viernes, 13 de noviembre de 2015

UNA CITA,UNA BODA: CAPITULO 14




Pedro sostenía entre las manos la, ahora templada, taza de café mientras estaba sentado en el gran y vacío bar del vestíbulo. Por desgracia, no había logrado calmarlo. No era un hombre temerario; al besar los suaves y rosados labios de Paula había sabido que habría consecuencias, las había sopesado, las había medido, y había decidido que después de negociar una noche tan desenfrenada con encomiable finura un beso para celebrarlo era una buena idea.


Lo que no se había esperado era que la sensualidad que Paula llevaba escondida dentro hubiera explotado de ese modo en cuanto sus labios la habían rozado. Sin embargo, con eso había podido.


Lo que había hecho que ahora estuviera solo sentado en un bar a las tres de la mañana era: «Si hubiera sabido que esto sería así, no habría podido contenerme todos estos meses». 


Las palabras de Paula no habían parado de dar vueltas en su cabeza desde que se había sentado.


Parecía que Paula tuviera algún sentimiento hacia él y, aunque solo fueran recientes, era demasiado. Él jamás se había permitido implicarse emocionalmente con una mujer que no viera las relaciones como las veía él.


¡Maldita sea! Apartó la taza con frustración.


–¿Otro, señor Alfonso? –preguntó el camarero.


–No, gracias, amigo. Creo que ya ha sido suficiente por esta noche.


–Muy bien, señor.


Pedro se levantó del taburete y lentamente fue hacia el ascensor, hacia ese mismo lugar donde había ignorado a la vocecita que lo había advertido dentro de su cabeza y la había besado de todos modos.


La puerta se abrió y él entró, sin querer ver su reflejo en las puertas mientras volvía a pensar en todo lo sucedido.


Paula sentía algo por él y él nunca lo había utilizado en su propio beneficio. Si lo hacía ahora, no sería mejor que aquellos que le habían hecho daño en su intento de hacer sus vidas un poco más cómodas.


Por otro lado, besaba como una sirena, como si bajo su pequeño cuerpo hubiera un manantial de calor, como si deseara que solo él fuera el que apagara ese calor.


Esperaba que, para cuando entrara en la suite que compartían, la habitación de Paula tuviera la luz apagada y estuviera en silencio. Después, él podría retirarse a la suya, desnudarse, abrir la ventana y dejar que el gélido aire hiciera lo que la fuerza de voluntad y el café ardiendo no había logrado.







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