domingo, 25 de octubre de 2015

EL DESAFIO: CAPITULO FINAL





–Y eso que habíamos dicho que íbamos a almorzar –murmuró Paula mucho tiempo después mientras jugueteaba con el vello que cubría el torso y el abdomen de Pedro. Sus cuerpos estaban entrelazados bajo las sábanas de seda.


–Y vamos a almorzar, Paula –le aseguró él con el pelo alborotado y disfrutando viendo el brillo de satisfacción de su mirada, sus mejillas sonrojadas, sus labios carnosos y su melena enmarañada–. Pero es que te deseaba demasiado como para tomarme las cosas con calma.


–¿Ah, sí?


–Sí. ¿No habré sido demasiado brusco contigo, verdad? –preguntó acariciándole el pelo.


–En absoluto –sonrió con timidez–. ¿Y yo contigo?


–En absoluto. Paula… –se detuvo para morderse el labio con gesto de inseguridad.


–¿Sí? –preguntó ella con curiosidad. 


El Pedro que conocía y amaba no era inseguro, siempre parecía saber exactamente lo que hacía y por qué.


–Me prometí que no haría esto hoy, que ya habías sufrido demasiado por el momento…


A Paula se le hizo un nudo en el estómago al mirarlo mientras se preguntaba si le habría hecho el amor con tanta intensidad porque para él ese fuera a ser el punto y final de su relación.


Si lo era, entonces aceptaría su decisión, no tenía intención de hacerlo sentir culpable. Había estado a su lado esa mañana cuando lo había necesitado. Había escuchado a su padre sin juzgarlo y, al mismo tiempo, la había apoyado, tanto que lo mínimo que ella le debía era salir de su vida con dignidad, si eso era lo que él quería.


–Ya no quieres verme más –aceptó.


–¿Qué? –el rostro de Pedro se tensó y sus ojos se oscurecieron.


–No pasa nada, Pedro –le acarició el pecho, decidida a mantenerse fuerte. Ya tendría tiempo para venirse abajo–. Cuando me metí en esto sabía que tú no eras un hombre de relaciones largas ni de complicaciones. Y parece que mi vida es una complicación tras otra.


–¿Es que ya no quieres estar más conmigo?


–¡Eres tú el que no quiere estar conmigo!


–Yo no he dicho eso.


–Pero… Me ha parecido que querías decirlo.


–¡Claro que no! –apartó las sábanas para salir de la cama y comenzar a caminar de un lado a otro de la habitación, desnudo e intranquilo, y pasándose la mano por el pelo–. Es mal momento –murmuró.


–¿Para qué es mal momento? –preguntó ella atónita por su comportamiento.


–Estás disgustada y triste, como es natural, traumatizada después de saber que tu madre vivió.


Pedro, estoy bien. De verdad que sí –le aseguró–. Es más, estoy mejor que nunca –añadió al salir de la cama–. Ahora sé la verdad, toda la verdad. ¿No ves que, por primera vez en años, me he liberado de la carga emocional que llevaba arrastrando toda mi vida?


–¿Liberada para hacer qué? –preguntó intentando no dejarse distraer por la belleza de su desnudez, aunque era una batalla que sabía que estaba destinado a perder.


–Para vivir. Para amar –respondió ella justo cuando su mirada se dirigió a su erección, como atraída por un imán.


Pedro se quedó sin aliento y no pudo apartar la vista de Paula mientras se humedecía los labios como si estuviera preparándose para lamerlo. ¡Cuánto deseaba tomarla en sus brazos y hacerle el amor otra vez hasta que ella prometiera no marcharse nunca!


–Estoy enamorado de ti, Paula –pronunció las palabras que jamás pensó que llegaría a decirle a ninguna mujer–. Te quiero –fue mucho más fácil decirlo esa segunda vez–. Te quiero, Paula Chaves –murmuró de nuevo con satisfacción al tomarla en sus brazos por fin y rodear el calor de su cuerpo–. Te quiero, Paula. Te quiero. Te quiero –una vez anunció su amor por ella, supo que ya jamás se cansaría de decirlo.


Paula lo miró temerosa de hacerse ilusiones, de creerse que esas maravillosas palabras fueran ciertas cuando hacía segundos había creído que le estaba diciendo adiós.


–Yo también te quiero. Te quiero, Pedro –pronunció de nuevo y con más fuerza al posar las manos sobre su pecho permitiéndose sentir su corazón.


–Cásate conmigo, Paula. ¡Cásate conmigo!


Pedro Alfonso no es hombre de amor y matrimonio.


–Eso era antes, hasta que te conocí. Pero ahora deberías saber que no voy a conformarme con menos en lo que a ti respecta. Te quiero para siempre, Paula. Como mi esposa. Como la madre de mis hijos. ¡Pero si solo imaginarte embarazada ya me excita! Quiero pasar toda mi vida contigo. ¡Quiero despertarme a tu lado cada mañana y tener la libertad de decirte lo mucho que te amo decenas de veces al día!


–Sí, Pedro. Sí, ¡claro que me casaré contigo! –lo rodeó por la cintura–. Te quiero tanto. ¡Tanto, Pedro! –alzó la cara para recibir la fuerza de su beso.


El resto del mundo se desvaneció, dejó de existir, cuando se sumieron en la profundidad del amor que habían encontrado para los dos.











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