viernes, 30 de octubre de 2015
MI FANTASIA: CAPITULO 15
-¿Dónde has estado?
Paula dejó las bolsas en la encimera de la cocina, sorprendida al ver que Pedro había salido de su despacho y bajado a la cocina a recibirla. Desde la puerta, él la miraba con gesto entre preocupado e irritado.
-Tenía algunas cosas que hacer -dijo ella, vaciando las bolsas.
-Tenías que haberme dicho que te ibas.
Paula metió dos paquetes de yogures y un zumo de naranja en la nevera y cerró la puerta empujando suavemente con el trasero.
-Me dijiste que no necesitaba tu permiso para dejar la casa.
Pedro miró al reloj.
-Son casi las nueve.
-No sabía que tuviera toque de queda.
-Para haber pasado el día de compras, no has comprado mucho -observó él sin responder a su comentario, mirando las dos bolsas de la encimera.
-No sólo he ido de compras. He ido a ver al anterior propietario de la casa.
Pedro no pareció sentir demasiada curiosidad.
-¿Cómo lo encontraste?
-Alguien me ayudó. Ha sido muy amable y complaciente.
-¿Quién, el propietario o ese alguien?
Definitivamente estaba celoso, y a Paula le encantó.
-Los dos. El propietario se llama Jaime Gutherie. Ha sido una visita muy agradable.
-¿Dónde has quedado con él?
Paula podía continuar con el juego o reconocer la verdad y terminar de una vez por todas.
-En una residencia de la tercera edad en Baton Rouge. Vive allí.
Si Pedro se sintió aliviado con la información, no lo demostró.
-¿Has pasado casi todo el día con él?
Paula había pasado casi todo el día en una librería tomando un capuchino y leyendo un libro sobre sexo tántrico.
También había comprado algo que esperaba fuera útil aquella noche.
-Con el he estado menos de una hora, pero he resuelto el misterio de nuestros amantes. Me ha dicho...
-Ahórrame los detalles -le interrumpió él.
Paula se encogió de hombros.
-Vale -abrió un cajón para guardar el resto de la compra.
-¿Y después no has parado en ningún otro sitio?
El interrogatorio empezaba a resultar tedioso.
-He parado a comer algo. Oh, y después me he metido en un bar de carretera a echar una partida de billar con una panda de ángeles del infierno. Incluso me han hecho un tatuaje en el trasero. Pone «Bombón de Georgia. Cómeme» -se volvió a mirarle con una radiante sonrisa-. ¿Quieres verlo?
-Me alegro de que a ti te parezca divertido, porque a mí no me hace ninguna gracia. Podía haberte pasado cualquier cosa.
-Por favor -dijo ella con cierta exasperación-. Vine conduciendo sola desde Georgia y tardé nueve horas, no los treinta minutos que hay de aquí a Baton Rouge -Paula apoyó un codo en la encimera y lo miró con una sonrisa zalamera en los labios-. ¿Me has echado de menos?
Pedro no respondió, pero ella se acercó a él, le rodeó el cuello con un brazo y le tomó los labios con la boca. Al principio él no reaccionó, pero en cuestión de segundos se
convirtió en un participante activo, jugando con la lengua en su boca y acariciándole las nalgas con las manos. Hasta que Paula decidió que ya era suficiente y se separó de él.
-Creo que eso responde a mi pregunta. Me has echado de menos.
Él la contempló en silencio, y ella vio en su mente lo que quería hacerle: subirla sobre la encimera y hacerla suya allí mismo. Pero en lugar de hacerlo, le dio la espalda y dijo: -
Me voy a la cama.
Paula sabía que no era exactamente cierto. Quizá se retirara a su habitación, pero no a dormir. Y si todo iba según sus planes, ella se aseguraría de que de momento no pegara
ojo.
Paula subió a su dormitorio y se puso el camisón rojo de satén que había comprado en la ciudad. Al verse en el espejo recordó que había utilizado la misma táctica con
Ricardo sin resultado. Con Pedro tendría que arriesgarse.
Aquella tarde había pasado casi dos horas leyendo sobre la filosofía que había detrás del sexo tántrico, y entonces
fue cuando se dio cuenta de que a la modificada versión de Pedro le faltaba una cosa: la parte relacionada con la iluminación y la pureza del amor. Para alcanzar ese plano,
era necesario abrirse tanto emocional como físicamente.
Pero Pedro evitaba las emociones. Y seguía haciéndolo.
Paula estaba segura de que podía convencerlo para que soltara el férreo control que tenía de sus sentimientos y volviera a sentir otra vez.
Quería arriesgarse, pero antes tenía que encontrarlo, y esperaba que para ello no tuviera que buscar por toda la casa.
Cuando oyó el ruido de las puertas de la terraza al abrirse, supo que lo había encontrado.
Y ahora quería la oportunidad de hacer su fantasía realidad.
