sábado, 31 de diciembre de 2016

CHANTAJE: CAPITULO 17





Cuando Paula se despertó, vio que Pedro ya estaba vestido y la estaba observando como si fuera un animal extremadamente peligroso e impredecible.


-Me alegro de que te hayas despertado -la saludó de manera brusca-. Vamos a dar un paseo.


¿Un paseo?


Paula se preguntó qué había ocurrido para que Pedro hubiera cambiado tanto en una hora.


¿Habían sido imaginaciones suyas o se había quedado dormida en sus brazos? ¿Cuándo se había levantado, duchado y vestido? ¿ Y por qué la miraba como si fuera el error más grande de su vida?


-¿Por qué no vuelves a la cama? -le preguntó incorporándose.


Pedro negó con la cabeza y dio un paso atrás hacia la puerta para salir a la terraza con una prisa desmedida.


Paula suspiró, se levantó y se vistió a toda velocidad poniéndose un bonito sombrero que había encontrado en su equipaje.


Si Pedro quería que fueran a pasear, irían a pasear.


Obviamente, se había vuelto loco.


Cuando salió a la terraza. lo encontró mirando al mar con el ceño fruncido. Se giró hacia ella y se quedaron mirándose a los ojos.


Paula sabía que Pedro no cambiaría jamás. Entonces, ¿por qué seguía con él? Cuando cerró la puerta, pensó que Pedro iba a distanciarse de ella, pero, para su sorpresa, no lo hizo.


Se acercó a ella y la besó como si no pudiera evitarlo.


-Dos semanas sin sexo es demasiado tiempo -le dijo.


Paula se quedó mirándolo confundida y se preguntó por qué intentaba darle excusas por besarla. Ella estaba encantada y halagada de que la encontrara tan irresistible físicamente. Ya que era lo único que iba a obtener de él, había decidido disfrutarlo.


-¿Estás lista? -sonrió-. Te quiero enseñar mi isla.


-Todavía no la has comprado.


-Pero será mía en breve.


-Nunca piensas en el fracaso, ¿verdad?


-No. por supuesto que no. Venga, nos vamos de excursión.


-¿Me llevo un bañador?


-Eso depende de lo valiente que seas -contestó Pedro en tono divertido.


Salieron de la villa y Pedro, tras dudarlo un momento, la tomó de la mano. Intentando no hacerse ilusiones por semejante gesto, Paula esbozó una sonrisa.


-¿Dónde están los fotógrafos esta vez?


-¿Es que acaso no puede uno ser romántico?


-Tú no eres romántico, Pedro.


-¿Y qué es lo que llevamos haciendo desde que hemos llegado?


-Eso es sólo sexo -contestó Paula.


Pedro la miró con un brillo especial en los ojos.


-En la cama nos va muy bien y me encanta que no me pidas una historia sentimental, como hacen otras mujeres.


Paula se quedó sin palabras.


Si alguna vez se volviera a enamorar, cosa que creía poco probable, tendría que ser de un hombre que tuviera un poco más de tacto.


-Mi padre confundía constantemente el sexo con el amor y eso le costó una fortuna -le explicó Pedro.


-¿Qué le ocurrió?


Era la primera vez que Pedro le hablaba de su padre.


-No aprendía ni a la de tres. Tras el primer divorcio millonario, tendría que haber aprendido a desconfiar de las mujeres. pero no lo hizo. Cada vez que conocía a una, creía haberse enamorado y le daba todo lo que quería.


-Supongo que al ser rico tienes que tener cuidado con la relaciones que entablas, pero me parece bonito que tu padre tuviera ilusión cada vez que empezaba una. Es romántico.


-¿Romántico? -dijo Pedro mirándola a los ojos con incredulidad-. ¿Qué hay de romántico en que te tomen por tonto?


-Cuando tu padre iniciaba una relación lo hacía creyendo que era la definitiva. ¿Está casado ahora?


-Murió cuando yo tenía veintiún años dejándome una barbaridad de deudas, muchos empleados descontentos y unas cuantas mujeres muy ricas que querían más.


Paula se mordió el labio ante aquella revelación y empezó a entender cómo funcionaba la mente de Pedro.


-Me hubiera gustado que me dijeras que, al final, encontró a alguien que lo quiso de verdad. Lo siento, debió de ser duro para ti.


-Bueno, digamos que aprendí una lección muy valiosa -contestó Pedro sonriendo con ironía-. Que el amor cuesta mucho dinero.


