viernes, 27 de marzo de 2015

INEVITABLE: CAPITULO 10




—¿Se puede saber dónde rayos estás? —resopló Carolina a través de la línea telefónica—. Se supone que ibas por una bebida, no a desaparecer de la faz de la tierra.


—Estoy en el baño —respondió Paula, tratando de ocultar la agitación en su voz.


—¿Te sientes bien? —se preocupó su amiga—. Has estado desaparecida por más de media hora, si estabas mal debiste decirme. Pensé que ya habías dejado la resaca atrás. Perdón por insistir.


—No es eso —aclaró la escritora—. En un minuto estoy contigo.


Paula salió del cubículo donde se había ocultado, se paró frente al espejo y resopló.


—Menuda cobarde estás hecha, Chaves —le dijo a su reflejo en el espejo. Abrió el grifo de agua, se apoyó contra el lavamanos y se salpicó un poco el rostro para refrescarse.


 Volvió a mirar su rostro humedecido en el espejo, como si la imagen fuese a cambiar por arte de magia; negando con la cabeza abrió su cartera, que estaba a un lado, para sacar toallitas de papel y se secar su rostro.


Paula se enderezó, retocó su maquillaje y se ajustó la ropa, tomó una respiración profunda y salió del baño para buscar a Carolina. Caminó en círculos por los alrededores del último lugar donde estuvieron juntas, pero sin resultado; sacó su celular de la cartera y marcó su número. Después de un par de repiques su amiga atendió.


—¿Dónde estás? —preguntó sin dar tiempo a Carolina para decir nada.


—Estaba aburrida y entré a otra tienda —respondió ella—. Estoy en Luxury, la tienda de lencería de la que siempre te hablo y a la que nunca me acompañas.


—Estoy allí en un minuto.


—Te espero.


Al terminar la llamada empezó a buscar la tienda. No tardó en localizarla, y al entrar encontró a su amiga revisando tangas de seda, ligueros de encaje, medias de red… cosas que ella misma compraría si tuviera a quién lucirlas.


—No necesitas tener novio para llevar una de estas —se burló su amiga mientras hacía girar una minúscula tanga negra con transparencias.


—Empiezo a tener miedo de ti —se carcajeó Paula—. Siempre pareces leer mi mente.


—Es mi trabajo como mejor amiga—respondió Carolina encogiéndose de hombros—. Ahora escoge algo sexy y hazme sentir orgullosa.


Paula no se sentía con ganas de llevarle la contraria a su amiga, así que empezó a mirar las prendas; mientras revisaba cada uno de los sensuales diseños, el contraste de texturas hizo que su mente volara por unos minutos de regreso al sueño que había tenido más temprano.


Ella se derrumbó contra su pecho tras el orgasmo. El hombre deslizó su mano a través de la espalda de Paula, sobre la tela de su negligé, que estaba humedecida con el sudor. Con movimientos calculados la hizo descender hasta sostenerse con sus propios pies, arrastrando las manos por sus costados mientras levantaba la fina prenda que cubría
su cuerpo y dejándola solamente con la tanga blanca de seda, que se transparentaba por la humedad.


—Despierta, Paula —se burló su amiga haciendo que se sobresaltara, repentinamente consciente de lugar en el que estaba—. Siento interrumpir tu momento con eso —señaló el conjunto que sostenía en las manos—. Pero muero de hambre.


La escritora se mordió el labio inferior y asintió en acuerdo; ahora que lo pensaba, ella tampoco había comido nada. 


Cuando fue a devolver la prenda a su lugar, Carolina la detuvo.


—¿Estás loca? Estabas fantaseando allí quien sabe con qué… —dijo con tono divertido—. Vas a llevarte esto a casa, yo te lo regalo.


Caminaron hacia la caja para pagar sus compras y entre las amigas se formó un extraño silencio. Paula sentía que iba a explotar si no hablaba con alguien, así que soltó lo primero que pasó por su mente.


—Sergio me besó.


Carolina se giró hacia ella con los ojos como platos, incapaz de decir una palabra.


—Estaba ahí cuando fui por mi bebida —mientras lo contaba, Paula tampoco lo podía creer.


—¿Te está siguiendo? —logró decir su amiga.


—Lo dudo —dijo más para sí misma. Su ex novio no era de los que se esforzaba para obtener las cosas, sino de los que esperaba sentado que todo le cayera del cielo.


—Solo por las dudas, te quedarás en mi casa hoy ¿vale? —sugirió Carolina mientras le tendía su tarjeta de crédito a la chica de la caja—. Iremos a tu casa y recogeremos todo lo que necesitemos hasta el día del viaje, luego iremos a mi casa.


—Estás exagerando, Caro —replicó Paula mientras tomaba las bolsas con sus compras y su amiga recuperaba su tarjeta.


—No creo en la casualidad, Pau —insistió su amiga—. Y esta ciudad no es tan pequeña. Tienes que estar de acuerdo conmigo en que eso no fue casual.


—Es una locura…


—¿Te abordó sin más, y te besó?—quiso saber Carolina.


—Tropecé con él, y discutimos… —explicó Paula—. Entonces me besó.


Carolina hizo un sonido de desaprobación mientras la miraba y hacía una mueca con la boca.


—Y le di una bofetada —agregó la escritora.
Su amiga sonrió ampliamente.


—¡Esa es mi chica! —exclamó—. Y como se atreva a pasarse de listo, le pateamos el trasero.


Ambas chicas salieron de la tienda riendo de la anécdota para buscar un lugar donde tomar su almuerzo.



*****


Pedro estacionó su auto en el camino de la entrada a su casa, desactivó el seguro automático de las puertas y reposó su frente sobre el volante. Mauricio se giró en su dirección con una sonrisa divertida. Era muy raro que el señor “calma y cordura” estuviese de mal humor por algo que no fuera él, así que pensó estaría bien investigar qué le sucedía.


—Suéltalo —dijo Mauricio—. Has tenido esa cara de bulldog desde que nos encontramos en el centro comercial, y estoy bastante seguro de que no hice nada para cabrearte… esta vez.


—No pasa nada —suspiró Pedro incorporándose en el asiento y haciendo amago de salir del vehículo, pero su hermano lo detuvo e insistió.


—Te conozco, doc —le dijo—. Esa cara no es de “no pasa nada”.


—Está bien —admitió el doctor—. Recuerdas que esta mañana te hablé de una chica que conocí y que luego vi en el bar…


—La chica que te gusta —dijo Mauricio, pero no era una pregunta.


—Sí, bueno… no, no lo sé —respondió Pedro.


—¿Te gusta o no te gusta?


—Ese no es el asunto, Mauricio —dijo su hermano—. Ni siquiera tengo una oportunidad allí. Tiene novio. Los vi en el centro comercial cuando fui por ti.


—¡Mierda! —exclamó Mauricio—. Eso es muy jodido hermanito.


—Lo es —aceptó Pedro.


—Eso merece el tratamiento Alfonso, así que vamos por una botella de Jack Daniels… no queremos que pienses que todas las veces que te atrevas a hacer un movimiento con una chica va a resultar así de mal.


—Habló la voz de la experiencia —se burló él.


—Hermano —dijo Mauricio con voz solemne—. En esta área, yo soy el especialista. Créeme.


—Ahora todo tiene sentido… por eso no dejas de intentar —Pedro trató de sofocar la risa.


—Eso es correcto.


—¿Alguna vez te tomarás algo en serio? —quiso saber Pedro.


—La única persona que me ha interesado después de Layla solo me ve como un amigo… me conoce tan bien que jamás me tomará en serio ¿me ves deprimido por eso? —preguntó—. No, no me ves de ese modo.


—¿Puedo saber de quién se trata?


—No.


—Friendzone ¿eh?


—El alcalde de la Friendzone —Mauricio se encogió de hombros—. Y es un maldito lugar para estar… nunca camines en esa dirección. Toma el consejo de alguien que ha estado ahí.


Ambos hermanos compartieron una carcajada y bajaron del vehículo. Mauricio iba a ayudar a su hermano de la única manera que sabía. Emborrachándolo.


Entraron a la casa y dejaron las bolsas de cualquier manera sobre el sofá. Pedro fue a la cocina para tomar un vaso con agua, mientras que su hermano caminó hacia el teléfono para pedir un taxi.


Cuando el doctor escuchó a su hermano solicitando un servicio frunció el ceño.


—¿Qué te traes?


Mauricio cubrió el teléfono con la mano y se volvió hacia Pedro.


—Te dije que visitaríamos a mi amigo Jack Daniels, ¿no? —preguntó—. Lo decía en serio, y no tengo ninguna botella aquí. No manejaremos borrachos, así que estoy llamando un taxi.


—¿Realmente quieres emborracharte hoy?


—Claro —se encogió de hombros—. Tendré todo el día de mañana para recuperarme de la resaca, estaré como nuevo pasado mañana cuando tomemos nuestro vuelo.


—Estás loco —se rio Pedro.


—Y tú necesitas un poco de esa locura… deja de actuar como un abuelo y hazme caso.





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