Sentado con la espalda recta en el sillón de mimbre de la terraza, Pedro supo qué quería Paula en cuanto la vio salir a la terraza. Ayudado sólo por la luz de la luna, vio que iba de rojo, el color de la seducción, y distinguió la palidez de su piel contra la oscuridad de la noche y la melena rubia y rizada caerle sobre los hombros como un aura. Parecía un ángel, un ángel decidida a seducirlo y apoderarse de su voluntad.
Desde que descubrió los placeres del sexo siendo muy joven nunca había rechazado la oportunidad de hacer el amor con una mujer que le gustara, ni se había negado a sí mismo durante un periodo de tiempo tan largo el placer de unir su cuerpo al de una mujer. Pero nunca había conocido a una mujer como Paula. Admiraba su inteligencia y su cuerpo, apreciaba su fuerza y respetaba su determinación, excepto en aquel momento.
Tal y como temía, Paula quería ponerlo a prueba y quitarle la protección emocional que había erigido a su alrededor. Eso era lo que había hecho desde su regreso de Baton Rouge, y él había fracasado estrepitosamente. No era asunto suyo dónde o con quién estuviera, pero le importaba, y mucho.
Eso podía ser fatídico para los dos.
Paula se acercó a él con pasos lentos y gráciles, y él se agarró con las manos al sillón como si eso pudiera librarle de la repentina emboscada.
«No me hagas esto, Paula»
-Quiero hacerlo, Pedro -dijo ella como si hubiera hablado en voz alta-. Tengo que hacerlo.
Se inclinó hacia delante y le pasó las palmas abiertas por el pecho y el abdomen, acariciándolo despacio.
-Esta noche no lo necesitas -susurró ella, quitándole el medallón del cuello, en un gesto simbólico que indicaba que también le estaba quitando su férreo autocontrol.
Pedro no protestó cuando le desabrochó el pantalón y le bajó la cremallera. De sus labios no escapó ni un gemido cuando le bajó los pantalones y los calzoncillos, ni cuando ella se incorporó para mirarlo y lo vio endurecerse visiblemente ante sus ojos.
Y cuando ella se arrodilló ante él y bajó la cabeza, Pedro supo que lo que iba a ocurrir estaba totalmente fuera de sus manos.
Paula lo exploró con la lengua desde la punta a la base antes de introducirlo completamente en el calor de su boca, y entonces él dejó escapar un largo gemido entre los dientes apretados. Si no la detenía enseguida, no sería capaz de hacerlo.
Paula le ofreció un momento de gracia al ponerse de pie ante él, pero se lo retiró al levantarse el camisón de satén y quitárselo por la cabeza, quedando totalmente desnuda.
Después se sentó a horcajadas sobre él, le acarició el labio inferior con la lengua y le rozó el pecho con los pezones endurecidos.
-Puedes elegir,Pedro. Puedes decirme que te deje en paz, y lo haré, para siempre. O puedes dejar de negarnos lo que los dos deseamos con tanta intensidad y hacerme el amor ahora mismo.
En ese momento, la poca resistencia que le quedaba se hizo añicos y Pedro la besó con fuerza a la vez que le alzaba las caderas con una mano y se guiaba hacia ella con la otra,
penetrándola y terminando con meses de un celibato que se había impuesto como castigo por su negligencia. Necesitó hacer un gran esfuerzo para contenerse y no alcanzar el climax inmediatamente. Sujetó la cintura femenina con las dos manos y siguió los movimientos del cuerpo que se mecía sobre él.
Decidido a llevarla hasta el límite, separó los muslos y de paso separó los de ella, entrando mucho más en su cuerpo.
Cuando interrumpió el beso y alzó ligeramente las caderas, vio la transformación en el rostro de Paula, de dama de alta cuna a mujer totalmente desinhibída. Sin dejar de mirarlo a los ojos, Paula lo cabalgó con fuerza, como en su fantasía.
Pedro quería que durara más, pero su cuerpo tenía otras ideas y el de Paula también.
Bajó las manos y acarició a Paula entre las piernas sólo unos momentos antes de sentir las contracciones del orgasmo que amenazaba con hacerlo estallar a él también.
Maldijo sus limitaciones, pero el climax se apoderó de él y le provocó un estremecimiento que lo recorrió de la cabeza a los pies.
Paula se desplomó contra él, y sus jadeos entrecortados eran los únicos sonidos que interrumpían el silencio de la noche. Permanecieron así un rato hasta que ella levantó la
cabeza y le acarició la cara.
-No ha sido tan difícil, ¿verdad?
Paula no tenía ni idea de lo difícil que había sido para él, al menos en cuanto a dejar las riendas de su autocontrol.
-Me has pillado desprevenido.
-Pensé que sería la única manera de hacerte cooperar.
-Pensaste bien.
-Y ahora que he conseguido lo que quería, te dejaré para que continúes con lo que estabas haciendo.
Y dejándolo prácticamente con la boca abierta, Paula se levantó, se puso el camisón y volvió a su dormitorio, dejándolo con los pantalones por los tobillos y sin saber qué
decir. Pedro estaba seguro de que Paula lo invitaría a su cama, y era lo que había deseado en el fondo de su alma.
