domingo, 20 de diciembre de 2015
UN TRATO CON MI ENEMIGO :CAPITULO 5
Señor Alfonso…?
–¿Umm? –Pedro no podía apartar la vista, estaba cautivado por la imagen de los pechos de Paula, unos pechos voluptuosos y perfectos, coronados por unas rosadas areolas y unos tersos pezones que iban intensificando su color a medida que él seguía observándolos.
–¿Señor Alfonso? ¡Pedro! –la voz de Paula se volvió más impaciente cuando él no respondió.
Pedro deslizó la punta de la lengua sobre sus labios mientras se imaginaba tomando esos pezones en su boca y succionándolos con deseo; su miembro erecto dio su aprobación a la idea.
–No llevas sujetador…
–No. Yo…
–¿Piensas ir a trabajar con esta blusa? –puso cara de enojo al pensar en los pechos de Paula siendo devorados por los ojos de otros hombres desde el otro lado del mostrador de la cafetería.
–A todos nos obligan a llevar una camisa negra con el logo del establecimiento –le respondió con desdén–. ¿Y podría levantarse? –lo agarró del brazo e intentó ponerlo de pie.
Pero el movimiento hizo que sus pechos se contonearan frente a la mirada de Pedro. Si se echaba hacia delante, aunque fuera un poco, podría posar la boca sobre ellos y saborearlos…
–¡Maldita sea, Pedro, alguien está llamando a la puerta! –susurró furiosa. La urgencia de su tono hizo que, por fin, despertara de ese aturdimiento sexual. Frunció el ceño al ser consciente de lo que estaba haciendo… ¡y de lo que había estado a punto de hacer!
¡Y con quién!
Paula respiró temblorosa cuando Pedro se levantó bruscamente y se pasó los dedos por el pelo con gesto impaciente. Antes de ir a abrir la puerta le lanzó una mirada de enojo.
–Lo siento, señor Alfonso, no me había dado cuenta de que la señorita Chaves seguía aquí –dijo la recepcionista dando un paso atrás al ver la expresión de enfado de Pedro.
–¡Me alegro de volver a verte, Pedro! –dijo con tono despreocupado el anciano situado al lado de la recepcionista antes de entrar en el despacho y dirigirle a Paula una mirada simpática, aunque curiosa–. ¿Es que no vas a presentarme a tu señorita? –le preguntó a Pedro.
–Solo estoy aquí por una reunión con el señor Alfonso –se apresuró a decir Paula obviando la sugerencia de que Pedro y ella fueran pareja–. Y ya le he robado demasiado tiempo –añadió al acercarse a la puerta antes de girarse para lanzarle a Pedro una gélida mirada.
¡Maldita sea! Estaba haciendo todo lo posible por aplacar la especulativa mirada de la recepcionista y la mirada de curiosidad de la visita de Pedro. ¡Lo mínimo que podía hacer era intentar ayudarla y dejar de mostrarse tan enojado ante la interrupción!
¿La interrupción de qué?, se preguntó Paula…
El deseo que había visto en los seductores ojos de Pedro había sido inconfundible mientras había observado sus pechos, como también lo había sido el rubor en sus esculpidas mejillas cuando había empezado a inclinarse hacia ella. ¿Evidenciaba todo ello que, de no haber sido interrumpidos, habría actuado dejándose llevar por ese deseo y le habría besado los pechos? ¿Tal vez habría hecho algo más que besarlos?
Sintió que le fallaban las rodillas solo de pensar en tener esos tallados labios posados en sus excitados pezones, succionándolos y acariciándolos con la lengua…
–Paula, te presento a lord David Simmons –dijo Pedro con voz áspera al hacer las presentaciones–. David, te presento a Paula Chaves –suavizó el tono–. Está entre los seis artistas cuyos cuadros expondremos en la Exposición de Nuevos Artistas el mes que viene.
–¿Ah, sí? –los cálidos ojos azules de David Simmons se iluminaron al estrecharle la mano a Paula–. Estoy deseando asistir a la exposición –le informó con amabilidad sin soltarle la mano–. Hace dos meses volé a París para acudir a la Exposición de Nuevos Artistas de la Galería Arcángel de allí y puedo asegurarle que está en buenas manos. Pedro tiene buen ojo para reconocer nuevos talentos.
