lunes, 14 de septiembre de 2015
MARCADOS: CAPITULO 20
El señor Kiplinger lucía gesto serio el viernes por la mañana.
Paula temía y a la vez deseaba esa reunión. Pensar en Pedro durante toda la semana le había impedido obsesionarse con el seguro. No habían vuelto a hablar y Paula comprendía qué debía haberle parecido la escena con Leonardo.
De todos modos, no estaba segura de querer comprometerse en una relación que sería más bien a distancia. ¿Sería Pedro capaz de ello?
–Siento el retraso –el señor Kiplinger abrió el maletín y le entregó un cheque–. La investigación ha demostrado que la causa del fuego fue un cable defectuoso.
–¿Un cable defectuoso?
–Sí, en el cuarto de la lavadora.
Paula contempló el cheque que tenía en la mano y el corazón le dio un brinco al leer la cuantía. Emma y ella podrían conseguirse una casa propia.
Lo primero que haría sería comunicarle a Hector que se marchaba. Sin duda se iba a alegrar.
Tras despedirse del inspector de seguros y verlo marchar,
Paula se dirigió a la casa principal. Esperaba que Hector estuviera allí. Podría haber llamado por teléfono, pero prefería comunicarle la noticia en persona.
–Quizás prefieras no pasar –el propio Hector abrió la puerta. Iba en pijama y llevaba un pañuelo en la mano–. He pillado un virus.
–¿Tiene fiebre? –el rostro del hombre estaba enrojecido y sus ojos vidriosos.
–No lo sé –murmuró.
–Me da la impresión de que sí. ¿Ha comido algo?
–No, me acabo de levantar de la cama.
–¿Se ha marchado Pedro?
–Antes del amanecer. No iba a pedirle que aplazara el viaje por unos cuantos estornudos.
–¿Por qué no se sienta en el sillón y me deja prepararle el desayuno? Necesita tomar líquidos.
–¿Y por qué harías algo así? –preguntó él con brusquedad.
–Porque es el padre de Pedro –respondió ella con calma–. Y no, no lo hago para que me permita quedarme más tiempo en la cabaña. La compañía de seguros acaba de pagarme y en cuanto encuentre otra casa, me iré.
–¿Te vas? ¿Y qué pasa con Pedro y contigo? –Hector parecía completamente horrorizado.
–Señor Alfonso, no estoy segura de que Pedro quiera verme aquí más que usted.
–Eso es una tontería –el hombre suspiró resignado–. No sé qué habrá pasado entre vosotros dos, pero esta semana ha estado de un humor de perros. A lo mejor deberías intentar solucionarlo. Estaré en la salita. Me duele tanto la cabeza que apenas puedo estar aquí de pie.
Paula no tenía ni idea de dónde estaba la salita, pero en cuanto preparara el desayuno la buscaría.
La cocina de los Alfonso estaba bien surtida y Paula encontró rápidamente todo lo que necesitaba. En veinte minutos tenía listo el desayuno. Siguiendo el sonido que provenía de un televisor, llegó a la salita en la que había un piano, una estantería con libros, un sillón de orejeras y una butaca reclinable. Hector estaba sentado en la butaca con las piernas en alto.
–He subido el volumen del televisor para que fuera más fuerte que el martilleo de mi cabeza.
–Debería llamar al médico. Podría ser algo más que un resfriado.
–Tonterías. Se me pasará. Solo necesito que me baje la fiebre.
–Con suerte, el desayuno ayudará. He preparado una tisana para que no se deshidrate. A no ser que tenga el estómago revuelto, tómese todo el zumo de naranja.
–El estómago está bien –Hector apagó el televisor–, pero tengo frío.
Paula tomó una manta que había doblada sobre el respaldo de un sillón y se la entregó.
–No te quedes ahí parada con la bandeja –exclamó él tras taparse con la manta–. Se va a enfriar.
–¿Quiere que le deje toda la bandeja o que se lo vaya dando poco a poco? –preguntó ella mientras dejaba el té y el zumo sobre la mesita.
–Añade la tostada al plato de huevos. Con eso bastará.
–Espero que le gusten los huevos revueltos.
–Me gustan los huevos de cualquier forma.
–¿Quiere que me quede aquí mientras desayuna o vuelvo más tarde a recoger la bandeja?
–Me da exactamente igual.
–Entonces me quedaré a hacerle compañía mientras come – Paula sonrió y se sentó.
–Me equivoqué contigo –Paula rompió el silencio al cabo de varios minutos.
–¿Lo dice porque la compañía de seguros me ha exculpado?
–No. Ya me había dado cuenta de que no eras capaz de provocar un incendio.
–¿Y cómo llegó a esa conclusión? –preguntó ella con curiosidad.
–Vi lo alterada que estabas el día que Emma desapareció. Ella lo es todo para ti.
–Es lo que más me importa en el mundo.
–Supongo que es importante que los niños sepan lo que sientes por ellos… que se lo demuestres. Tú lo haces con tu hija. Y Marisa también lo hace con Julian.
–Nunca sabrán lo que sientes por ellos si no se lo dices ni se lo demuestras
–Esto sienta bien –tras probar los huevos, Hector pasó a la tostada–. Me pica la garganta.
–Si quiere, puedo prepararle sopa para cenar –alguien debía cuidar de él en ausencia de Pedro.
–No tienes por qué hacerlo.
–Ya lo sé. Pero se ha portado bien conmigo dejando que me quede en la cabaña, encontrando a Emma…
–¿Esto es un pago por los servicios prestados?
–Y espero que sea suficiente. A mí también me gusta sentirme útil.
–Tú has ayudado a mi hijo –Hector asintió–. Lo ayudaste cuando regresó de Kenia y lo estás ayudando ahora.
–Cualquier terapeuta habría logrado que volviera a ponerse en pie.
–¿Y cualquier terapeuta le habría enseñado a volver a sentir?
Paula guardó silencio, pues no sabía qué decir, ni adónde conducía esa conversación.
–Cometí tantos errores con Pedro que soy incapaz de contarlos todos –Hector dejó el tenedor en el plato y recostó la cabeza contra el respaldo de la butaca.
Paula se mantuvo en silencio. El padre de Pedro necesitaba liberarse de una carga.
–Cuando vino aquí –continuó el hombre–, yo no estaba preparado para un niño tan rebelde. Mi esposa y yo intentamos desesperadamente tener hijos. Cuando ella murió, yo caí en una depresión. Por algún motivo, estaba convencido de que la única manera de salir de ella era formando la familia que siempre habíamos querido. De modo que decidí adoptar. Sabía que no podría ocuparme de un bebé, pero sí de un chico más mayor. ¡Menuda estupidez!
–Porque Pedro tenía un pasado difícil de ignorar.
–¿Te lo contó? –Hector parecía sorprendido.
–Sí, lo hizo. Creo que quería ver mi reacción.
–Eso es culpa mía. Siempre he mantenido su pasado oculto porque pensaba que sería lo mejor para él. Pero él creía que lo hacía porque me avergonzaba del hecho de que su madre hubiera muerto de una sobredosis y de que él fuera hijo ilegítimo. Creía que no lo consideraba realmente mi hijo. Incluso hoy en día creo que sigue pensándolo.
–Pues entonces tendrá que hacerle cambiar de idea.
–No sé si podré. Y si se marcha a África de nuevo, puede que nunca regrese.
–Si le explica cómo se siente, no creo que pase eso.
–¿Y qué pasa contigo? –Hector cerró los ojos durante unos segundos–. Supongo que tampoco quieres que se vaya a África. Mucho menos a Alabama y a los otros diez lugares de su lista.
–En mi trabajo veo a muchos pacientes, señor Alfonso, y todos necesitan sueños. Si algo se les da bien, yo siempre les animo a que retomen esa actividad. Cuando lo dispararon, a Pedro no solo lo hirieron físicamente, y lo mismo cuando Dana lo abandonó. Estaba emocionalmente convulso y le ha llevado dos años volver a tomar una cámara, volver a escribir. Por mucho que no desee verlo marchar, sé que tiene que hacerlo. Tiene un don para las fotos y las historias. Forma parte de él. Y si lo amo, debo aceptarlo.
Hablar de ello consiguió, de algún modo, aclarar el corazón y la mente de Paula. Si de verdad amaba a Pedro, lo aceptaría incondicionalmente. Ya conseguirían hacer funcionar su relación.
–¿Amas a mi hijo? –exclamó Hector.
–Sí. Pero esta semana todo se complicó. Tuvimos un malentendido y surgieron algunas cuestiones de fondo que quizás no seamos capaces de resolver.
–Si amas a Pedro, y él te ama a ti, podrán resolverse. Mi Marta y yo teníamos un carácter muy fuerte. Discrepábamos en muchas cosas, pero conseguimos encontrar el término medio. Si amas a Pedro, seguro que hay algún modo de resolver el malentendido.
–Él no confió en mí –Paula agachó la cabeza.
–¿Y le diste un buen motivo para desconfiar de ti?
Al principio se había sentido furiosa ante la reacción de Pedro. Sin embargo, al pensárselo mejor, al pensar en lo que Pedro había visto al entrar en la cabaña… quizás podría haber impedido la situación. Después de haber hecho el amor, si le hubiera confesado que lo amaba, si le hubiera asegurado que deseaba tener su bebé, quizás habría percibido la escena de Leonardo de otro modo.
¿Qué pasaría si se lo decía una semana después? ¿Podrían regresar al punto en que lo habían dejado? ¿Confiaría Pedro en ella? ¿Podrían soñar con un futuro?
–Pedro no parecía muy feliz cuando se marchó –Hector no esperó una respuesta–. Supongo que dedicará tiempo a pensar mientras esté fuera. Cuando estás en una habitación de hotel a solas, tienes mucho tiempo para pensar –la miró fijamente–. ¿Cuándo se produjo ese malentendido?
–El lunes.
–¿Y por qué no habéis hablado desde entonces? –el hombre alzó una mano en el aire–. No hace falta que me lo cuentes. Seguramente estabas enfadada por algo y Pedro… lo primero que suele hacer cuando se siente herido es poner distancia entre él y la persona que le hizo daño.
–Pero si lo que quiere es distancia…
–Yo no he dicho que lo quiera. Aprendió a hacerlo siendo niño. Lo que mejor le vendría sería una persona que lo ayude a modificar ese comportamiento –Hector le entregó a Paula la bandeja–. Piensa en ello mientas intento tragarme toda esta cantidad de líquido que me has traído.
–Si le gusta la sopa de pollo, puedo preparársela para cenar antes de ir a buscar a Emma.
–La señora Tiswald prepara sopa de pollo, pero no le pone maíz. ¿Podrías ponerle maíz?
–Claro. ¿Con fideos o con arroz?
–Fideos.
–Cuente con ello, señor Alfonso.
–Paula –Hector la llamó cuando estaba a punto de abandonar la salita.
Ella se volvió.
–Llámame Hector.
Paula regresó a la cocina con la bandeja y una enorme sonrisa en los labios. Quizás después de haber hecho progresos con Hector, lo lograría con su hijo. Si era capaz de decirle, y demostrarle, a Pedro que lo amaba, a lo mejor él sería capaz de confiar en ella, a lo mejor podrían soñar.
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