Pero Paula lo abandonó después de unos placenteros
momentos de sexo, igual que había hecho él las noches anteriores. Y por algún motivo que no logró descifrar, eso no le gustó nada.
En los momentos de unión de sus cuerpos, Pedro tuvo la impresión de que Paula podía absolverlo de todos sus pecados, pero si descubría lo que había hecho, solo podía
esperar un indulto temporal.
Al margen de eso, quería más de ella y menos sufrimiento, hasta que desapareciera de su vida para siempre.
Había pasado una hora cuando Paula notó la curva del colchón a su espalda y dos brazos alrededor de su cuerpo.
La repentina aparición de Pedro la sorprendió tanto
como su total desinhibición en la terraza un poco antes.
Se volvió en la cama para mirarlo, separada de él tan sólo por la suave sábana de algodón. Seguramente él estaba tan desnudo como ella.
-¿A qué debo este placer? -preguntó ella.
-No sabía que estabas despierta.
-Digamos que no estoy acostumbrada a que un hombre se meta en mi cama sin avisar.
-¿Quieres que me vaya?
-No he dicho eso.
-Me alegro, porque no pienso irme. Aún no -le dijo, apretándola contra él, aunque manteniendo la parte inferior del cuerpo alejada de ella.
Paula hundió los dedos entre los cabellos sedosos, y él le frotó suavemente la espalda.
-Pero sabes que me iré.
Ella lo besó en el cuello.
-Lo sé. Prefieres dormir en tu cama.
-Quería decir que dejaré la plantación. Cuando terminen los trabajos de restauración la venderé.
Paula pensó que eso le daba un buen motivo para no acelerar las obras, y una razón para no lanzarse de cabeza a una relación con él. También le hizo un nudo en el estómago.
-¿Dónde irás?
-No lo sé, algún lugar donde los inviernos sean cálidos. Quizá una isla.
Probablemente una isla desierta, pensó Paula.
Pedro deslizó el muslo entre sus piernas, dejándole sentir su erección con toda claridad, y excitándola a su vez.
-Entretanto, quiero ser tu amante hasta que te vayas.
Le acarició el pecho delicadamente, arrancando un suspiro de la garganta femenina.
-¿Y Eloisa?
-Tres son multitud.
Paula se echó a reír, aunque lo que deseaba era gemir de placer.
-Me refiero a qué dirá cuando nos vea juntos.
Él le acarició el vientre plano con los nudillos.
-Seremos discretos, pero creo que ya tiene sus sospechas.
-¿Por qué lo dices?
-Me conoce demasiado bien. Sabe que te he deseado desde el día que entraste por la puerta, aunque al principio quería que te fueras -dijo él, acariciándole el muslo.
-¿Y qué quieres ahora, Pedro?
Quizá no era el momento más oportuno para hacer la pregunta dadas las caricias de Pedro. Paula temió no tener la respuesta que buscaba.
-¿No es obvio? Quiero estar otra vez dentro de ti -dijo, acariciándola sin piedad.
La volvió de espaldas y la arrimó contra su cuerpo. Después volvió a acariciarla con la mano entre las piernas.
-Sin expectativas.
-Sin expectativas -murmuró ella. El le levantó la pierna y se la colocó sobre la cadera.
-Pero de lo que puedes estar segura es de que siempre te haré sentir... -la penetró sin dificultad-, muy bien.
Esta vez la unión fue como un baile lento y sensual, al menos al principio, hasta que la pasión se apoderó de sus cuerpos y acabaron saciados y jadeando, empapados en sudor.
Guando recobraron el aliento, Pedro le echó la cabeza hacia atrás y la besó. Fue un beso tierno y pausado, profundo y cargado de significado, pero Paula se dijo que debía
mantener los pies en el suelo y estar alerta. Porque mientras él continuara en su vida, ella aceptaría el regalo de placer que él le ofrecía, pero siendo consciente en todo momento de la realidad de la situación.
Cuando los primeros rayos de luz se colaron por la ventana, Pedro supo que debía marcharse, pero esta vez no pudo. No podía dejar de contemplar a Paula, dormida a su
lado, y no pudo resistirse a admirar su cuerpo una vez más.
Después se iría.
Con cuidado de no despertarla, retiró la sábana hasta las piernas y estudió los pezones rosados antes de deslizar la vista hasta el suave vello rubio bajo el vientre, y se endureció como una roca.
Paula se había colado en sus venas como un agradable veneno y necesitaba librarse de su poder. La experiencia le había enseñado cómo hacerlo. Ahora sólo tenía que
convencerla para que picara el anzuelo.
Empezaría aquella misma noche.
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Wowwwwwwwwww, qué intensa e intrigante es esta historia, está buenísima!!!!!!!!
ResponderBorrarMuy buenos capítulos! Pau se salió con la suya! Pero Pedro los misterios de Pedro me dan mucha intriga y miedo!
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