jueves, 3 de septiembre de 2015

ATADOS: CAPITULO 14




Pedro había pretendido comenzar su plan de seducción a Paula en la comida como ya hiciera el día del incendio. Pero en el momento en que se habían sentado en la mesa habían comenzado las negociaciones y se había olvidado de cualquier cosa que no fuera conseguir el contrato de servicios. Habían pasado ya más de cinco horas y estaba a punto de cerrar el acuerdo, lo presentía.


Paula, en cambio, permanecía en silencio atenta a cada movimiento suyo. Se había quitado la corbata y estaba en mangas de camisa y despeinado. E increíblemente sexy. 


Nunca había visto a un hombre de negocios en acción, no a uno de verdad. Sí a algunos de sus jefes pero no tenían el poder de decisión que tenía el director general de una Caja de Ahorros. Y se había puesto a cien, para qué negarlo. Se moría por acariciarle el pelo y otras cosas más íntimas. Y arrancarle la camisa, también. Pero tampoco quería que finalizara la reunión. Estaba hipnotizada, no podía quitarle los ojos de encima.


Pero como nada era eterno, la reunión acabó de manera satisfactoria para todos y en menos de diez minutos estaban solos en el ascensor, camino de sus respectivas habitaciones. Eran las ocho y media de la tarde. Ambos permanecían en silencio. La campanilla del ascensor los tensó todavía más. Se encaminaron por el pasillo cuando fue Pedro quien habló.


—¿Te apetece emborracharte para celebrarlo?


Paula se detuvo a mirarlo. Alzando una ceja, envalentonada por algo que había en su mirada, algo invitador, contestó coqueta.


—¿En tu minibar o en el mío?


Pedro señaló su propia puerta. Sacó su tarjeta y abrió, dejándola pasar primero y mirando su perfecto trasero, sintiendo que sus manos se morían por acariciarlo.


Ajena a sus pensamientos le preguntó por el baño y se dio dos minutos para asearse y tranquilizarse un poco. Dentro y sola se miró al espejo y se dio ánimos mentalmente para lo que iba a hacer. Estaba en su habitación e iba a seducirle si no le fallaba el valor. «Pero no te precipites, Paula. Tienes todo el tiempo del mundo». Apagó su móvil y salió. Pedro había sacado un par de vasos, hielo, un montón de botellitas y una botella mediana de cava. Sonriéndole, la descorchó y sirvió. Ambos se sentaron en el suelo, cómodamente, y bebieron en silencio. Rellenaron sus copas y volvieron a beber, ensimismados.


Pedro intentaba controlar su euforia. Tras el acuerdo tenía a Paula donde deseaba, pero no quería precipitarse. Mejor iniciar una conversación más o menos relajada e ir poco a poco. O abordar un tema pendiente pero que podía constituir una objeción.


—¿De qué iba lo de Amparo el lunes?


Vio cómo se tensaba. Parecía obvio que no sabía qué contestar. Pedro rellenó el vaso apurando el contenido de la botella. Brindó en silencio y la retó con la mirada para que ambos se la bebieran de golpe. Le siguió. Al ver que ella permanecía en silencio abrió el whisky, sirvió en los vasos y le pasó uno. En tono casual le preguntó:
—¿Sabías que me es infiel?


Su cara le dio la respuesta. Sí, lo sabía pero no se lo había dicho. ¿Por qué?


Paula reaccionó. Y se le ocurrió que podían hablar con calma y aclarar ciertas cosas y divertirse a la vez. «¿Por qué no?»


—Este es el trato: yo te daré una respuesta sincera si tú me la das a mí después.


Pedro pareció pensarlo. Apuró el whisky y abrió el vodka. 


Ella le imitó y le pasó el vaso. Iban a emborracharse muy rápido, pero no le importaba. Estaba encantada con la situación. Feliz de estar con él. Toda su piel ardía de deseo, de expectativas por lo que estaba convencida iba a ocurrir.


