miércoles, 19 de agosto de 2015
SEDUCIDA: CAPITULO 5
Al día siguiente, Pedro conducía el Ferrari entre el tráfico de Sídney pensando que debía llamar a sus padres. Cuando su padre le dijo que era hora de ponerse serio no se refería a la cadena de restaurantes que había convertido en franquicia.
Se refería a que debía casarse y darle un nieto.
Claudio Alfonso era un hombre testarudo y su madre… Pedro sacudió la cabeza, su madre hacía lo que su padre decía. Aunque la quería, él no podría soportar una esposa tan dócil. Y, por supuesto, Paula era la antítesis de dócil.
¿Qué pensarían de ella sus padres? Su forma de vestir, su desdén por la alta sociedad y sus convenciones…
Una noche le convenció para darse un revolcón en el jardín, frente a una fuente. La sonrisa se le suavizó ante el recuerdo. Su pobre madre nunca sabría quién se había cargado los nenúfares.
Pedro golpeó el volante con el puño y pisó el acelerador.
Cinco años y el recuerdo seguía haciendo que se excitase.
Era tan diferente a las mujeres que solían atraerlo, tan interesante, tan divertida, tan sexy. Cuando consiguió el puesto en Queensland había pensado pedirle que fuese con él, pero los planes de Paula no incluían marido e hijos.
Pedro detuvo el coche frente a la casa de German.
–Hola –su amigo subió al coche con una boa de plumas al cuello–. ¿Te importa si pasamos por el hospital? Pau ha prometido prestarle esto a una amiga y se le ha olvidado llevársela.
–Te queda muy bien –bromeó Pedro.–Podía oler el perfume de Paula en las plumas como si estuviera en el coche con ellos.
–¿Que hay entre vosotros? –le preguntó German.
–Nos conocimos hace unos años –Pedro miró por el retrovisor–. Fue una aventura intensa.
–Ah, por eso esta mañana estaba tan seria.
Pedro intentó concentrarse en conducir y no en imaginar a Paula con esa boa de plumas.
Cinco minutos después aparcaba frente al hospital y esperó a German en el aparcamiento porque no quería ver a Paula.
Un impresionante trasero redondo llamó entonces su atención. Su propietaria estaba inclinada sobre el motor de un coche…
De repente, la mujer soltó una palabrota.
–¿Algún problema? –le preguntó. Había reconocido el trasero, la voz y el pelo negro cayendo sobre los hombros.
Ella se dio la vuelta.
–¡Pedro! –exclamó–. Estaba esperando a Miguel –dijo luego, mirando el reloj.
–¿Qué pasa?
¿Y quién demonios era Miguel?
–Esta cosa no arranca. Creo que es la batería.
–No pasa nada, Miguel conoce bien mi coche, es mecánico. Imagino que has venido con German. ¿Me ha traído la boa?
–Sí, está en la puerta… –murmuró, sacando el móvil para llamarlo.
Un momento después German se reunió con ellos y Pedro tuvo que controlar una irracional punzada de celos.
–Gracias –dijo Paula, quitándole la boa del cuello.
German miró de uno a otro.
–Bueno, si queréis estar…
–Estamos esperando a Miguel–lo interrumpió ella–. Ah, ahí está. Ya podéis iros, Miguel solucionará el problema.
–¿Quieres que tomemos una copa esta noche? –preguntó German.
–No, esta noche no puedo.
–A ver si lo adivino, tienes que lavarte el pelo –bromeó.
–Tengo una cita –dijo ella. ¿Era una simple impresión o los ojos se le habían oscurecido?–. Tengo masaje y depilación a las seis y media.
–Muy bien.
Miguel, un hombre de pelo rubio, se acercó con una batería bajo el brazo y una sonrisa en los labios.
–¿Dónde vamos, German? –preguntó Pedro.
–A algún sitio cómodo y tranquilo donde puedas hablarme de tu relación con Paula Chaves.
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