domingo, 25 de octubre de 2015

EL DESAFIO: CAPITULO 25




Te has fijado en que mi padre ha detenido a Andy y Rich cuando han hecho intención de seguirnos?


Pedro miró a Paula, sentada a su lado en el asiento del copiloto. Se la veía muy vulnerable y joven en ese momento, con los ojos enrojecidos por haber llorado y el rostro completamente libre de maquillaje.


–Sí.


–Todo saldrá bien, ¿verdad? –murmuró con voz temblorosa.


Pedro le apretó la mano con fuerza antes de volver a agarrar el volante.


–Sí, todo saldrá bien.


Ella se relajó contra el asiento de piel.


–Siento que hayas tenido que escuchar todo eso.


–Lo he hecho porque he querido y creo que es hora de que dejes de disculparte. Ante mí, ante tu padre, y ante cualquiera. Porque no tienes absolutamente nada de qué disculparte –la miró–. ¿Tienes idea de lo mucho que te admiro ahora mismo?


¿Pedro la admiraba?


No era exactamente el amor que había esperado recibir de él, pero sí era un gran halago viniendo de alguien tan enigmático como Pedro Alfonso.


–Es agradable oírlo.


–¿Agradable?


–¿Muy agradable? –bromeó ella ahora más feliz por saber que ya no había malos entendidos, ni nada por decir entre su padre y ella.


Y lo más importante, estaba con Pedro. El hombre al que amaba. Un amor que había ido creciendo y haciéndose cada vez más fuerte durante esa última hora en la que le había mostrado tanto apoyo.


–La primera vez que le digo a una mujer que la admiro y lo único que me dice ella es que «es agradable oírlo».


–Luego he dicho que es «muy agradable» –le recordó obligándose a no ver más allá de lo que Pedro quería decir en realidad, porque para ella sería demasiado fácil hacerlo, ilusionarse, y lo último que quería era avergonzarlos a los dos reaccionando de forma exagerada–. ¿No es admiración lo que puede sentir uno por tías solteronas que huelen a polvos de talco?


–¡Yo no tengo tías solteronas!


–Entonces eso explica por qué es la primera vez que lo dices.


–¿Dónde vamos a almorzar? –preguntó cambiando de tema hacia algo que no diera lugar a malos entendidos ni le despertara esperanzas de ningún tipo.


Pedro tuvo que contener su impaciencia ante el hecho de que Paula se empeñara en que su conversación no fuera seria. Por mucho que hubiera recibido la aprobación de Damian hacía un momento, le parecía demasiado pronto para pedirle algo más que la atracción física que ella nunca había negado. Sentía que eso era todo lo que ella necesitaba por el momento: poder perderse en el deseo, en la pasión y en el placer.


–Al mejor restaurante de Nueva York –respondió.


–¿Voy vestida de manera apropiada? –preguntó mirando su traje de chaqueta, el que se había puesto esa mañana a modo de armadura para ir a verlo a su despacho.


–Se me ha ocurrido que podríamos ir a mi piso. ¿Crees que estás vestida de forma apropiada para ir allí?


¡Paula se sonrojó al recordar que la última vez que había estado en el piso de Pedro había estado completamente desnuda!


–No sabía que supieras cocinar.


–Y no sé –admitió tan tranquilo–. Me temo que solo tengo fruta y queso. Pero es el lugar al que vamos a encargar la comida lo que convertirá mi casa en el mejor restaurante de la ciudad.


–¿Me harías el favor de darme alguna otra pista?


–Oh, te haría el favor de hacerte muchas cosas, Paula –le aseguró al aparcar el coche en el parking subterráneo–. Primero quiero desnudarte, luego quiero tumbarte en la cama para colocar mi almuerzo sobre partes seleccionadas de tu deliciosa anatomía, y después quiero saborear, lamer y mordisquear cada pequeño bocado de placer.


–¡Pedro! –exclamó ella casi sin aliento y con el corazón acelerado de excitación.


Él alargó la mano para quitarle la pinza del pelo.


–¿Te parece demasiado?


¡No suficiente! Nunca sería suficiente en lo que respectaba a Pedro. Pero estar ahí con él, anticipándose al modo en que harían el amor era exactamente lo que necesitaba después de lo traumáticos que habían sido los dos últimos días.


–¿Y yo voy a almorzar así también?


–¿Quieres?


–¡Oh, sí!


–Me muero de hambre por ti –le susurró mirándola fijamente–. ¿Y tú?


Paula se humedeció los labios antes de responder:


–Yo tengo un hambre voraz.


–¡Gracias a Dios! –exclamó él con satisfacción al salir del coche y correr a abrirle la puerta.


Las puertas del ascensor apenas se habían cerrado tras ellos cuando Pedro la tomó en brazos y la besó con pasión, como si no pudiera saciarse de ella. Seguían besándose con desesperación cuando salieron del ascensor y entraron en la casa. Sus labios permanecieron pegados mientras se desvistieron y entraron en el dormitorio, soltando ropa por el pasillo, y hasta quedar totalmente desnudos y tendidos en la cama, donde se perdieron en un placer mutuo.







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