viernes, 30 de octubre de 2015

MI FANTASIA: CAPITULO 14





A la mañana siguiente, Paula necesitaba hacer algo y, tras echar un vistazo a la puerta cerrada del despacho de Pedro, decidió explorar el desván de la tercera planta. Después
de la noche anterior, decidió que había sido demasiado accesible, demasiado sumisa, y que había llegado el momento de tomar el control.


Cuando abrió la puerta que conducía al desván, encontró otra angosta escalera apenas iluminada por una bombilla de poca potencia. Al final de las escaleras, abrió una segunda puerta y entró en una zona que se extendía por toda la longitud de la casa.


Aunque por las tres ventanas abuhardilladas se filtraban algunos rayos de sol, el desván era un lugar lúgubre, sombrío y abandonado. Su situación de abandono se reflejaba en todo, desde la desgastada madera del suelo a las telarañas que colgaban de las esquinas.


En un rincón, cerca de una de las ventanas, una pila amontonada sin ningún orden de trozos de manera rotos y restos de tejidos llamó su atención, y al acercarse descubrió
varias sillas y mesas destrozadas, como si alguien las hubiera atacado con un mazo o una sierra en un arranque de rabia. Era evidente que alguien las había utilizado para
desahogar su ira.


Sintiendo un escalofrío, Paula se alejó y abrió unas cajas en las que encontró una auténtica mina: varias piezas exquisitas de porcelana y cristal, probablemente de finales
del dieciocho o principios del diecinueve, estaban envueltas en tela blanca y en perfecto estado de conservación. 


Desafortunadamente no encontró ningún diario ni tampoco
otros rastros del pasado.


Después de organizar las cajas, Paula bajó del desván y fue a la habitación que según Eloisa había sido en el pasado un cuarto de niños. Se detuvo un momento en la puerta del
despacho de Pedro y pensó en llamar, pero oyó el sonido apagado de su voz y decidió no interrumpirlo. Seguramente estaba hablando por teléfono.


Acababa de entrar en el cuarto de los niños cuando sonó el teléfono móvil que llevaba en el bolsillo.


-¿Diga?


--Hola, Paula. Soy Abby. ¿Está ocupada?


-En absoluto. De hecho, iba a llamarle. He encontrado algunas piezas de porcelana a las que me gustaría que echara un vistazo.


-Estaré fuera hasta finales de la semana que viene -le dijo la mujer-, pero tráigalas entonces. Yo le llamo porque he encontrado a alguien que puede ayudarle con la historia de la casa.


-¿Quién? -preguntó Paula, sintiéndose más optimista.


-Se llama Jaime Gutherie y vive en una residencia para la tercera edad en Baton Rouge llamada Briar Oaks. No tengo la dirección exacta, pero no creo que sea difícil de encontrar.


-Gracias, Abby. Me ha ayudado mucho -respondió Paula, pensando que si salía enseguida podía estar allí antes de la hora de comer y con un poco de suerte tendría el misterio resuelto en el mismo día.


-De nada. ¿Qué tal va el trabajo?


-Avanzando despacio, pero bien -dijo ella.


-¿Ha visto algún fantasma? -preguntó la mujer, divertida.


Sólo en sueños, especialmente la noche anterior. Había visto la cara de Laura convertirse en la de una desconocida: una mujer de cabellos morenos y rizados e intensos ojos azules. 


Se despertó dos veces, prácticamente paralizada y empapada en sudor, antes de volver a dormirse y tener más sueños inquietantes que apenas la dejaron descansar.


-No, nada de fantasmas. Sólo el crujir de las casas antiguas -rió Paula.


Después de despedirse de Abby, Paula salió de la casa y corrió hacia el coche sin pasar por el despacho de Pedro


Después de todo, él mismo le había dicho que no necesitaba
su permiso para salir, y no pensaba pedírselo. Además, dejarlo preocupado y especulando sobre su paradero podría resultar positivo.


****


Pedro la observó marchar desde la ventana cerrada de su despacho, preguntándose dónde iría. Quizá de vuelta a Georgia, aunque no llevaba las maletas. Había oído sus
pasos en el pasillo y abrió la puerta del despacho a tiempo para verla entrar en el desván. Por supuesto sabía lo que había visto: el producto de su ira. Sin embargo, Paula no tenía forma de saber que él era el responsable de la destrucción. Ni de que él había desahogado su rabia con aquellas valiosas antigüedades; y por supuesto tampoco
pensaba decírselo.


No pensaba volver con ella aquella noche. Necesitaba tiempo para decidir hasta dónde iba a llegar antes de poner fin a su relación. Lo más prudente sería poner cierta distancia entre ellos, pero su fuerza de voluntad se enfrentaba a sus deseos, y sólo el tiempo diría si podía mantenerse lejos de ella. O al menos, cuánto tiempo se mantendría lejos de ella.


Porque poco a poco, Paula estaba desgastando sus defensas y su resistencia y si no tenía cuidado, terminaría haciendo algo que no quería hacer.