Paula se preguntó por qué aquel comentario le había dolido tanto cuando sabía que no la quería.


-Desde luego, sólo a ti se te ocurre hablar así de las relaciones sentimentales.


Pedro se encogió de hombros.


-Si mi padre hubiera sido como yo, tal vez, no habría perdido todo.


-¿Y tu madre?


Pedro se volvió a encoger de hombros.


-Mi madre fue la esposa número dos. Se quedó con mi padre lo suficiente como para darle un hijo, yo, y luego decidió valerse de su dinero para darse la gran vida.


-Qué horror -comentó Paula haciendo una mueca de disgusto.


Pedro la miró con impaciencia.


-Ni siquiera me acuerdo de ella, así que da igual.


Sin embargo, Paula se dio cuenta de que el comportamiento de su madre le tenía que haber influido mucho, sobre todo a la hora de tratar con las mujeres.


-¿Te ha sentado mal que Kouropoulos se haya ido? -le preguntó cambiando de tema.


-No, sólo está jugando -rió Pedro-. La verdad es que me alegro de que se haya ido porque, así, podremos estar tú y yo solos.


Paula tragó saliva, pero se dijo que sólo estaba hablando de sexo.


Cruzaron la playa y tomaron un estrecho sendero.


-¿A dónde vamos? -preguntó Paula.


-Te quiero enseñar un sitio -contestó Pedro.


-Vete más despacio -le pidió Paula pues el camino avanzaba cuesta arriba.


-Perdona, ya hemos llegado -sonrió Pedro.


Paula levantó la mirada y se encontró ante una cala perfecta de arena dorada yagua azul turquesa.


-Oh --exclamó sorprendida-. Esto es un paraíso, parece sacado de un folleto de viajes.


-Sí -contestó Pedro a su lado-. Esta playa se llama «cala azul» porque los colores son muy intensos. El nombre de la isla proviene de esta playa.


-Nunca había visto nada tan bonito. Y mira esa casa de ahí. ¿Estará habitada?


-No.


-¿Cómo lo sabes? -preguntó Paulacomprendiendo de repente-. Ésta es la casa en la que solías pasar las vacaciones de pequeño, ¿verdad?


Pedro no contestó.


-¿Por eso quieres comprar la isla? -le preguntó en voz baja-. ¿Por la casa?


-Sí.


-¿Quieres que vayamos?


-No, hoy no --contestó Pedro.


Paula miró hacia la casa y lo tomó de la mano.


Pedro no la retiró.


-¿Quién vivía en ella?


Pedro tomó aire.


-Mi abuela -contestó-. Vivió en esa casa toda su vida.


-¿Era suya?


-Esta isla era de mi padre, pero la perdió tras un divorcio -le explicó Pedro con crudeza.


Acto seguido, se giró y tomó el sendero de vuelta sin soltarle la mano.


Aquello dio esperanzas a Paula. En aquel momento de su vida, la necesitaba y no era sólo para acostarse con ella. Se sentía como si hubiera conseguido franquear una puerta muy pesada.


-¿Tu abuela perdió la casa?


-La habría perdido, pero murió antes.


-Lo siento mucho.


-Estaba traumatizada porque mi padre hubiera perdido la isla. Era muy mayor y jamás se recuperó de la conmoción -le explicó Pedro mirando al mar.


Paula intentó comprender cómo se debía de sentir una persona al perder la casa en la que había vivido toda la vida.


-Me parece terrible...


-La encontré yo muerta -le confesó Pedro apretándole la mano-. Tenía nueve años.


Sin pensarlo, Paula le pasó las manos por el cuello y lo abrazó. El dolor que vio en sus ojos era tan intenso que se le saltaron las lágrimas.


-Qué horror...


-Lo más horrible fue perder a la única persona del mundo a la que realmente le importaba -le explicó-. Mi abuela estaba furiosa con mi padre. La noche antes de morir me hizo prometer que, algún día, recuperaría la isla.


Paula cerró los ojos al comprender, por fin, por qué Pedro quería comprar la isla. Estaba cumpliendo una promesa. La promesa que le había hecho a su abuela con nueve años.


-¿Desde cuándo es la isla de Kouropoulos?


-Desde que se la vendió la esposa número tres -contestó Pedro-. La compró hace veintiséis años y nunca la ha querido vender.


--¿Y qué te hace pensar que va a querer venderla ahora?


-Tiene problemas económicos. La verdad es que no me explico por qué no la ha vendido antes.