—Sí, lo sabía. —Él le preguntó, en silencio—. Pero nunca me meto en parejas. Nunca.


—Para no querer meterte entre Amparo y yo estás casada conmigo.


Se sonrojó sin saber qué contestar a eso. Bebió un poco, dándose tiempo.


—Yo lo descubrí no hace mucho. Debería haberla dejado en aquel momento, pero no me pareció lo bastante justo.


Paula le interrumpió. No quería saber nada de aquello, no quería despertar a su conciencia.


—Mi turno. En nuestra noche de bodas, ¿consumamos?


Pedro, que estaba apurando su vodka para evitar dar una respuesta rápida a lo que se le ocurriera preguntar, escupió todo el contenido de su boca. Paula sonrió presumida. Lo había descolocado; debía ser la primera vez que lo veía en fuera de juego. Apuró también ella su bebida y escogió otro botellín al azar. Ron. Ignorando la Coca-Cola sirvió y le pasó el vaso lleno de nuevo.


—No. —Ante la pregunta no formulada prosiguió no haciéndose de rogar—. Te quedaste dormida mientras me duchaba. No te desperté.


«¿Por qué no pudiste o por qué no quisiste?» Quería saber, pero no sería tan directa. Ambos estaban disfrutando con el cruce de preguntas, no pensaba precipitar la situación.


—Jamás pensé que me dirías que sí.


No era una pregunta ni era su turno sino el de Pedro. Aun así él no dudó.


—Ahí estabas tú, retándome como cuando éramos críos. Tú siempre hacías cosas divertidas y atrevidas, mientras los demás nos quedábamos en el banquillo a observarte. Pensé que te sorprendería diciendo que sí. Jamás creí que esto llegaría tan lejos.


Se tomó unos segundos para sincerarse también. El alcohol estaba haciendo mella en ambos, ya no bebían tan rápido.


—Había estado enamorada de ti. Fue una especie de exorcismo.


Él dejó el vaso y la miró, severo.


—Explícate.


Paula sintió la dureza de su mirada, pero no se apocó.


—Estaba colada por ti desde niña. Me costó años olvidarte. Siempre pensaba en ti como un trauma de la infancia no superado. —Se sentía extrañamente liberada al contárselo—. Así que cuando te vi y no sentí que mi mundo se volvía del revés pensé que sería divertido despedirme con una boda de un sueño de más de media vida.


La miró, incrédulo. Se encogió de hombros y se defendió de la mirada acusadora de color miel.


—¿Qué esperas? Iba medio borracha, la lógica no es mi fuerte cuando hay whisky de por medio.


Abrió otro botellín. Ginebra. Esta vez sí abrió la tónica. Él le acercó el vaso, vacío una vez más, mientras reflexionaba.


—Paula, me temo que acabas de hacer trampas. Nunca te dignabas a dirigirme la palabra. No pretenderás que me crea que era tu forma de demostrar amor, ¿verdad?


No quiso explicarle más. Una cosa era confesar una fantasía y otra explicar sus complejos de inferioridad. No le llevó la contraria. Prefirió provocarle.


—¿Y cuál es mi castigo por hacer trampas?


—¿Qué me ofreces?


—¿Qué quieres?


—¿Qué tienes? —respondió él de inmediato con la mirada ardiente.


Ella se acercó, puso su cara a escasos milímetros de la suya y susurró.


—¿Qué necesitas?


Había llegado el momento. Por fin iba a ocurrir. Cerró los ojos y esperó. Sintió su mano acariciándole la mejilla suavemente antes de posarse en su nuca y tomarla con firmeza. Sintió su aliento sobre sus labios y su estómago se encogió de deseo. Sintió…


Y entonces el teléfono de Pedro rompió el encanto. Este debió sobresaltarse porque se hizo atrás, separándose de ella. Sacó el móvil del bolsillo de su camisa y levantó la vista, cariacontecido.


—Es Gómez, tengo que contestar.


Y, ante la incredulidad de Paula pulsó la tecla de color verde.


—Dime, Gómez.





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