En el vuelo de regreso de Sacramento, Pedro reflexionaba sobre todas las habitaciones de hotel en las que se había alojado durante años y por qué la última le había resultado insoportable. Las reuniones habían ido bien. Tony y él habían cenado con un nuevo distribuidor que haría propaganda de sus vinos. Aunque Pedro había intentado centrarse en el trabajo durante esos dos días, no le había resultado nada fácil. Nada le había resultado fácil desde el lunes anterior.
Se había equivocado. Se había inventado mil excusas para su comportamiento, pero ninguna era aceptable. ¿Sería ella capaz de perdonarle sus dudas? ¿Estaba él dispuesto a renunciar al viaje a África? ¿Cuánto significaba Paula para él?
La noche anterior, en la habitación de hotel, solo había podido pensar en otra habitación de hotel, otra cama y otra noche sin dormir. Y se había sentido muy vulnerable.
A su lado, en el asiento de primera clase, Tony bebía un whisky. No solía confiar sus sentimientos a los demás, pero Tony se había convertido en un amigo. Tony no chismorreaba, no hablaba de más. Quizás podría confesarse con él…
–¿En qué piensas? –preguntó Tony–. Llevas todo el viaje ausente.
–No me digas que soy tan transparente.
–Para la mayoría no lo eres, pero te conozco bien, Pedro, y sé que algo te preocupa. ¿Es el viaje que estás planeando a África?
–No, tengo otra cosa en la cabeza. ¿Puedo preguntarte algo personal?
–Eso depende de lo personal que sea –Tony sonrió.
–¿Alguna vez has dudado de tu decisión de casarte? –por la ventanilla ya se veía el aeropuerto.
–Jamás –la respuesta fue inmediata–. Connie y yo puede que no siempre estemos de acuerdo, pero estamos comprometidos el uno con el otro. No hay nadie con quien prefiera estar, nadie a quien prefiera como mi mejor amiga, nadie con quien me sienta tan cómodo y nadie, salvo ella, con quien me imagine despertarme por las mañanas. Ella lo es todo para mí. ¿Por qué me lo preguntas? ¿Estás pensando en casarte?
Pedro miró por la ventanilla mientras el avión describía círculos en el aire, círculos como los que describían sus pensamientos en su cabeza. Desde lo de Dana, no había vuelto a pensar que pudiera casarse alguna vez, quedarse a vivir en un lugar para siempre. No había vuelto a pensar que alguien pudiera amarlo para siempre.
Pero Paula…
Ella no era la clase de mujer que mentía o era infiel. Era una mujer fiel, una mujer que sabía amar. A lo mejor si le explicaba que se había sentido celoso y que por eso
habían surgido las dudas, a lo mejor si le explicaba que la quería solo para él, a lo mejor si le contaba cómo se sentía, podría convencerla de que era capaz de dejar atrás el pasado y buscar un futuro con ella.
–¿Estás pensando en casarte? –insistió Tony.
–Sí –le confirmó Pedro–. Ahora solo tengo que convencer a Paula de que a veces los hombres enamorados cometen errores y pedirle que me perdone.
–Lo conseguirás –Tony alzó la copa en un brindis.
Pedro rezó para que su amigo estuviera en lo cierto. El avión seguía volando en círculos alrededor del aeropuerto y decidió emplear ese tiempo en elegir las palabras adecuadas para convencerla de que la amaba.
***
El sábado por la tarde, Paula se sentía más nerviosa de lo que había estado nunca. Estaba a punto de arriesgar su corazón. Si Pedro no le correspondía, tendría que aceptarlo.
Pero si no le confesaba lo que sentía y lo perdía, ella sería la única culpable. Y no quería tener que lamentarse.
Preparó un picnic en el viñedo Merlot, bajo la sombra de un roble, mientras pensaba en Hector. Se sentía mejor y le había bajado la fiebre. La noche anterior le había llevado la sopa de pollo, pan tostado y puré de manzana, y se lo había comido todo. Había vuelto a interesarse por él, por teléfono, antes de acostarse y le había pedido que la llamara si se encontraba mal. Por la mañana, él la había llamado para comunicarle que iba a prepararse él mismo el desayuno y que no quería que expusiera a Emma a sus gérmenes. No, no había tenido noticias de Pedro, pero esperaba que regresara sobre las cinco.
Le había dejado a Hector una nota para que se la entregara a Jase a su regreso. Marisa se había mostrado encantada de quedarse con Emma mientras aguardaba el desenlace del picnic.
Paula dispuso un mantel de cuadros amarillos, platos y servilletas de papel, incluso un jarrón con flores silvestres. La nevera estaba llena de pollo frito, ensalada de patata, fresas y queso, junto con una botella de su vino Raintree favorito.
Solo faltaba Pedro.
Pero pasaron las cinco, y las seis. ¿Había recibido la nota?
¿Iba a ignorar la invitación?
A punto de rendirse, lo vio llegar. El viento agitaba sus cabellos, pero al acercarse vio que la expresión de su rostro era sombría. ¿Había llegado tarde porque no sabía si acudir o no? ¿Había ido a explicarle que todo había terminado?
Ambas preguntas le hicieron sentirse muy triste.
–Pensaba que ya no vendrías –balbuceó.
–El vuelo llegó con retraso. Estuvimos volando en círculos alrededor de aeropuerto.
–¿Entonces te apetece celebrar un picnic conmigo? –Paula sintió tal alivio que le temblaban las rodillas.
–Paula, tengo algo que decirte.
–Primero, echa un vistazo a esto –ella temía lo que iba a escuchar y le entregó un álbum.
Al principio, Pedro dudó y ella sintió resurgir todos sus temores. Pero cuando se sentó en el suelo con las piernas cruzadas y abrió el álbum, las esperanzas renacieron. Era un montaje con todas las fotos que él había tomado de los tres.
Fotos del día en que había vuelto a utilizar la cámara mientras jugaban con la manguera. Fotos del día del festival, de Emma jugando con el globo y de los dos tomando el postre. Fotos de Emma persiguiendo una mariposa, Paula paseando por el viñedo, las dos sentadas a la mesa mientras él preparaba hamburguesas.
–Quiero que estas fotos sean más que recuerdos –le aseguró Paula–. He recibido la indemnización y, si quieres, ya puedo irme de aquí.
Lo que seguía era la parte más difícil, la parte en la que le abría el corazón.
–Pero yo te amo, Pedro Alfonso, y me gustaría formar parte de tu vida permanentemente –se apresuró a continuar–. Si quieres fotografiar niños en África, te apoyaré en tu decisión. Entiendo que tienes un don y necesitas utilizarlo. Solo quiero que sepas que te estaré esperando siempre.
–Desde el lunes he hecho mucho examen de conciencia – Pedro tomó las manos de Paula–. Siento mucho haber saltado a una conclusión equivocada. Creo que ambos sabemos por qué lo hice. Hace tiempo me ayudaste a creer en una nueva vida, y ahora vuelvo a creer. Creo en una vida en la que Emma, tú y yo formemos una verdadera familia, en la que yo pueda ser el marido y el padre que jamás pensé que podría ser. Te prometo que aprenderé ambas cosas.
–No tienes gran cosa que aprender –ella le acarició la barbilla.
–¿Podrás perdonarme por lo que pensé? –preguntó él con voz ronca.
–Me he puesto en tu lugar. Seguramente yo habría pensado lo mismo. Queremos pertenecernos el uno al otro, y me encanta la idea.
–Te amo –exclamó él con tanto amor que ella lo sintió en el corazón–. ¿Te casarás conmigo?
–Sí, me casaré contigo –Paula deseaba construir una vida con él y estar siempre a su lado.
Pedro la tomó en sus brazos y la besó.
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