martes, 29 de diciembre de 2015

PERFECTA PARA MI: CAPITULO 8





Pedro trató de estirar el mapa sobre el volante, y de nuevo maldijo su suerte por no encontrar ningún vehículo con GPS en la empresa de alquiler de coches. Su teléfono móvil apenas tenía cobertura y había tenido que parar a comprar un mapa en la última gasolinera. Al parecer, aquellos parajes estaban mortalmente reñidos con la era tecnológica. 


Maldiciendo para sus adentros, comprobó que las líneas del plano no correspondían con las estrechas carreteras, apenas pavimentadas, que se extendían frente a él. Hacía dos días que llovía sin tregua y los limpiaparabrisas no daban abasto. 


Miró al frente y trató de vislumbrar alguna señal informativa que le indicara el camino que debía seguir para llegar al dichoso hotel, de aquella dichosa mujer.


Desde niño sabía que su padre nunca hacía las cosas como todo el mundo. Pero ahora, incluso muerto, continuaba alterando sus destinos y jugando a su antojo con todos ellos. 


Como piloto comercial siempre había viajado y no lo había visto mucho. Sin embargo, cuando su madre los abandonó, Pedro pensó que su padre cambiaría de empleo y se ocuparía de él. Nada más lejos de lo que ocurrió. Tras regresar a casa después de irse su esposa, puso en venta el edificio y todo lo que contenía, y se llevó a su hijo de diez años al mejor colegio de Suiza.


No obstante, si alguien pudo pensar que Pedro se había sentido abandonado o desarraigado, no se acercaba ni de lejos. A sus treinta y ocho años podía decir que el colegio suizo era lo mejor que le había pasado en la vida. Allí aprendió a seguir pautas; cualquier objetivo elevado se conseguía con fuertes dosis de disciplina. También allí hizo amigos influyentes, pues sus compañeros eran los hijos de las personas que dirigían el planeta; hijos que habían heredado los imperios de sus progenitores, y cuyos números de teléfono él recogía en su dotadísima agenda. Algo esencial para alguien que se dedicaba a asesorar empresas en todo el mundo.


Pero ahora su padre se moría, y volvía a poner su perfecta vida patas arriba. En aquellos momentos, él debía estar llegando a la estación de esquí suiza donde cada año pasaba sus perfectas vacaciones navideñas. Claro que nadie contaba con la sorpresa mayúscula que su padre les había preparado en el testamento. Por eso antes de irse debía poner un poco de orden y averiguar quién era aquella mujer que, ojos bonitos aparte, había logrado aguijonear su curiosidad. Pues, ¿quién en su sano juicio estaría dispuesto a renunciar a una fortuna a cambio de unos libros viejos? ¿Qué tipo de relación la había unido a su difícil padre?








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