La sonrisa de Paula se quedó paralizada en sus labios, no por el hecho de que le dijeran que estaba en buenas manos, sino también porque sabía demasiado bien que Pedro tenía buen ojo, además, para reconocer una falsificación.
–Entonces, sin duda, le veré el mes que viene, lord Simmons…
–Por favor, llámame David –le dijo con delicadeza.
–Paula –le respondió ella bien consciente de la amenazante presencia de Pedro–. Y ahora, si me disculpan… Yo también tengo otra cita.
Pedro sabía que la «cita» era su turno en la cafetería, algo que seguía desagradándolo sumamente. Y por si eso fuera poco para ponerlo de mal humor, David Simmons, que era lo suficientemente mayor como para ser el abuelo de Paula, le había estrechado la mano demasiado tiempo durante las presentaciones.
–Linda, por favor, resérvale una cita a la señorita Chaves para que se reúna con Eric el lunes –le ordenó Pedro a la joven bruscamente.
–Por supuesto, señor Alfonso.
–¿Puedo saber para qué? –le preguntó atónita.
Pedro apretó los labios.
–Necesitamos más información personal y fotografías para el catálogo que vamos a enviar a los clientes… tal como creo que te he contado antes…
Ella se sonrojó ligeramente ante la pequeña reprimenda y un brillo de furia iluminó sus ojos.
–Está claro que me que quedado tan abrumada al enterarme de que estoy entre los seis artistas elegidos para la exposición que no he oído los detalles que han venido después.
La tensión de Pedro se disipó ligeramente al ver la rabia en la mirada de Paula acompañando esas palabras que había pronunciado con exagerada dulzura. También le recordó que Paula, más que sentirse abrumada, se había puesto mala de verdad e incluso había vomitado, así que, sin duda, habría seguido invadida por las náuseas cuando se habían sentado a charlar sobre los detalles de lo que faltaba por hacer para la exposición.
¡Eso sin mencionar la molesta atención que él le había concedido a sus pechos escasos minutos antes!
No es que Pedro estuviera especialmente orgulloso de ese desliz; cinco años atrás había reconocido que suponía un peligro para su autocontrol, y su encuentro hoy con una Paula Chaves más madura, más segura de sí misma, ¡y más bella!, le había demostrado que ese peligro aún existía. Y tanto…
Tal vez debería haber hecho caso a Rafael y haberse mantenido bien alejado de Paula Chaves.
–Tú ven –le dijo secamente–. Le diré a Eric que te vuelva a explicar esos detalles el lunes.
Ella se giró para sonreír al anciano.
–Ha sido un placer conocerle, lord Simmons. Señor Alfonso –para él no hubo ni sonrisa ni mención alguna de si también había sido un placer verlo.
–Una chica preciosa –comentó David Simmons mientras los dos hombres veían cómo Paula y Linda salían del despacho.
–¿Linda? –dijo Pedro malinterpretando deliberadamente al anciano.
–¿Las pinturas de la señorita Chaves son tan hermosas como ella?
–Más aún, si cabe –respondió Pedro sinceramente; el trabajo de Paula era excepcional y no tenía ninguna duda de que David Simmons reconocería ese talento con la misma facilidad con que lo había hecho él y que, con mucho gusto, compraría uno de sus retratos en la exposición del próximo mes.
–Interesante –dijo el hombre al seguir a Pedro hasta los sillones situados frente a la ventana.
No fue hasta mucho después, una vez su reunión con David hubo concluido, que Pedro pudo pararse a pensar en su encuentro con Paula.
La susceptibilidad y el resentimiento que había sido incapaz de ocultar habían demostrado que ni siquiera había empezado a perdonarlo por el papel que había desempeñado en el hundimiento de su padre, y que no habría participado en la competición de Nuevos Artistas de no ser porque se trataba de un último recurso.
Miró al otro lado del despacho y vio algo destellando bajo uno de los sillones. Algo que se había caído del bolso de Paula.
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario