jueves, 15 de octubre de 2015

EL AMOR NO ES PARA MI: CAPITULO 9






Paula se puso cada vez más nerviosa a medida que se acercaba la cena. La boca se le había secado y las manos le temblaban. Pensó seriamente en abandonar la idea y en decirle a Pedro que todo había sido un malentendido. 


¿Realmente estaba dispuesta a perder la virginidad con un hombre como él, alguien que se lo había dejado todo muy claro desde el principio? Pensó en lo que él le había dicho acerca de su apariencia y de su ropa.


Se quitó la goma del pelo. ¿Cuál iba a ser su nuevo rol a partir de ese momento? ¿Iba a ser su amante, o solo era alguien que se estaba metiendo en algo que la superaba por completo?


Tras darse un buen baño, buscó algo apropiado para llevar esa noche, pero eso la hizo sentir incluso peor. Se había convencido a sí misma de que la ropa bonita le era indiferente, pero mientras examinaba sus discretas faldas y camisetas deseó que alguien apareciera en ese momento con una varita mágica en las manos.


Hizo todo lo que pudo. No sabía cómo arreglarse para captar la atención de un hombre. Llevaba años sin llevar maquillaje y la única bisutería que tenía era una perla diminuta que colgaba de una cadena de oro; un regalo de su abuela. Se la puso alrededor del cuello con dedos temblorosos, pero cuando se miró en el espejo supo que no podía seguir adelante.


Su madre siempre había tenido razón.


«Aunque la mona se vista de seda, mona se queda», pensó.
¿Qué diría Pedro cuando la viera con su cara lavada, su ropa barata y ese par de sandalias que no exhibían una pedicura perfecta? ¿Cómo iba a presentarse así en la terraza?


Comenzó a caminar de un lado a otro, pero eso no hizo más que incrementar su paranoia. ¿Y si le llamaba y le decía que había cambiado de idea? A lo mejor se molestaba, pero finalmente lo entendería. A lo mejor incluso se llevaba un gran alivio.


Vacilante, caminó hasta la cama. El teléfono estaba sobre la mesita de noche.


¿Qué iba a decirle?


De repente alguien llamó a la puerta con sigilo y un segundo después Pedro estaba en la habitación. La miró de arriba abajo. Su rostro estaba ensombrecido por las dudas.


–¿Ahora te ha dado por entrar en los sitios sin pedir permiso? –le preguntó ella.


–Pensé que sería mejor venir a buscarte. Pero a juzgar por la cara que tienes, que no te hayas presentado en la terraza indica algo más que tu habitual impuntualidad.


Ella sacudió la cabeza. Ni siquiera se molestó en esconder sus sentimientos para fingir que le daba igual.


Pedro, no puedo hacerlo.


Él iba hacia ella. A cada paso que daba, el corazón de Paula latía más fuerte. No llevaba más que unos vaqueros y una camiseta de lino, pero su poder resultaba arrollador de todos modos. Paula comenzó a sentirse cada vez más pequeña, como si estuviera encogiendo. ¿Cómo se había puesto en esa situación? ¿Qué le había dicho de aquellas mujeres que se había encontrado en el aeropuerto? ¿Cómo se le había ocurrido contemplar la idea de practicar sexo con Pedro Alfonso?


–¿Qué es lo que no puedes hacer?


Ella se mordió el labio.


–No puedo seguir adelante con esto.


–Lección número uno: mostrar dudas no es la mejor manera de recibir a un posible amante. Y tampoco es buena idea quedarse aquí con esa cara de terror.


Pedro, hablo en serio.


–Relájate, y déjame que te vea.


Llevaba una camiseta de color rosa que parecía nueva y la falda vaquera le disimulaba un poco las caderas, pero aun así…


–No tengo nada especial que ponerme. Además, no esperaba esto.


–Pero eso es lo que te hace estar perfecta; tu falta de artificio y tu ausencia de expectativas. Tu naturalidad es refrescante.


Paula le miró con ojos de escepticismo.


–Pensaba que no te gustaba lo que suelo llevar.


Él se encogió de hombros.


–Y no me gusta especialmente. No sueles sacarte mucho partido, pero tu sencillez tiene un atractivo particular. Ni siquiera el más cínico de todos los cínicos es inmune a unos ojos diáfanos y al resplandor de la piel sana. Además, por fin muestras uno de tus puntos fuertes –tomó un mechón de pelo de Paula entre los dedos y lo dejó caer sobre sus hombros–. Tu pelo es la fantasía de un hombre, y ahora mismo eres la mía.


Pedro… –dijo Paula, sin aliento.


La tensión la había abandonado y otra clase de sensaciones habían aparecido en su lugar. Los ojos de Pedro, más oscuros que nunca, le dejaban claro que él también lo sentía.


De repente movió las manos hasta sus caderas y la atrajo hacia sí. El corazón de Paula comenzó a latir cada vez con más fuerza. El calor de su cuerpo masculino la envolvía.


–Paula, mi dulce e inesperada Paula.


Ella no dijo nada y una parte de él se alegró de que guardara silencio. Por primera vez sentía la punzada de la duda. 


Reparó en la forma en que ella le miraba, con esos ojos llenos de inquietud y los labios entreabiertos. Era todo inocencia y asombro. Al acercarse a ella se vio asediado por una ola de deseo mucho más dulce de lo que había esperado, pero la conciencia le pisaba los talones.


No podía hacerle daño. No iba a hacerle daño.


–Ven aquí –le dijo, sujetándole las mejillas con ambas manos. Lentamente bajó la cabeza y comenzó a besarla.