*****


Una hora después, Paula aparcaba en una residencia de ancianos al norte de Baton Rouge y se acercaba a la recepcionista.


-Bienvenida a Briar Oaks. ¿En qué puedo ayudarla? -preguntó solícita la joven que estaba sentada detrás del mostrador.


-Estoy buscando a Jaime Gutherie.


La joven la miró con suspicacia.


-¿Le está esperando?


-No, pero creo que tiene una información que necesito -dijo. Leyó el nombre de la mujer en la chapa que llevaba en el uniforme-. Tisha, ¿puede decirle que estoy investigando la historia de una plantación en St. Edwards?


-Firme aquí y espere -le dijo la recepcionista, dejando una hoja de papel delante de ella-. Iré a ver si lo encuentro.


Paula anotó su nombre y esperó unos momentos hasta que la joven regresó.


-Le recibirá ahora, pero le advierto que se cansa muy pronto y de vez en cuando se queda dormido -le informó-. Y tiene que estar en el comedor dentro de veinte minutos.


-No lo entretendré tanto rato.


Paula siguió a Tisha por el vestíbulo que daba a un amplio patio interior con un comedor al aire libre a la derecha y oficinas a la izquierda.


-Ésta es la sala de juegos -dijo Tisha, deteniéndose ante una puerta abierta-. Si tiene que hablar con él en privado, puede utilizar la sala contigua.


Paula se asomo al interior y vio a cuatro hombres de avanzada edad jugando a las cartas.


-¿Cuál de ellos es?


-El que está frente a la puerta.


-¿El de la pajarita? -preguntó Paula, refiriéndose al hombre que estaba sentado en una silla de ruedas.


El anciano tenía el pelo canoso, la piel color café con leche y la cara llena de arrugas.


Llevaba un pulcro traje marrón.


-Sí.


-Gracias.


Paula entró en la sala y se aclaró la garganta.


-¿Señor Gutherie?


El hombre levantó la cabeza de las cartas, y la miró con picardía.


-Mirad, chicos. Tengo una invitada. Muy bonita por cierto.


Todos los ojos se volvieron a mirarla, y después de que el resto de los jugadores la saludaran con cordialidad, el señor Gutherie dijo:
-¿Podéis darnos un poco de intimidad? Continuaremos con la partida después de comer -dijo, hablando con la sofisticación propia del sur de los Estados Unidos y la voz tan clara como un cielo de verano.


Los hombres se retiraron entre saludos y advertencias de que no creyera ni una palabra de lo que le dijera. Después, Paula se acercó a la mesa.


-Gracias por recibirme, señor Gutherie.


-Llámeme Jaime -dijo él, estrechándole la mano-.Y disculpe que no me levante. Mis piernas no funcionan como desearía, pero no he pedido ni un ápice de la cabeza.


Paula se sentó en una silla vacía a su lado y dejó el bolso en el suelo.


-Estoy buscando información sobre el pasado de la Casa de la Medianoche -empezó.


-Querrá decir la Casa del Sol -dijo el hombre-. O al menos así se llamaba antes.


Una piedra del rompecabezas acababa de encajar en su sitio, lo que satisfizo a Paula de manera especial.


—Sé muy poco de la historia de la plantación -dijo Paula, y explicó su labor en las tareas de restauración de la mansión-. Alguien me ha dicho que usted puede saber algo
de los anteriores propietarios, en concreto de una mujer llamada Laura. Hay un retrato suyo en la rotonda.


-Ah, la señorita Laura. Vivió en la casa hace mucho tiempo y murió antes de nacer yo, pero mi abuela hablaba de ella con mucho cariño. Se criaron juntas y continuaron siendo buenas amigas, incluso después de la guerra.


-¿A qué guerra se refiere?


-A la Guerra de Secesión, por supuesto -sonrió el anciano.


Paula trató de ocultar la sorpresa, pero apenas lo consiguió.


-Si no le parece una indiscreción, ¿cuántos años tiene?


-En mayo pasado cumplí cien años -dijo con voz pausada cargada de orgullo-. La señorita Laura era mi tía.


Otra sorpresa más.


-¿Laura y su abuela eran hermanas?


-No. La señorita Laura y mi padre eran hermanastros, hijos del mismo padre, Stanton Gutherie, un cerdo sin corazón. Era el dueño de la plantación contigua a Casa del Sol y
se creía el dueño de todo, incluidos sus trabajadores. Mi abuela, Effie, era una de sus esclavas. Se quedó huérfana muy joven y, cuando terminó la guerra, como no tenía
dónde ir, se quedó en la plantación de Gutherie. A los quince años el cerdo la dejó embarazada de mi padre.


Paula jamás imaginó descubrir una historia tan inquietante.


-¿Cómo fue Laura a vivir a la plantación?


-Según mi abuela, la señorita Laura era tan buena como su padre era malo. Se enamoró de Zeke Córner, el dueño de Casa del Sol, un hombre a quien Stanton odiaba. Pero ella
desafió a su padre y se casó con Zeke contra su voluntad.


