sábado, 12 de septiembre de 2015

MARCADOS: CAPITULO 14




Las palabras de su amiga seguían resonando en la mente de Paula por la noche cuando Pedro se acercó a la cabaña.


Empezaba a darse cuenta de la tentación que representaba Pedro Alfonso. Ella no era mujer de saltar de una relación a otra. En realidad, Claudio había sido su primera relación seria, aunque la pasión no había sido el motor. Lo que había buscado era amar y ser amada. En Claudio había encontrado una estabilidad.


Quizás se había casado con él por los motivos equivocados.


Pero nunca se arrepentiría de haberse casado con Claudio, pues gracias a eso tenía a Emma.


–A ver qué te parece –Pedro le entregó un sobre.


–¿Te apetecen unas galletas con un vaso de leche? –le ofreció ella–. ¿O quizás una copa de vino?


–Las galletas con leche estarán bien –Pedro soltó una carcajada–. Por cierto, a mi padre le encantaron. Le sugerí que te lo agradeciera en persona, pero… –Pedro se encogió de hombros–. Los padres son tan difíciles de controlar como los hijos.


Se sentaron en el sofá y Paula abrió el sobre. Había seis hojas de papel fotográfico con dos fotos en cada una. Junto a ellas, el artículo que había sido publicado en el periódico.


La expresión de Emma mientras jugaba a rayuela, corría alrededor de la manguera y sonreía a Paula como si fuera la mejor madre del mundo, no tenía precio.


–¡Son preciosas, Pedro!


–Han salido bien ¿verdad? –asintió él satisfecho–. Supongo que no he perdido del todo mi toque.


–No lo has perdido en absoluto, y lo sabes. Haces unas fotos maravillosas de paisajes, pero tu especialidad son las personas, sobre todo los niños.


–Tengo más fotos de Emma y de ti. Voy a enviarlas a revelar. Cuando las tengas podrás empezar un nuevo álbum. También tendrás que conseguirte una cámara.


–Eres un buen hombre –Paula volvió a repasar las fotos que tanto significaban para ella.


–Puede que lo sea. O puede que esconda alguna intención.


–¿Cuál?


–No es lo que piensas –la sonrisa de Pedro tenía un punto libertino–. Si alguna vez nos acostamos, será porque ambos lo deseemos. Supongo que lo que pretendía era devolverte parte de lo que perdiste, del mismo modo que tú me devolviste parte de lo que yo perdí. Tienes una sonrisa maravillosa, Paula. Y también la veo en Emma. Pero otras veces solo veo tristeza.


–Te equivocas.


–No lo creo. No solo lamentas lo sucedido en tu matrimonio, creo que lamentas haberte casado.


–Amaba a Claudio. Tuvimos a Emma. ¿Cómo podría lamentar eso?


–A lo mejor no me he expresado bien. ¿Nunca te has preguntado qué habría sucedido si te hubieras casado con otra persona?


–El césped del vecino siempre se ve más verde –ella se encogió de hombros.


–Paula, no es un pecado preguntarse cómo podría haber sido tu vida.


–No, no lo es –ella lo miró–, pero no puedo cambiar mi pasado. Lo mejor que puedo hacer es aprender de él y pasar página.


–¿Estás pasando página?


Sus miradas se fundieron durante diez larguísimos segundos. Paula se sentía agotada.


Y si ya se había equivocado en el pasado, podría volver a hacerlo.


–¿Has venido a hacerme más preguntas personales o a entregarme las fotos?


–He venido porque quería verte, porque me apetecía hacer esto.


Rápidamente, Pedro la tomó en sus brazos sin darle tiempo para reaccionar. El beso fue apasionado y hambriento y ella respondió sin darse cuenta hasta oír sus propios gemidos.
Pedro era más que una tentación. Era pasión en estado puro. 


Lo que siempre había deseado sin saberlo. Por eso resultaba tan difícil resistirse a él. Por eso le correspondía como si su vida dependiera de ello.


Cuando Pedro se apartó, Paula intentó aclarar sus ideas, pero seguía presa en su abrazo.


–El mundo tiembla cada vez que me besas –murmuró ella.


–¿Y estallan fuegos artificiales? –preguntó él con una risa gutural y muy sexy.


