–No entiendo nada. ¿No comprenden que sería traumático para ella? Solo tiene tres años, y se ha acostumbrado a nosotros… Explícaselo, Pau. Eres psicóloga. Estoy seguro de que te escucharán.


–No es tan fácil. Su madre ha renunciado a su custodia, así que han incluido a la niña en el programa de adopciones – explicó–. Una pareja se ha interesado por Melisa; y, puestos a elegir, el Estado se decantará por ellos. Son una pareja estable, y yo estoy sola.


Pedro la miró a los ojos.


–No te preocupes. No renunciaremos a ella. Presentaremos una instancia y pediremos que nos concedan a nosotros la adopción –dijo Pedro–. Siéntate, Pau… Prepararé té y hablaremos de ello.


Paula se sentó, desesperada. Él preparó té, le sirvió una taza y se acomodó a su lado.


–Bébetelo. Te sentará bien.


–No me digas que te he convertido en adicto al té…


–No, yo preferiría un buen trago de whisky. Pero eso carece de importancia en este momento. Tenemos que tomar una decisión. El tiempo apremia.


Ella sacudió la cabeza.


–No hables en plural. Agradezco tu preocupación, pero Melisa es problema mío.


–Maldita sea,Pau… ¿Crees que solo te estoy hablando en calidad de amigo? Yo adoro a esa niña. La he llevado a la cama, le he contado cuentos, le he curado las heridas que se hace y le he secado las lágrimas cuando llora. Yo también la quiero.


–¿Lo dices en serio? –preguntó con voz débil.


–Por supuesto que lo digo en serio. ¿Creías acaso lo contrario?


–No lo sé. Pensaba que no era para tanto, que solo te habías acostumbrado a nosotros.


–Paula, os quiero a todos con locura, empezando por ti. Si de mí dependiera, nos casaríamos mañana por la mañana, adoptaríamos a todos los chicos y hasta tendríamos un par más.


–Pero siempre has sido un solitario… 


Pedro sonrió.


–Sí, lo he sido, pero ya no lo soy. Mantenía las distancias con la gente porque me habían hecho daño. Sin embargo, he aprendido a confiar. He aprendido a creer en el amor. Y he aprendido que hay que esforzarse un poco cuando quieres a una persona, que no todo es magia y felicidad… Además, las dificultades sirven para que la magia y la felicidad se disfruten más.


–¿Sabes que puedes llegar a ser extraordinariamente elocuente, Pedro Alfonso?


Él le dio un beso en los labios.


–Me alegra que te hayas dado cuenta. Y, ahora que lo sabes, ¿te quieres casar conmigo? Aunque solo sea por dar una alegría a los chicos… No sé si has mirado bien, pero se han tomado muchas molestias para ofrecernos una cena romántica.


–No puedo, Pedro. No me puedo casar contigo. No ahora.


–¿Por qué no?


–Porque no sería justo.


–No digas tonterías, Pau. Te amo. Estoy enamorado de ti.


–Lo sé.


–¿Y tú? ¿También estás enamorada de mí?


Paula no fue capaz de mentir. Tenía que decirle la verdad.


–Sí, lo estoy.


–Entonces, ¿cual es el problema? Si nos casamos, conseguiríamos la custodia de Melisa.


–Sí, quizá tengas razón, pero no me quiero casar contigo por Melisa.


–¿Es que no lo comprendes? Estamos enamorados… Nada impide que formemos una familia y vivamos juntos.


–No, nada lo impide. Pero no es el momento más oportuno.


Pedro se levantó y se puso a caminar de un lado a otro, nervioso.


–Siéntate, Pedro.


–No me quiero sentar. Quiero romper cosas –declaró–. Oh, Pau… ¿Qué vamos a hacer?


–Ya se nos ocurrirá algo. Somos personas inteligentes, racionales.


–Puede que ese sea el problema, que hemos sido demasiado racionales –dijo con vehemencia–. Tenemos que hablar menos y actuar más.


–¿Qué quieres decir?


Pedro se lo demostró de la única forma posible, con un beso tan apasionado que destrozó las barreras de Paula y acabó con sus dudas. Pero, cuando vio que él tenía intención de seducirla, se asustó y dijo:
–Hay niños en la casa, Pedro


–No. Ahora, no.


–¿Dónde están entonces?


–Se han ido.


–¿Insinúas que…?


Pedro la volvió a besar.


–Exacto. Podemos hacer el amor donde quieras y como quieras.


Paula sonrió y lo besó a su vez sin miedo alguno, libre al fin de sus preocupaciones. Ahora sabía que la quería de verdad; sabía que velaría por ella, que no la abandonaría nunca y que su amor podía resistir cualquier cosa.







No hay comentarios.:

Publicar un comentario