lunes, 28 de diciembre de 2015
PERFECTA PARA MI: CAPITULO 5
La suave llovizna no tardó en dar paso al aguacero. Paula saltó sobre un charco y se resguardó bajo el colorido toldo de un escaparate. Contempló el reflejo de las luces del tráfico en los charcos y el agitado ir y venir de personas que, como ella, no habían sido lo suficiente previsoras como para llevar paraguas. Solo le faltaban unos cuantos metros para llegar a la residencia. Podía darse una carrera hasta allí, aunque por la forma en que llovía lo más probable era que terminase calada hasta los huesos. Su mano derecha se cerró sobre el diario escondido bajo su abrigo y decidió que terminaría empapado si decidía salir. Y a Samuel no le haría ninguna gracia quedarse sin escuchar la portada de ese día; repleta de grandes titulares sobre corrupción urbanística en el Ayuntamiento.
Paula sabía que al anciano le encantaba que le leyera el periódico. Sin embargo, estaba segura de que prefería el animado debate que se establecía entre ellos después. Las noticias sobre corrupción política —muy de actualidad— eran las favoritas de Samuel. Pues, como él decía, la clase política era un reflejo de la estupidez general. Era entonces cuando Paula, optimista por naturaleza, le rebatía hablándole sobre compromiso público, responsabilidad, dignidad, solidaridad, y toda clase de argumentos con los que únicamente conseguía que Samuel se riese de ella a grandes carcajadas. Pero, por el brillo centelleante que había observado en sus ojos mientras ella lo refutaba apasionada, había llegado a pensar que en realidad él también era un optimista, solo que no tan incauto.
No le caía bien a ningún miembro del personal de la residencia, y tampoco les gustaba a los otros ancianos. Pero Paula había descubierto en Samuel a un tipo excepcionalmente generoso y honesto. Tenía mucho sentido del humor, era auténtico y, pese a sus continuas bromas subidas de tono, respetaba más que nada la libertad individual. Su máxima era «vive y deja vivir». Ese era Samuel: el anciano más difícil del residencial «Los Tréboles», y su mejor amigo.
No dejaba de ser curioso que hubiese hallado tanta afinidad en una persona tan distante a ella en edad y clase social.
Una de las enfermeras le había contado que Samuel había sido piloto y que tenía un hijo al que nunca habían visto por allí. Según se rumoreaba, su esposa lo había abandonado muchos años atrás. Paula nunca se había atrevido a preguntarle; Samuel era bastante celoso de su privacidad y, salvo por algunas burlas al concepto de familia, jamás hacía comentarios sobre su vida. Claro que tampoco le preguntaba de forma directa sobre la suya. Algunas veces le lanzaba pullas con las que únicamente buscaba provocarla para sacarle información sobre su vida privada. Pero como ya le conocía, Paula no cedía a sus desafíos.
En ocasiones le hablaba sobre la casa que había heredado y sobre sus planes para el hotel; más que nada porque pasaba tanto tiempo con Samuel, que le era imposible no mencionar aquello que ocupaba casi todos sus pensamientos.
Curiosamente, él jamás la interrumpía en aquellas ocasiones, ni siquiera para hacer chistes sobre banqueros o atacar con alguna ironía al sistema capitalista.
—¿Hay algún Florentino Ariza en tu vida, Paula? —le preguntó una vez mientras le leía «El amor en los tiempos del cólera», uno de sus libros favoritos.
Ella no se esperaba la pregunta, aunque entendía lo que quería saber. Florentino Ariza era el protagonista del libro, un hombre que se había pasado toda su existencia
enamorado de una misma mujer y quien, después de muchas contrariedades, decide que su vida termine en un perpetuo viaje por el río en compañía de ella. Aislados en un barco, los dos amantes logran al fin estar juntos y alejarse de los convencionalismos sociales.
—No, ahora que lo dice —respondió ella, fingiendo no comprenderle—, no conozco a ningún miope.
Samuel resopló de puro hastío.
—Ay, nena, por el amor de Dios, ¿tienes novio?
Paula lo observó durante unos instantes en silencio mientras una sonrisa bullía en sus labios.
—No, Samuel, no tengo novio.
—¿Novia?
Sonriendo ya ampliamente, Paula negó con la cabeza.
—Me gustan los hombres. ¿Algún interés personal al respecto? —bromeó.
Él le sonrió de medio lado, con aquella mueca que le hacía parecer un granuja.
—Hace treinta años, no te quepa la menor duda —respondió, guiñándole un ojo.
Paula se rió sin poder evitar ruborizarse, lo que provocó otra enorme carcajada de Samuel.
—Eres maravillosa —reconoció, mientras la risa se apagaba lentamente en su voz—. No sé en qué demonios piensan los hombres de hoy en día. ¿Cómo pueden pasar a tu lado sin ver lo especial que eres?
A pesar de que no había ninguna particularidad en sí misma que destacaría, a Paula le pareció el mejor cumplido que le habían dedicado nunca.
—Tú sí que eres especial —murmuró, justo antes de bajar la cabeza y seguir leyendo.
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