miércoles, 30 de septiembre de 2015

DIMELO: CAPITULO 11





Hace fresco. Por la tarde se ha desatado una lluvia de verano que ya ha pasado, pero que ha sido suficiente para que la temperatura haya descendido de manera brusca; el ambiente huele a hierba y a tierra mojada, tal vez por la proximidad con los jardines de Luxemburgo. Cruzo la callejuela a toda prisa esquivando los charcos. No he podido conseguir estacionar en la calle dʼAssas; me encuentro
en el corazón mismo del distrito seis, en el barrio de Saint-Germain. Cuando me acerco para tocar el timbre del apartamento de André, advierto que un coche que estaba aparcado sale y, en su lugar, estaciona otro; al momento reconozco el automóvil de Pedro, y decido esperarlo para llamar.


—Hola, Pedro.


—Hola. —Nos saludamos con un beso en la mejilla y ambos reparamos en el paquete que el otro carga.— Lo prometido —digo de manera bromista mientras saco una de las botellas de la bolsa—: Dom Pérignon rosado cosecha 2002, la joya de la bodega, para brindar por tu contrato.


—Creí que mi champán era para brindar por mi contrato, y el tuyo, para hacer un brindis por la campaña —dice mientras extrae un Pommery Brut Royal de la bolsa.


—Te concederé el honor de brindar con Dom Pérignon, y te demostraré que Saint Clair no escatima en gastos para dar la bienvenida a sus empleados.


—O sea, que estás realizando un uso indebido de los fondos de la compañía. ¿Acaso... piensas pasarlo como gastos de empresa?


—Eso sería como robarme a mí misma, ¿no crees? Ésta es una atención personalizada.


—Vaya, me siento un empleado agasajado. Gracias por la cortesía.


Me mira por un momento y luego nos reímos. Paul toca el timbre y André no tarda en venir a abrirnos.


Entramos en el acogedor apartamento de Bettencourt; me fascinan los retratos que cuelgan de las paredes: hay muchas fotografías a contraluz, algunas de desnudos, pero ninguno resulta ofensivo ni mucho menos vulgar. André es muy bueno en lo que hace, por eso no quiero dejarlo escapar.


Siempre consigue que mis campañas destaquen, que se distingan claramente de las de la competencia; muchos ya han empezado a copiarnos.


—Toma, André, ponlas en la nevera.


Le entrego las botellas y luego Pedro le entrega las que ha traído él. En cuanto André se da la vuelta para dirigirse a la cocina, volvemos a sonreír con complicidad. Mi amiga aparece de pronto y creo que nos pesca en pleno coqueteo.


—Estela, ¿ya estás aquí? No he visto tu coche.


—Lo que pasa es que lo he dejado en el garaje —me informa mientras baja la escalera y nos saluda a ambos.


A pesar de que ha contestado a mi pregunta, entiendo claramente la mirada de Estela: no cabe ninguna duda de que ella ha advertido las nuestras y ese magnetismo que nos cuesta cada vez más disimular.


Después de que esta tarde Pedro se fuera de mi despacho, me he quedado pensando largo rato en él y me he dado cuenta de que hay algo en este hombre que me atrae. Pero de la misma forma que lo entiendo, también me he percatado de que es un imposible; es bien cierto que es atractivo, carismático, quizá hasta me atraiga lo grosero que puede resultar, y asumo que tiene un no sé qué que me cautiva... Me encanta cuando me lleva la contraria pero, aun así, es lógico considerar que yo estoy atravesando un momento en mi vida en el que necesito estar sola, y sobre todo sin complicarme la vida con ningún hombre, mucho menos con un empleado mío. Además, mi ruptura con Marcos me hace ver que, para lograr mis objetivos, lo mejor es continuar sin tener que preocuparme por nada que no
sea mi crecimiento profesional. Miro a Pedro, que no para de carcajearse por lo bajo y hacerme caídas de ojos sin importarle que Estela esté con nosotros; la verdad es que yo también estoy algo tentada y, por más que lo intentamos, parece que no podemos parar. Por suerte suena el timbre y eso nos devuelve a la realidad.


—Debe de ser el servicio de comida a domicilio —dice André a la vez que cierra el congelador para salir a atender la llamada.


Pedro se quita la chaqueta; lleva puesta una camiseta gris oscuro, y no puedo apartar mi vista de él, pero me obligo a hacerlo. Se dirige hacia el equipo de música y selecciona una canción de One Republic, Couting Stars, que de inmediato inunda la atmósfera.


—¿Qué son esas miraditas? Exijo saberlo todo. —Estela me habla al oído aprovechando que Alfonso está de espaldas a nosotras; luego me arrastra hacia el jardín de invierno con vistas a la terraza, donde está situado el comedor del apartamento. Como conozco a mi amiga, sé que tiene toda
la intención de que podamos farfullar con más libertad.


—Nada, simplemente una broma por el champán.


—Pedro te tiene ganas, sé lo que digo.


—No lo creo; él está seduciendo continuamente, es sólo eso... Y si fuera algo más, no tiene ninguna oportunidad.


—Si yo fuera tú, se la daría. Marcos ya es historia.


—Marcos ha sido mi pareja durante dos años; quizá sea historia, como tú dices, pero es precisamente por eso mismo por lo que no estoy dispuesta a entablar nada tan pronto, por más insignificante que sea.


—¿Insignificante? Paula Chaves, ¿llamas insignificante a ese pedazo de ejemplar?


—Me refiero a lo que pudiera pasar.


—Ah, o sea, que él no te parece insignificante.


—Basta, deja de tergiversar mis palabras.


—No las estoy tergiversando, simplemente trato de entenderte, porque si él no te parece insignificante, es obvio que lo que pudiera pasar tampoco lo sería.


—Estela, acabo de salir de una relación, ¡por Dios!, ¿de qué hablas?


—Intento darle sentido a tus palabras. Ahora, contéstame: si Marcos fuese tu pasado lejano, ¿Alfonso tendría alguna oportunidad?


—No, Pedro no es mi tipo.


—No es cierto que no sea tu tipo; está para comérselo y ya he visto cómo lo miras.


—Tú ves lo que deseas ver. Además, es un empleado de Saint Clair.


—Un contratado externo.


—Es lo mismo.


—No lo es y lo sabes perfectamente; cuando acabe la campaña, su contrato con Saint Clair terminará y...


André pasa en ese preciso momento con los paquetes hacia la cocina.


—Te ayudo, André —digo a propósito para librarme de mi amiga. Estela puede ser un perro de caza cuando se lo propone, y sabe exactamente cómo hacerlo para cambiarle el sentido a mis palabras, pero no voy a permitírselo. Tengo muy claro que no quiero ninguna relación con nadie y ella no me hará cambiar de parecer.


Pedro se acerca también para colaborar; introduce los postres en el congelador, a la vez que saca hielo para preparar el cubo para el champán. Intento concentrarme en lo que hago y desempaqueto la comida para preparar los platos que André me alcanza del aparador.


—¿Por qué no comemos en la salita de la televisión? Así podremos ver las localizaciones mientras tanto —sugiere Estela, que también se une a los preparativos de la cena.


—Me parece perfecto —nos hace saber André mientras se acerca y le planta un beso en los labios; la actitud toma a Estela por sorpresa. Es la primera vez que él se muestra cariñoso con ella delante de nosotros.


Nos quedamos solos unos minutos; tengo a Pedro de pie a mi lado y puedo embeberme de su aroma, tan particular, mezclado con el perfume y el detergente de la ropa; me encanta el olor que desprende, es adictivo. Cuando me saludó en la calle, incluso aspiré con fuerza para guardar esas reminiscencias; huele a lavanda y a madera seca exótica, mezclado con notas ozónicas de Calone que evocan el agua. Sacudo la cabeza para desprenderme de mis pensamientos; no es lógico ni cuerdo sentir así, teniendo en cuenta lo que le he dicho a mi amiga. Pero, aunque lo intento, no lo consigo.


Estela y André se ocupan de trasladar las cosas al altillo. 


Sigo con mi tarea y, tentada, pillo por la cola una tempura de gamba y la muerdo; son mi debilidad, me encantan. En ese instante se me ocurre molestar a Pedro, así que el pequeño bocado que ha quedado en mi mano se lo meto en la boca,
cogiéndolo por sorpresa. Me mira mientras lo mastica, pero no hace ningún comentario.


—Creí que la comida japonesa no te gustaba.


—El arte de esta fritura es europeo. —Sonríe mientras traga y después continúa explicándome —: La tempura es una fritura europea, introducida por misioneros portugueses en Japón a mitad del siglo XVI, si la memoria no me falla. Es un plato originario de Europa, y no es así como se come. La
verdadera tempura se ingiere recién salida del aceite, por eso es aconsejable comerla en la barra de un restaurante, o en casa, recién preparada; es primordial que llegue al comensal bien caliente, sin rastro de aceite y dorada; la pasta tiene que transparentar los colores de lo que hay debajo.


«Maldito engreído, me encanta ese aire de sabelotodo que asume al hablar. Pero, por mi bien, no es bueno que me guste tanto.»


—Pareces saber mucho de cocina.


—Me gusta saber lo que consumo, y la historia de las comidas forma parte, claramente, de la tradición de cada país. Si te decides a aceptar mi invitación, puedo llevarte a comer tempura a un lugar donde apreciarás la diferencia.


—Recuerda que sólo tomo Dom Pérignon.


—En ese caso, tú pagarás el champán, y yo, la tempura. Ya te lo he dicho: no me quita el sueño, y mucho menos la hombría, que me pagues una botella de Dom Pérignon. Por el contrario, me relajaré para disfrutarlo, y me alegraré de que puedas pagarla y compartirla conmigo.


«¿Qué se supone que una debe contestar en una situación así? Lo cierto es que jamás daré mi brazo a torcer ni reconoceré que tiene razón.»


—¿Siempre eres tan inmodesto?


—Mmm..., la verdad, no siempre soy así. —Agita la cabeza sin quitarme la vista de encima; me mira sin disimulo los labios—. Te aseguro que puedo serlo más.


—Vamos, dejad la charla y traed los platos —dice de pronto André asomado desde el balcón del altillo.







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