-¿Sabe por qué la quieres comprar tú?


-No tengo ni idea.


-A tu padre le debió de doler mucho perderla.


-Cuando la perdió, tenía problemas más graves en los que pensar. Sus empresas estaban arruinadas. Cuando murió, estaban en suspensión de pagos.


-Debió de ser muy duro para ti.


-Sí, lo fue.


-¿Y cuando tu abuela murió con quién te quedaste tú viviendo?


-Con la siguiente esposa -rió Pedro.


-Tu infancia debió de ser muy solitaria. ¿Por eso donas tanto dinero para obras sociales infantiles?


-Mi infancia fue estupenda -contestó Pedro seriamente-. Aprendí desde muy pequeño a no fiarme de nadie más que de mí mismo y eso me ha venido muy bien.


Paula se mordió el labio.


Tal vez, le había ido muy bien de cara a los negocios, pero, desde luego, para su vida personal, a la hora de amar, no.


Aquel hombre no creía en el amor y Paula estaba empezando a entender por qué.








CHANTAJE: CAPITULO 16




Pedro se preguntó qué demonios le estaba pasando.


¿Qué había sido de su capacidad de control?


Paula dormía junto a él, hecha un ovillo, y se dijo que no la apartaba de su lado porque no quería despertarla, así que se quedó mirando al techo intentando entender la situación.


Llevarla con él a la isla no había sido una buena idea. Era un riesgo enorme. Paula podía dar al traste con la compraventa.


Al darse cuenta de que por primera vez en su vida había dejado que la libido se interpusiera entre él y sus negocios, se consoló pensando que cualquier hombre podía dejarse llevar por una mujer excepcionalmente bonita.


Y Paula era excepcionalmente bonita. Y alegre. E inteligente. E interesante. La lista de cualidades fue aumentando de manera alarmante y Pedro decidió concentrarse en sus defectos.


Tras pensar unos cuantos minutos, sólo se le ocurrió que Paula había sido la que había terminado con su relación cinco años atrás.


Tal vez, por eso se comportaba así con ella ahora.


Estaba acostumbrado a ser él quien iniciaba y finalizaba una relación. Por eso probablemente estaba obsesionado con ella. Para colmo, el sexo entre ellos era maravilloso.


Como cualquier hombre de su tiempo, aprovechaba la ocasión.


A pesar de sus intentos por racionalizar su comportamiento con Paula, Pedro se dio cuenta de que había gozado de buen sexo en otras relaciones, pero nunca había perdido el control.


Sin embargo, con Paula era distinto.


¿Qué demonios estaba sucediendo?


En ese momento, Paula suspiró en sueños y se apartó de él y Pedro esperó a sentir el alivio que sentía siempre cuando el necesario afecto poscoital terminaba.


Pero el alivio no llegó y se encontró luchando consigo mismo para no volver a abrazarla. Enfadado consigo mismo, se levantó y fue a darse una ducha fría.


Mientras el agua helada le resbalaba por el cuerpo, Pedro decidió que lo mejor era poner distancia entre ellos.


Lo había hecho con otras mujeres, así que, ¿por qué iba ser diferente con Paula?


Sexo y divorcio. No había problema. No sentía nada por ella.





CHANTAJE: CAPITULO 15





-Jamás le digo a nadie lo que pienso. Creo que será mejor que duermas un poco. Tienes cara de cansada.


-Si estoy cansada, es por tu culpa -murmuró Paula-. Llevo días trabajando horas y horas para ponerte fama de santo.


Pedro abrió el ordenador portátil y se puso a trabajar.


Desde luego, tenía unos nervios de acero.


A Paula le hubiera gustado seguir haciéndole preguntas, pero los párpados le pesaban y se quedó dormida.


Cuando se despertó, habían aterrizado y brillaba el sol.


-Ah, estás despierta -comentó Pedro apareciendo por la puerta de la cabina duchado y cambiado de ropa-. Pasa al baño, si quieres, y te cambias.


-¿Y qué me pongo? Te recuerdo que no me diste tiempo a hacer el equipaje.


-Lo tengo todo pensado. Por supuesto, nuestra ropa está en las maletas. pero hay algo fuera que espero que te guste.


-¿Nuestra ropa?


-Por supuesto. Si vamos a llegar como un matrimonio, nuestra ropa debe llegar junta.


-¿Y si me hubiera negado a venir?


