viernes, 28 de agosto de 2015

SEDUCIDA: CAPITULO 33




El ruido de la lluvia golpeando el cristal de la ventana despertó a Pedro, pero Paula seguía dormida.


Un día estupendo para quedarse en la cama, pensó, girando la cabeza para mirarla a placer.


Tenía los ojos cerrados, el cabello despeinado sobre la almohada, el ceño fruncido como si estuviera salvando pacientes en sueños. O luchando contra demonios, pensó, recordando que la noche anterior le había dicho que quería hablar.


De repente, Paula levantó un brazo, golpeándolo en la nariz. 


Muy típico de ella. Nunca se quedaba quieta durante demasiado tiempo. De hecho, era sombroso que hubiese dormido de un tirón sin dar vueltas y vueltas en la cama.


«Abajo, chico», le ordenó a su rebelde miembro. Hora de dormir, nada de sexo. Pero no pudo resistir la tentación de apartar un poco el edredón para ver cómo sus pechos subían y bajaban suavemente, los pezones de color chocolate a la luz del amanecer.


Muy bien, opción uno: podía quedarse allí y torturarse a sí mismo mirándola; y opción dos: podía irse a casa para sacar las cosas de las cajas y volver unas horas más tarde con el desayuno.


Luego, por la tarde, le demostraría a Paula lo que era pasar el día en la cama… ah, no, ella querría ir a visitar a Mariza y al pequeño Roberto Jamieson. Podían ir juntos, pensó, saltando de la cama. También él quería ver si el pequeñajo había cambiado desde el día anterior.


De repente, empezó a pensar en niños y familias. Y Paula.


Sonriendo, se acercó a la cama y le apartó el pelo de la cara. 


Y su corazón se lleno de… algo grande. Algo tan grande que tuvo que salir de la habitación para respirar. Había intentado ignorar esos sentimientos porque Paula no quería nada permanente, lo había dejado bien claro.


Pedro salió de la casa y cerró la puerta tras él. Tal vez era hora de hacer que cambiase de opinión.



*****



De vuelta en su apartamento empezó a sacar cosas de las cajas, cosas de su antigua vida, pensó, mirando viejos papeles y revistas.


Había cartas con sus diferentes direcciones escritas con la letra de su padre, cartas de cinco años atrás: un recordatorio del dentista, la suscripción a una revista, una carta sin remite. Pedro abrió el sobre y en cuanto sacó la hoja de papel de inmediato reconoció la letra.


Era una carta de Paula.


Leyó la primera línea y tuvo que parpadear varias veces, incrédulo: »Pedro, estoy embarazada…».


Las letras se mezclaban y no pudo seguir leyendo. Incapaz de seguir sujetando el papel, la carta cayó al suelo. No tenía fuerzas, no podía respirar, su corazón latía como si quisiera salírsele del pecho.


No podía ser.


Pau había estado embarazada.


De él.


Y en alguna parte de su cerebro, la única que seguía funcionando, se formuló una pregunta: ¿dónde estaba el niño?






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