Al principio fue un beso ligero, apenas un mero roce, pero entonces todo cambió. Metió la lengua en su boca y comenzó a explorar su cuerpo completamente vestido, despertándolo poco a poco. Incluso el sabor de su pasta de dientes le resultaba agradable.


Era la transformación más instantánea y sorprendente que había visto en toda su vida. De repente Paula se había convertido en fuego. Le sujetó del cuello con fuerza y comenzó a tirar de él. Le besaba con una pasión que le tomaba por sorpresa una y otra vez. Pedro gruñó al sentir sus dedos en el pelo. Ella le empujaba con la pelvis y su absoluta falta de artificio le hacía sentir… Podía oír el rugido de su propia sangre al correr por las venas, pero no sabía muy bien cómo le hacía sentir eso.


De pronto se sorprendió a sí mismo quitándole la camiseta con la misma desesperación que un adolescente lleno de hormonas. Le desabrochó el sujetador y se echó hacia atrás un instante para contemplar sus pechos. Eran completamente blancos y sus pezones eran del color del capuchino. Ella intentó taparse con las manos, pero él se lo
impidió.


–¿Qué haces?


–Sé que son demasiado grandes.


–¿Estás de broma? –Pedro sonrió–. Son perfectos. Tus pezones son del tamaño perfecto para la boca de un hombre. ¿Quieres que te enseñe lo bien que encajan en la mía?


Paula se sonrojó y dejó que le quitara las manos de los pechos.


Pedro –murmuró al sentir sus labios alrededor de uno de ellos.


Pero Pedro no dijo nada. Se había olvidado de su diálogo juguetón completamente. En realidad no podía hablar. Cada vez se excitaba más mientras le chupaba los pezones y jugar con ellos hasta hacerla gemir de placer era una exquisita tarea. La falda vaquera restringía sus movimientos, así que se la bajó por las caderas hasta que cayó a sus pies. 


Y cuando por fin metió la mano entre sus piernas, sintió la humedad en sus braguitas.


Frotándola con suavidad, la empujó hasta tumbarla en la cama y entonces se apartó de ella un momento.


–Quédate ahí.


–¿Crees que estoy en condiciones de irme a alguna parte?


–Nunca dejas de sorprenderme, así que no pondría la mano en el fuego.


Paula le observó mientras se quitaba la ropa con impaciencia. Se sacó un preservativo del bolsillo y lo colocó sobre la mesita de noche, junto a su teléfono móvil.


Esperaba sentir asombro al verle totalmente desnudo y listo para hacer el amor, pero no fue eso lo que sintió. Más bien experimentó un gran alivio al verle quitarse los bóxer para tumbarse a su lado. Podía sentir el roce del vello de su pecho mientras la besaba.


Él deslizó las manos por sus caderas. Metió los dedos por dentro del elástico de sus braguitas y se las bajó hasta las rodillas. Le besó los pechos y después el vientre. La tocó en su rincón más íntimo hasta hacerla retorcerse de placer y de deseo.


De repente, Paula se sintió como si fuera otra persona, otra mujer, una mujer de verdad. Las diferencias entre ellos ya no importaban. Comenzó a explorar su cuerpo tal y como había querido hacer durante tanto tiempo. Tocó esos huesos angulados, los músculos duros. Deslizó las yemas de los dedos sobre la suave superficie de su piel y arrastró los labios a lo largo de su mandíbula hasta encontrar el calor de su oreja.


–Por favor –susurró, apenas consciente de lo que le estaba pidiendo.


–Por favor, ¿qué? –murmuró él, deslizando los dedos hasta llegar a sus labios más íntimos–. ¿Esto?


Paula no dijo nada audible, pero sí se aferró a él de una forma que lo dejaba todo claro. Él buscó el preservativo y abrió el paquete. El ruido del plástico resultaba estruendoso en mitad de la quietud que los acompañaba. Tras un momento de expectación, se colocó encima de ella.


Paula no tardó en sentir la punta gruesa, presionando contra su sexo. Levantó la vista y buscó sus ojos. Esa mirada era lo más íntimo que había ocurrido entre ellos hasta el momento.


Pedro –susurró ella.


–A lo mejor te… duele un poco –dijo él–. No lo sé. Haré todo lo que pueda para que no sea así.


Un segundo después entró en ella, lenta y deliciosamente, hasta llenarla del todo. Paula no sintió dolor. Hubo un momento de incomodidad, pero no duró más que una fracción de segundo. Y fue entonces cuando el placer comenzó a inundarla, disipando todas las dudas y los pensamientos negativos para reemplazarlos con placer y satisfacción.


Él comenzó a moverse dentro de ella. Le decía cosas bonitas y jugaba con ella. Hacía que todo pareciera posible. 


Al principio Paula pensó que esa sensación efímera y escurridiza que empezaba a sentir en un remoto rincón de su cuerpo no era más que el atisbo de un imposible, pero cuando volvió a suceder se puso tensa. Temía perderlo por el camino. Era como cerrar los ojos ante un arcoíris y no volver a abrirlos de nuevo.


–Relájate, querida –murmuró él, empujando de nuevo.


A lo mejor fue precisamente ese apelativo lo que la hizo creer que cualquier cosa era posible. Estaba al borde de algo mágico, intentando alcanzar algo que la eludía, algo que parecía estar fuera de su alcance, y entonces… de repente… ocurrió.


Su cuerpo se contrajo y todos esos arcoíris que parpadeaban se volvieron nítidos y brillantes. Pedro echó atrás la cabeza y gruñó con todo su ser y el cuerpo de Paula pareció romperse en un millón de partes hermosas.











2 comentarios:

  1. Muy buenos capítulos! pero me da miedo como la vaya a tratar Pedro después de lo que pasó! ojalá no la lastime!

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