-Entonces, supongo que la persona que deshiciera mi equipaje pensaría que tengo un gusto muy extraño a la hora de vestirme -contestó Pedro mirando el reloj-. Tengo que llamar por teléfono.


Paula se duchó rápidamente y eligió un sencillo vestido de lino color melocotón. Tras maquillarse y peinarse, volvió junto a Pedro, que estaba hablando con el piloto.


-Bonito vestido.


-¿Cómo sabías mi talla? -preguntó Paula con curiosidad.


-No me parece una pregunta para hacerme en público -sonrió Pedro echándose a un lado para que bajara por la escalerilla, que ya estaba puesta sobre la pista de aterrizaje.


Aunque era pronto, hacía calor y el sol brillaba con fuerza, así que Paula buscó un par de gafas de sol en el bolso.


Pedro apareció a su lado, la tomó del brazo y la condujo hacia el coche que los esperaba.


-Esta pista parece recién construida -comentó Paula.


-Sí, Kouropoulos la construyó hace un par de años. Antes sólo se podía llegar a la isla por barco.


-Supongo que sería más bonito así.


-Lo cierto es que tenía su encanto.


-¿Tú viniste alguna vez?


-Sí, de pequeño.


-¿De vacaciones?


-Sí, de vacaciones -contestó Pedro algo tenso.


-Qué playas tan bonitas -se maravilló Paula mirando por la ventana mientras el coche avanzaba.


-A la mayoría de ella sólo se puede llegar en barco. Yo creo que eso le quita atractivo para los turistas.


-Obviamente, Kouropoulos ha creído todo lo contrario.


-Él construyó su complejo turístico en el sur de la isla. Allí hay muchas playas de arena blanca y agua cristalina, pero el resto de la isla está ahora deshabitado.


-¿Y cuando venías de niño dónde te hospedabas?


-En una casa...


Paula decidió no hacer más preguntas pues sabía que a Pedro no le gustaba hablar de sí mismo.


Tras preguntarse si las vacaciones infantiles que había pasado allí tendrían algo que ver con su deseo de comprar la isla, Paula volvió a mirar por la ventana.


-Ahí tienes Blue Cove Resort -le dijo Pedro al cabo un rato.


Al verlo tan tenso, Paula lo agarró instintivamente de la mano y se la apretó con cariño.


-Nunca te había visto preocupado por un negocio. No te preocupes, entre los dos lo convenceremos para que te la venda.


Pedro la miró sorprendido y Paula sonrió. Su reacción la había sorprendido a ella también. ¿Cuándo había dejado de pelearse con él para convertirse en un apoyo?


-Ya hemos llegado -anunció Pedro cuando el coche se paró-. No olvides que se supone que estás tan enamorada de mí que te cuesta pensar con claridad.


Paula sintió que el corazón le daba un vuelco.


Así era como se había sentido exactamente cinco años antes.


¿Y ahora?


Tragó saliva y se dio cuenta de que no tenía claro cuáles eran sus sentimientos. Cuando estaba con él, no pensaba con claridad y le costaba respirar.


Pedro le estaba estrechando la mano a un hombre mayor que inmediatamente fue hacia ella con una gran sonrisa en los labios.


-¡Y tú debes de ser Paula! ¡Las fotografías no te hacen justicia!


-¿Qué fotografías?


-Tu fotografía aparece en todos los periódicos. La historia de Alfonso reconciliándose con su esposa es la noticia del día. ¿Te gustó la película?


Paula se quedó helada al darse cuenta de lo que había sucedido.


El beso...


-Sí, mucho -contestó intentando controlar su enfado.


¿Cómo había sido tan estúpida como para creer que Pedro la quería su lado por sus encantos? Para él, los negocios eran lo primero y ella no era ninguna excepción.


La había utilizado.


-Estás un poco pálida -comentó Kouropoulos-. Supongo que estarás cansada. Me tengo que ir a Atenas esta tarde porque ha surgido un imprevisto y no volveré hasta el viernes. Comenzaremos las negociaciones entonces. Así, podréis descansar. Hay un barco a vuestra disposición para que exploréis la isla.


Pedro le dio las gracias y Paula se limitó a sonreír por miedo a explotar si abría la boca. Estaba demasiado enfadada como para darse cuenta de que Pedro y ella se iban a quedar casi una semana a solas.


Mientras les llevaban a la villa que iban a ocupar, apenas se fijó en el paisaje. La villa era blanca y grande, tenía piscina y una fabulosa terraza que daba el mar.