Al no recibir respuesta, Pedro le sujetó la barbilla y le volvió el rostro para mirarla.


–¿En qué piensas?


–Me estaba preguntando hacia dónde iremos a partir de ahora.


–¿Siempre necesitas un plan?


–Tengo una hija.


–No lo he olvidado. Y es cierto que he venido por otra razón –Pedro se pasó una mano por el rostro–. ¿Has pensado sobre lo de la entrevista?


–Llevo toda la tarde pensando en ello. He leído los comentarios en la página web del periódico.


–Marisa no ha cambiado de idea y Catalina está entre dos aguas. Tengo alguna otra madre. Ann Custer, cuyo marido está en Afganistán. La entrevistaré mañana.


–Podemos tratar el tema del incendio y mi traslado a la cabaña –sugirió ella.


–Sí, pero también me gustaría mencionar tu condición de viuda y madre soltera. Me gustaría que contaras cómo te sentiste al perder tus cosas, y luego al ver llegar a las voluntarias.


–Lo que quieres es que desnude mi alma.


–Quizás una parte, pero no toda.


No, toda no. Para el artículo no. Aunque quizás para él sí. 


Pedro la miraba como si deseara hacerle el amor allí mismo.


Pedro


–¿Por qué no empiezas a hablar? Intenta recordar el miedo que sentiste al oler el humo y cuéntame qué pasó después –Pedro abrió un aplicación del móvil, seguramente una grabadora.


Y ella empezó con el humo.


Una hora después se sentía más agotada de lo que hubiera estado jamás. Recordó haberse despertado incapaz de respirar, aterrorizada porque Emma le parecía estar muy lejos. Únicamente la voz de Pedro y su siguiente pregunta evitaron que le diera un ataque de pánico. Revivió el momento en que la casa había ardido ante sus ojos. 


Después todo resultó más fácil.


Pedro guardó el móvil en el bolsillo y la tomó entre sus brazos.


Si la hubiera besado de nuevo, se habría apartado de él, pues no podría resistirse a la tentación de hacer el amor.


Hacer el amor con todas sus consecuencias.


–Tranquilízate –le aconsejó él–. Sé lo que es contar tu historia. Yo lo hice contigo.


Paula apoyó la cabeza sobre el hombro de Pedro y se sintió mejor que nunca.


Y esa idea la asustó tanto como contar su historia al mundo entero.



****


Paula acudió temprano al trabajo por la mañana, todavía saboreando la sensación del abrazo de Pedro, del consuelo y la tentación que había representado para ella. No había vuelto a besarla, aunque sí había parecido desear hacerlo. Y ella había deseado que lo hiciera. Pero, llegados a un punto, ninguno de los dos podría parar y debían prepararse antes para las consecuencias.


Dado que había llegado pronto a la clínica, decidió consultar la página web del periódico y el artículo de Pedro. Había nuevos comentarios, y Paula quedó abrumada ante la cantidad.


Una persona escribía sobre el incendio de su casa y mencionaba que el Club de las Mamás había reunido muebles para ella.


Otra se preguntaba adónde se habían enviado esos muebles.


Un nuevo comentario hablaba del rumor de que se alojaba en los viñedos Raintree.


Paula sabía que debía apagar el ordenador, que no debería importarle lo que se decía. Pero aquello afectaba a Emma tanto como a ella misma, y también podría afectar a Pedro y al negocio de Raintree. ¿Habría considerado Pedro esa posibilidad? ¿Formaría parte de su plan de publicidad para los viñedos?


No, él no era así.


Había un link que dirigía hacia la página social del viñedo y continuó leyendo los correos que se habían publicado allí.


Alguien llamado «Orange Maiden», se preguntaba exactamente en qué parte del viñedo se alojaba Paula Chaves.


«SunnyGirl’s», respondía que quizás en la casa principal, y que quizás tenía en mente un lugar más permanente para vivir. A fin de cuentas, Pedro Alfonso era un soltero muy apetecible…


Ese comentario bastaría para ratificar la idea de Hector Alfonso de que era una cazafortunas.


Dejó de leer y llamó a Pedro.


–Has leído los comentarios –contestó él de inmediato.


