lunes, 14 de septiembre de 2015

MARCADOS: EPILOGO





Pedro había supervisado muchas bodas en el viñedo, pero aquella las iba a superar a todas. Frente al floreado altar, se maravilló por la transformación que había logrado Marisa en los jardines. Estaban vivos, llenos de los colores de agosto. 


Un trío de músicos tocaba arpa, guitarra y violonchelo. En cada mesa había una foto enmarcada de los novios y Emma, junto con unas cámaras desechables a disposición de los invitados. También habían contratado un servicio de fotos y vídeos, pero Pedro quería tener el punto de vista de sus amigos. Todos parecían muy felices, incluso Hector.


La relación con su padre había cambiado desde el momento del anuncio del compromiso. Quizás ya había empezado a cambiar cuando Paula se había instalado en la cabaña. 


Había conseguido entender mejor a su padre y ya no se ofendía con tanta facilidad. Hector había aceptado a Paula como nuera y a Emma como nieta con un entusiasmo que su hijo no había visto en mucho tiempo. Juntos habían planeado el evento durante seis semanas.


–¿Entonces no te marchas a África? –preguntó Tony.


–Esta vez no. Aunque sí voy a Alabama. Y Paula y Emma me acompañarán. El objeto del viaje es hablar de niños y colegios, y recaudar fondos para construir una biblioteca.


–¿Vais a vivir en la casa principal de Raintree?


–Primero vamos a remodelarla –Pedro asintió–. Papá está entusiasmado. Quiere una suite con habitaciones en la primera planta. Dice que es lo lógico teniendo en cuenta su edad. También vamos a hacer algunos cambios en la planta de arriba, la nuestra. De momento, a nuestro regreso de la luna de miel en Aruba, viviremos en la cabaña. Papá se va de viaje a Francia con Leonardo para visitar algunas bodegas. Lleva tiempo deseando hacer este viaje.


–Y ahora siente que puede abandonar el viñedo.


–Sí. Sabe que ahora lo siento como mi hogar. Aunque de vez en cuando me marche a hacer algún reportaje, voy a seguir siendo el director. Y algún día me haré cargo de todo esto…


La música cambió de ritmo y todos supieron el motivo. Los invitados se pusieron en pie. Connie ocupaba la primera fila junto con otras voluntarias del Club de las Mamás. Leonardo también estaba allí, con una amplia sonrisa dibujada en los labios.


Marisa fue la primera en aparecer por el pasillo. Al llegar a la primera fila, se volvió e hizo una señal a los siguientes. Emma y Julian caminaban de la mano, Emma cargada con una cesta llena de pétalos de rosa que Julian lanzaba a su alrededor. La siguiente fue Catalina, y luego…


Y luego Paula del brazo de Hector.


Parecía una princesa, parecía Cenicienta. El vestido, sin tirantes, era de tul con pedrería. El velo le cubría los hombros y la espalda. Casi estaba demasiado hermosa para que la miraran, pero Pedro la miró, e iba a seguir mirándola eternamente.


Paula se reunió con él, no sin antes besar a Hector en la mejilla.


–Felicidades, hijo –el hombre, todavía ruborizado, estrechó la mano de su hijo.


Pedro sintió un nudo en la garganta. Por primera vez desde su llegada a Raintree, tenían una relación padre-hijo.


–Eres la novia más hermosa que he visto jamás. Te amo – murmuró Pedro.


–Y yo te amo –los ojos de Paula brillaban–. Estoy tan feliz que creo que voy a estallar.


–Todavía no –bromeó él–. No olvides que después de la boda habrá fiesta.


Con las manos entrelazadas, ambos se volvieron al unísono hacia el oficiante.


–Yo, Pedro Alfonso, te tomo a ti, Paula Chaves, como mi esposa. Y prometo amarte, adorarte a ti y a Emma, respetarte y serte fiel. Mi compromiso contigo no es solo para hoy. Es para el resto de nuestras vidas… y más allá. Cada día será más fuerte, a medida que me convierta en el esposo que necesitas y el padre que Emma se merece. Aprenderé a anteponer a mi familia a mis deseos. Juro que te daré todo lo que pueda y todo lo que soy. Te amo, Paula Chaves, y me enorgullece convertirme hoy en tu esposo.


Las lágrimas de Paula le demostraron lo mucho que significaban para ella sus promesas. Era la primera vez que escuchaban los votos del otro. Unos votos que surgían del corazón.


–Te amo, Pedro Alfonso –Paula le apretó la mano–, más de lo que jamás pensé que podría amar. Y sé que ese amor crecerá cada día más y más. Prometo honrarte, adorarte, respetarte y escucharte. De todo corazón deseo que seas el padre de Emma. Y siempre tomaremos juntos cualquier decisión concerniente a ella. Vivamos donde vivamos, construiré para nosotros un hogar donde seamos libres para expresar nuestra opinión, libres para expresar nuestras preocupaciones, libres para amar. Ambos hemos buscado mucho tiempo a alguien a quien pertenecer. Yo sé que nos pertenecemos el uno al otro. Nuestro sueño está al alcance de la mano. Te entrego mi corazón, Pedro, y cuidaré bien del tuyo. Te amo y no veo el momento de convertirme en tu esposa.


Pedro supo que jamás olvidaría ese momento. El oficiante recitó unas cuantas palabras más antes de que los novios intercambiaran los anillos. Pedro le había comprado un diamante lo bastante grande como para capturar la luz del sol. Pero para la boda, ella le había pedido un anillo sencillo de oro, a juego con el suyo.


Pedro y Paula le habían pedido al oficiante algo distinto. Y antes de las bendiciones, Pedro tomó a Emma en un brazo mientras rodeaba a Paula con el otro.


–Y yo os declaro marido y mujer. Yo os declaro una familia.


Pedro dejó a Emma en el suelo. La niña corrió hacia Julian y Marisa. Y por fin el novio abrazó a la novia y la besó.


Los invitados aplaudieron y Marisa soltó un silbido mientras Tony les felicitaba.


Paula volvió a tomar a Emma de la mano y los tres caminaron por el pasillo central, rumbo a su nueva vida.










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