Ahora Paula conocía la identidad de Z. del diario.


-¿Su abuela continuó viviendo con Stanton?


-Afortunadamente no. Laura se llevó a Effie y a mi padre a vivir con ella cuando se casó.


Jaime le contó que Laura quedó embarazada dos años después de casarse, pero murió poco antes del nacimiento del niño, que tampoco sobrevivió.


-El señor Zeke enloqueció. Pintó la casa de negro y prohibió a mi abuela recoger el cuarto de niños.


Paula recordó la cuna antigua pero sin usar en un rincón de la habitación.


—El señor Zeke se dio a la bebida y murió totalmente alcoholizado. Mi abuela intentó ayudarlo, pero él no se lo permitió. Cuando murió le dejó la plantación -la expresión del
hombre se suavizó con los recuerdos-. De niño pasé muchos veranos en esa casa. De allí tengo mis mejores recuerdos de infancia, sobre todo de la cabaña del árbol que construyó mi padre. No sé si seguirá allí-musitó.


Paula no lo sabía, pero lo averiguaría.


-Y su abuela...


-Murió en una residencia en los años sesenta. La casa fue mía hasta que Renato Alfonso la compró en una subasta pública. Me le embargaron por no poder pagar los impuestos
retrasados. Desde entonces no he vuelto.


-No creo que quiera verla ahora -dijo Paula-. Está bastante deteriorada, pero espero cambiar eso pronto.


Paula le contó algunos de los planes que tenía para devolver la casa a su esplendor original.


-Le deseo suerte -Jaime le estrechó la mano.


-Muchas gracias, aunque no sé cómo podré agradecerle su ayuda.


El anciano le dio unas palmaditas en la mano.


-Trátela con cariño, señorita Paula. Devuélvale la alegría y la luz de antes.


A Paula sólo le quedaba una pregunta. Y aunque le parecía un poco ridicula, por fin se atrevió a plantearla.


-¿Habló alguna vez su abuela de fantasmas? 


Jaime soltó una risita.


-Effie juraba que hablaba con Zeke después de su muerte, hasta que le dijo que fuera a la luz y buscara a la señorita Laura y a su hijo. Por lo visto después de eso ya no volvió
a verlo. A mucha gente le parece una tontería, pero yo la creí.


Que Zeke aceptara la llamada de la gloria era una buena noticia. Paula ya tenía un hombre herido con quien batallar, y no deseaba tener que enfrentarse a otro, y mucho menos un fantasma.


-A mí no me parece una tontería -le aseguró Paula, que empezaba a sentir una extraña afinidad con aquel hombre.


-La mayoría de la gente no cree en la capacidad de hablar con los muertos.


-Supongo que yo no soy la mayoría de la gente -sonrió ella.


-Pero también tiene esa capacidad -afirmó Jaime, sorprendiéndola todavía más.


-Yo... -¿cómo podía responder sin mentirle?-. No hablo con fantasmas. Digamos que tengo una gran intuición.


El hombre le apretó la mano.


-Señorita Paula, he pasado mi vida como antropólogo cultural viajando por todo el mundo. He visto cosas que no se pueden explicar, cosas aterradoras, y otras maravillosas. También supe lo cruel que puede ser la gente cuando aprendí el significado de palabras como «bastardo» y «negro», pero también aprendí que lo que nos hace
diferentes también nos hace únicos, y debemos sentirnos orgullosos de esas diferencias.


Paula bajó la mirada a sus manos unidas.


—Pero es difícil ser diferente -dijo en voz baja.


El anciano le alzó la barbilla con un dedo.


-Algún día encontrará a alguien que la entienda y la acepte. Un hombre, creo. Si no lo ha encontrado ya.


Tisha asomó la cabeza por la puerta, y dijo:
-Es la hora de comer, señor Gutherie.


Paula se levantó.


-En cuanto la plantación esté restaurada, me encantará invitarlo a pasar un par de días sí quiere. Será un placer venir a recogerlo.


-No tarde mucho -dijo el hombre-. No sea que para entonces me encuentre a dos metros bajo tierra.


-Me temo que aún le queda una larga temporada entre nosotros -rió ella.


Una vez más el hombre se puso serio.


-Señorita Paula, he enterrado a dos esposas y a dos hijos. Estoy preparado para irme cuando el señor me llame a su lado. Pero volver a ver la Casa del Sol me daría una razón para quedarme un poco más por aquí, así que le diré a San Pedro que tendrá que esperar hasta entonces.


Sintiendo un inexplicable afecto por aquel hombre tan sorprendente, Paula le dio un abrazo.


-Hágalo, por favor -dijo, y fue hacia la puerta.


-Una cosa más, señorita Paula. La vida pasa muy de prisa. Cuando te das cuenta, has visto pasar cien años por delante de tu puerta. Por eso es mejor no ignorar el destino.


-Lo recordaré -dijo Paula, y salió con una sonrisa en los labios.


No lo ignoraría, aunque no tenía idea de cuál era su destino.








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