–Sí, los he leído, y no me gustan. ¿Qué vamos a hacer al respecto?


–No veo que podamos hacer nada, excepto seguir adelante con la entrevista.


–Supongo que estarás de broma.


–Lo digo en serio, Paula. Todas las dudas serán resueltas con la publicación de la entrevista.


Pedro, yo… –no sé qué hacer. No quiero que la gente se lleve una impresión equivocada de mí.


–No lo hará. Deja que escriba el artículo y que el periódico lo publique.


–Necesito pensarlo. ¿Puedes darme algo de tiempo?


–Retendré el artículo por ahora. Pero no creo que sea una decisión acertada.


Sin embargo, Paula no estaba dispuesta a que su vida se hiciera pública. Iban a tener que acostumbrarse a estar en desacuerdo sobre ese tema.



****


Al lunes siguiente, Paula recogió a Emma y a Julian en el centro de día. Llevó a Julian al despacho de Marisa y lo dejó de pie en el suelo.


–Ven aquí, cariño –lo animó Marisa.


Julian había dado sus primeros pasos durante el fin de semana, y balbuceaba sonriente mientras avanzaba hacia su madre con pasos titubeantes.


–En el centro dijeron que se ha pasado todo el día andando de un lado a otro –explicó Paula.


Marisa tomó a su hijo en brazos.


–¿Puedo hacer un dibujo? –Emma miró a su madre.


–Quédate un ratito –le sugirió Marisa a Paula–. No hemos hablado desde lo del artículo de Pedro.


La puerta de la oficina se abrió y Leonardo entró y le entregó a Marisa unos cuantos folletos.


–Esto es lo que están haciendo nuestros competidores.


–¿Puedo hacer un dibujo, mami? –Emma tiró del brazo de su madre.


–Creo que puedes dibujar en casa –sugirió Paula a la pequeña.


Casa. No debería pensar así en la cabaña.


–¿He interrumpido algo? –preguntó Leonardo.


–Íbamos a hablar de los comentarios online sobre Paula – respondió Marisa con franqueza.


Paula sacudió la cabeza, indicando que no deseaba hablar del tema.


Pedro me contó que te había entrevistado –Leonardo se incorporó a la conversación–. ¿Cuándo se publica?


–No estoy segura de que quiera que siga adelante con eso.


–¿Quieres que continúen los rumores sobre ti y tus motivos para vivir aquí? –preguntó Leonardo con una mirada penetrante que la sorprendió.


–Claro que no, pero tampoco me apetece alimentar más rumores.


–Si no permites que el artículo de Pedro acalle los rumores, todo serán suposiciones, Paula –añadió Marisa con dulzura–. Con el trabajo que tienes ¿es eso lo que quieres realmente?


¿Podrían afectar esos rumores a su trabajo?


–La gente seguirá diciendo lo que quiera sin importar cuál sea la verdad –aseguró Leonardo–. Hablan y extienden rumores. Así es la vida en una ciudad pequeña como Fawn Grove. ¿Crees que no sé que la gente habla de mí de un modo poco halagador? No soy el mujeriego que todos creen que soy –admitió con pesar.


–¿No? –Paula sonrió.


–No –insistió él con gesto severo–. Cierto que no estoy mucho tiempo con la misma mujer, no soy de esa clase de hombre. Pero si fuera el Casanova que todos dicen que soy, estaría demasiado agotado para fabricar vino. La cuestión es que entre tú y yo hay una diferencia. A mí me da igual lo que piensen los demás. Pero a ti no te da igual ¿verdad?


Era verdad, porque necesitaba que sus pacientes confiaran en ella, porque quería que Emma estuviera orgullosa de su madre, porque no quería que le pasara nada malo a su hija.


–Así lo veo yo –continuó Leonardo–. Tu única opción es contar la verdad. No te hará daño y puede que ayudes a otras mujeres. Pedro es un periodista maravilloso. Si hay alguien capaz de vender tu historia, es él. A lo mejor deberías darle una oportunidad.


–Estoy de acuerdo con Leonardo –Marisa asintió–. Pedro sabe cómo presentar una entrevista. Tú lo sabes. Dale una oportunidad con la tuya.








No hay comentarios.:

Publicar un comentario