domingo, 5 de julio de 2015

MI ERROR: CAPITULO 24





Cuando sonó el timbre, Paula apagó el secador.


—Seguro que son los de la mudanza pidiendo una taza de café. ¿Puedes abrir, Daniela?


—Sí, claro.


Paula se pellizcó las mejillas para darles un poco de color y se puso unos pendientes. Y entonces se dio cuenta de que todo estaba en silencio.


—¿Daniela?


—Tu hermana se ha ido con Miranda a comer.


Paula se dio la vuelta, sobresaltada. Pedro estaba en la puerta de la habitación, mirándola.


—En el mensaje decías que querías verme para hablar del futuro.


—Pero si lo envié hace dos segundos…


—Estaba abajo.


—Pero el piso está vacío. Lleva semanas vacío…


—No, ya no. Acabo de tomar posesión de mi última adquisición. ¿Para qué querías verme, Paula?


—¿Has comprado el piso de abajo?


—En realidad, he comprado toda la casa —contestó él, impaciente—. Toda menos este piso. ¿Te molesta?


—Depende de la razón. ¿Piensas venirte a vivir aquí?


—Sí… no… —Pedro sacudió la cabeza—. Mira, si quieres que hablemos del divorcio…


—¿Qué? No, no —Paula tomó una bolsa de seda de la cómoda—. Toma, es para ti.


—¿Qué es?


—Ábrelo y lo verás.


Encogiéndose de hombros, Pedro se aflojó la corbata y colocó la bolsa sobre la cama. En cada compartimento de la bolsa había una barrita de plástico. Cada una, ligeramente diferente a la anterior. Él nunca había visto una de cerca, pero no había que ser un genio para adivinar lo que eran. Lo que no entendía era qué hacía Paula con ellas. Hasta que vio la última. Donde decía una sola palabra.


Embarazada.


Pensaba que sabía lo que era el dolor, que sabía de cuántas maneras podía partirse un corazón. Pero en aquel momento supo que no era así.


—Oh, amor mío… —Pedro cayó de rodillas, abrazado a su cintura—. ¿Qué has hecho?


—¿Yo?


—¿Ha sido un donante? ¿Estabas tan desesperada?


—No… no lo entiendes, Pedro. Esto es un milagro. Tú pediste uno, ¿te acuerdas? Para mí —Paula se puso de rodillas para mirarlo a los ojos—. Es tu hijo, Pedro. Nuestro hijo.


—¿Nuestro hijo? —repitió él, confuso—. Pero yo no…


—Pensé que el médico te había dicho que la vasectomía era irreversible. Que no se podía hacer nada.


—No. Él hizo lo que pudo, pero me advirtió que no podía garantizarme nada.


—Habríamos tenido alguna oportunidad si yo no hubiera estado tomando la píldora durante los últimos tres años, ¿no te parece? —sonrió Paula.


—Pero… tú querías un hijo. ¿Por qué tomabas la píldora?


—Vi tu cara, Pedro. No tenías que decirme que no querías hijos. Pasé veinticuatro horas sola en una isla acostumbrándome a la idea. Y, al final, decidí quedarme contigo. No por dinero ni por seguridad, sino porque te quería.


—Yo no sabía…


Paula lo interrumpió con un beso.


—Ya lo sé.


—¿Dejaste de tomar la píldora cuando te fuiste de casa?


—Ya no la necesitaba —sonrió ella—. No pensaba acostarme con nadie más.


—Y espero que siga siendo así —dijo Pedro, apartándose luego para mirarla a los ojos—. ¿Nuestro hijo?


Pedro, los niños necesitan padres que los quieran. Sé que esto no era lo que tú deseabas y quiero que sepas que puedo hacerlo sola…


—No tendrás que volver a hacer nada sola, Paula. Tienes razón, esto es un milagro. Pero el mayor milagro no es que me quisieras lo suficiente como para quedarte, sino que encontrases valor para dejarme. Para obligarme a reconocer la verdad. Te quiero, Paula Chaves y quiero a nuestro hijo. ¿O vas a decirme que yo no soy el primero, que tu hermana sigue siendo lo más importante?


—Fue Daniela quien me pidió que te llamara.


—¿En serio?


—Y te advierto que está planeando unas Navidades de película.


—Si estoy contigo me da igual pasar las Navidades en una tienda de campaña en el desierto. Pero mi plan es restaurar la casa poco a poco. Hacerla tan acogedora que te enamores de ella.


—¿Y la casa de Belgravia?


—¿Volverías allí?


—Prefiero una tienda de campaña.


—Entonces, es historia.


—¿Estás seguro?


—No he estado más seguro de nada en toda mi vida. Ojalá pudiera borrar los últimos tres años para empezar de nuevo…


—¿Lo dices de verdad?


—Con todo mi corazón.


Seguían de rodillas en el suelo, cara a cara, y Paula tomó la suya entre las manos.


—Yo, Paula Chaves, te acepto, Pedro Alfonso, como esposo, para amarte y honrarte. En la salud y en la enfermedad, hasta que la muerte nos separe…


Sus ojos se llenaron de lágrimas cuando Pedro repitió la promesa que había hecho tres años antes:
—A partir de este momento —musitó, buscando sus labios— y hasta el fin de nuestros días.







No hay comentarios.:

Publicar un comentario