En otras circunstancias, a Paula le habría encantado, pero aquellas circunstancias no era normales. Estaba tan enfadada con Pedro que no se podía relajar y disfrutar de lo que tenía ante sí.


No se podía creer que la hubiera vuelto a engañar con su encanto. Le había dicho que quería que fuera con él para ayudarlo en una negociación cuando, en realidad, la estaba manipulando para hacerse con la isla.


-¡Ahora comprendo por qué me besaste! -le reprochó una vez a solas-. ¡ Lo hiciste para que nos fotografiaran! Así, Kouropoulos desayunaría hoy con nuestra fotografía. El marido que vuelve con su mujer. Otro truco para convencerlo de que eres un hombre bueno cuando, en realidad, eres un manipulador y un asqueroso.


-Son negocios -le recordó Pedro-. En cualquier caso, no cambia lo que siento por ti. Por favor, no grites, podrían oímos.


-Claro, eso es lo único que te importa. Si me oyen gritar, la farsa que has preparado con tanto cuidado saltaría por los aires -le espetó furiosa.


-No digas tonterías -contestó Pedro apretando los dientes-. ¿Lo que llevas haciendo tú dos semanas no es acaso manipular a la prensa?


-Eso es diferente -suspiró Paula-. No me respetas en absoluto. Ya sé que tienes todo el dinero del mundo y que estás acostumbrado a hacer siempre lo que te viene en gana, pero te advierto que yo no soy un juguete.


-¿Un juguete? Los juguetes son sencillos y sólo dan placer. Para tratar contigo hay que haber hecho un curso de desactivación de explosivos. Te aseguro que, si hubiera querido pasar una noche de lujuria, habría elegido a una mujer que no discuta conmigo siempre que estamos a solas.


-¡Me has utilizado!


-Lo que he hecho ha sido seguir con lo que tú ya habías hecho -le aseguró Pedro-. Quería que la gente tuviera cierta idea y lo he conseguido.


-Querías que creyeran que estamos juntos.


-Es que lo estamos.


-No.


-Sí. No tienes más que remitirte a las fotografías.


-Me has utilizado -insistió Paula con los ojos llenos de lágrimas-. ¿Por qué me has traído, Pedro? Hay un montón de mujeres que se hubieran peleado por venir contigo, que se hubieran prestado encantadas a fingir que estaban enamoradas de ti. ¿,Por qué me has elegido a mí cuando sabes que te odio?


-No me odias. Te gustaría odiarme, pero no puedes. A mí me pasa exactamente lo mismo. En cuanto a tu pregunta, te he elegido a ti porque no puedo parar de pensar en tu cuerpo.


Paula sintió que el corazón se le aceleraba y apretó los puños hasta que se clavó las uñas en las palmas de las manos.


-Me besaste única y exclusivamente porque las cámaras estaban delante.


-Te besé porque estabas impresionante, agape mou --contestó Pedro acercándose y levantándole el mentón-. Mírame.


Paula obedeció y Pedro la tomó con el otro brazo de la cintura y la apretó contra sí.


Paula ahogó un grito de sorpresa cuando sintió la potencia de su erección a través del vestido.


-Pedro...


-¿Te crees que esto es también para las cámaras?


-Eres un canalla.


-No me apetece discutir contigo -dijo Pedro acariciándole el labio inferior con el pulgar.


Paula intentó mojarse los labios y, al hacerla, su lengua entró en contacto con el dedo de Pedro y se quedaron mirándose a los ojos durante interminables segundos.


Ambos se abalanzaron el uno sobre el otro a la vez.


Pedro maldijo y la besó con desesperación mientras ella le pasaba los brazos por el cuello y se lanzaba a besar su boca.


Fue un beso brutal y desesperado, resultado de semanas de negación.


Pedro le tomó el rostro entre las manos y la empujó contra la puerta. Una vez allí. se apretó contra ella para que sintiera su erección entre las piernas.


Paula gritó su nombre y Pedro la levantó en vilo, le subió el vestido y le apartó las braguitas con movimientos expertos antes de adentrarse en su cuerpo.


Paula arqueó la espalda para facilitarle el acceso. 


Aquello era sexo en su estado más primitivo, un encuentro animal tan intenso que no se podía describir.


Fue rápido y salvaje, tan primitivo, que con cada embestida Paula jadeaba de agonía y placer.


-Mírame, Pau -le ordenó Pedro al ver que tenía los ojos cerrados-. Mírame.


