miércoles, 19 de agosto de 2015

SEDUCIDA: CAPITULO 4




Esa noche Paula no podía dormir. Probablemente porque no había sido capaz de cambiar las sábanas. Qué estúpida. Y estaba durmiendo desnuda, respirando el olor de Pedro en la almohada.


¿También él se habría sentido inquieto? ¿Habría dado vueltas en la cama, recordando inconscientemente su aroma?


La sábana le rozaba las partes más sensible del su cuerpo. 


Suspirando, se movió hacia una zona más fresca de la cama, intentando concentrarse en el golpeteo de la lluvia contra los cristales.


Paula suspiró, golpeando la almohada.Pedro Alfonso despertaba a la ninfómana que había en ella. No había estado con otro hombre desde entonces.


Solo la había querido por el sexo. Y no le avergonzaba admitir que ella estaba encantada, pero cuando hablaron de algo más serio él dejó claro que quería una familia. Paula se sentía demasiado joven como para sentar la cabeza y quería algo más que contentarse con vivir a las afueras, tener un par de hijos y hacer el papel de esposa de un hombre rico.


Aunque Pedro no se lo hubiera pedido. Ella sabía qué clase de mujeres prefería para ese papel porque lo había visto con chicas elegantes y guapísimas antes de que se fijase en ella. 


Mujeres de familia rica que le darían hijos refinados.


Se había dicho que daba igual, ¿por qué no disfrutar de la aventura mientras durase? Pero le dolía y mucho, lo había descubierto la última noche.


Hacía calor aquella noche, Pedro se había dado la vuelta en la cama, cubierto de sudor, dejando escapar un suspiro de satisfacción.


–Ha sido…


–Sí, es verdad –lo había interrumpido ella–. Pero parece que ha terminado, ¿no?


–¿Por qué ha terminado? –le había preguntado Pedro.


–No nos hemos hecho promesas. ¿No era eso lo que tú querías? Sexo sin complicaciones.


–¿Sin complicaciones? –había repetido él–. Tú eres la mujer más complicada que conozco –Pedro frunció el ceño mientras se incorporaba–. ¿Qué te pasa?


Paula se incorporó también, tapándose con la sábana.


–He estado trabajando en un cóctel… tu boda va a ser el evento social del año.


Pedro hizo una mueca.


–¿Te importaría decirme quién es la novia? 


–Esa chica, Eleanora, de apellido aristocrático. He visto fotografías de los dos juntos.


–McDonald–Smythe –dijo Pedro–. Son habladurías, Pau. No sabes cómo le gusta a la clase alta extender rumores y mentiras.


–¿Quieres hablar de mentiras? –Paula intentó apartarse, pero él no la dejaba–. ¿Por qué había una foto de los dos en la Copa de Melbourne?


Él cerró los ojos brevemente. ¿Para inventar una excusa?


–Eso fue en noviembre. Tú y yo habíamos empezado a salir juntos una semana antes y sabías que iba a Melbourne para asistir a la Copa. Vi a mucha gente, pero no se me ocurrió hacer un inventario de nombres.


No, pero había habido otras veces en esos cortos tres meses: entrevistas, reuniones, eventos que organizaba su padre. Nunca le había pedido que lo acompañase.


–Una camarera no entra en los planes de tu familia –por fin logró soltar su mano y en esa ocasión Pedro no hizo nada para recuperarla.


De hecho, apartó la mirada, como si aceptase la verdad en sus palabras.


–¿Y mis planes? –el rostro se le oscureció, las venas de su cuello destacando como cuerdas–. Resulta que me han ofrecido un puesto en Queensland y pienso aceptarlo.


Paula contuvo el aliento y él respiró profundamente como a punto de decir algo, pero no dijo nada. ¿Por qué no lo decía? «Ha sido divertido, pero se ha terminado».


Paula apretó los dientes. Así era como debía ser. Entonces, ¿por qué se sentía tan mal?


–Bueno, entonces es el mejor momento –le dijo, mientras buscaba su ropa–. Me han dicho que hay trabajos en el norte, en ese nuevo hotel.


Era mejor dejar que ser dejado. En el fondo, sabía que no había sitio para ella en la vida de Pedro y que no podía competir con las mujeres que lo rodeaban.


–¿No es eso lo que quieres, Pau? –escuchó su voz tras ella.



–Es hora de despedirnos –respondió, intentando esconder su pena tras una sonrisa–. Me he dado cuenta de que somos demasiado diferentes como para que haya algo más entre nosotros. Lo hemos pasado muy bien, pero no puede haber nada serio entre los dos..


–¿De verdad crees eso? –Pedro sacudió la cabeza–. O te he juzgado mal o mientes mejor que nadie.


Paula intentó borrar esas imágenes. Tal vez ella había sido la mentirosa. Se había ido de Sídney al día siguiente, jurando no volver a dejar que un hombre la afectase de ese modo.


Pero ese hombre había vuelto.








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