Paula obedeció dejando que Pedro la poseyera por completo mientras los dos alcanzaban el orgasmo juntos.


Al sentir el clímax, Paula gritó y le clavó las uñas en la espalda mientras él se dejaba ir dentro de ella.


-Dios mío, Pau -le dijo dejándola en el suelo con cuidado.


Paula tenía la cara en su pecho y aspiraba su olor masculino en amplias bocanadas de aire.


No quería hablar.


Hablar estropearía el momento.


Pedro debió de pensar lo mismo, porque no abrió la boca. 


Se limitó a tomarla en brazos, a dejarla en la cama y a tumbarse a su lado.


-Eso no ha sido porque hubiera cámaras delante.


Paula consiguió esbozar una sonrisa.


-Jamás he deseado a una mujer como te deseo a ti -le dijo Pedro muy serio acariciándole el pelo-. Tengo miedo.


Paula se quedó helada ante la inesperada confesión emocional.


-Siempre presumo de ser un hombre controlado, pero contigo ... contigo me desespero y no sé quién soy.


Aquello era lo más lejos que había llegado Pedro jamás. Le estaba sugiriendo que lo que había entre ellos era especial.


-Pedro...


Paula sintió su lengua en el cuello.


-Llevo dos semanas mirándote y queriendo arrancarte la ropa y poseerte. Me estaba volviendo loco.


Paula lo miró frustrada porque Pedro acababa de reducir de nuevo su relación a una relación puramente sexual.


Aparentemente encantado por haberlo dejado claro, se incorporó y se quitó la camisa.


Mientras alargaba la mano y le acariciaba el musculoso torso, Paula decidió que, si él sólo quería ofrecerle sexo, ella lo aceptaría gustosa.


Pedro le agarró la mano, se la llevó a la boca y comenzó a lamerle los dedos mientras la miraba a los ojos.


Paula sintió que se estremecía, elevó las caderas y el vestido le resbaló hasta la cintura. Pedro le bajó la cremallera del vestido y la desnudó en un abrir y cerrar de ojos. A continuación, se desnudó él también y volvió a su lado.


Paula admiró su cuerpo y se dio cuenta de que no había nada que hacer. Aquel hombre era demasiado guapo y sexy para resistirse.


Pedro la besó y comenzó a deslizarse por su cuerpo. 


Cuando llegó a sus pechos, tomó uno de sus pezones entre los labios y lo succionó haciendo que Paula se estremeciera.


A continuación, siguió su viaje hacia las profundidades de su cuerpo. Paula gozó como jamás había gozado.


Estaba tan desesperada que no se reconocía a sí misma. Lo deseaba tanto que estaba dispuesta a suplicar.


Cuando creía que iba a morir de placer, Pedro le separó los muslos.


-Qué sexy eres, agape mou -le dijo con voz ronca-. Me encanta ver que me deseas tanto como yo te deseo a ti.


Sin darle tiempo a responder, se introdujo en su cuerpo haciéndola gemir. Paula acompasó sus movimientos, deseosa de aplacar su sed, hasta que alcanzó el clímax gritando su nombre.


Inmediatamente, sintió que Pedro se estremecía y se dejó caer sobre ella. Entonces, entre sus brazos, Paula se dio cuenta de que lo amaba.


Siempre lo había amado y seguía amándolo.


Por eso se había casado.


Y por eso no se había divorciado.


No había podido hacerlo. En su corazón, siempre seguiría casada con él.


Al darse cuenta de que jamás podría gozar de una relación casual, sin ataduras, con Pedro Alfonso, se quedó rígida, intentando asimilar que iba de cabeza a un desastre emocional sin precedentes.


-¿Estás convencida ahora de que te deseo? -le preguntó Pedro apartándole el pelo de la cara.


Paula cerró los ojos, conmovida en todo su ser por la increíble experiencia que acababan de compartir.


Estaba convencida de que la deseaba, pero ella quería que fuera algo más.


Mucho más.


Decidida a no pedir imposibles, se acurrucó a su lado y cerró los ojos para aprovechar el momento.


-Ha sido increíble -le dijo Pedro besándola en la frente-. El mejor sexo de mi vida.


Sexo.


Estaba muy claro que Pedro no quería otra cosa.


En aquellos momentos Paula estaba demasiado cansada y se dejó llevar por el sueño porque no había un lugar mejor en el mundo para abandonarse al descanso que los brazos de su hombre.