martes, 18 de agosto de 2015
SEDUCIDA: CAPITULO 2
Pedro siguió mirando a la puerta cuando ella desapareció.
Paula. La recordaba como si la hubiera visto el día anterior, con un jersey de colores, una falda morada, unas botas de color beis atadas con cordones. Siempre tan vibrante. La mujer más atractiva e interesante que había conocido nunca.
Recordaba cómo había sido entre ellos: ardiente, urgente, un viaje rápido al paraíso. Siempre se había preguntado cómo reaccionaría si volviese a verla, si el antiguo deseo estaría a la altura de su recuerdo.
Ya lo sabía y saberlo no lo tranquilizaba en absoluto. Tuvo que hacer un esfuerzo para abrir los puños, luchando contra el deseo de saltar de la cama y seguir el tentador movimiento de sus caderas, la sutil fragancia de rosas y vainilla que había dejado en el aire.
Vivía con German Trent, por el amor de Dios. Pedro contuvo el aliento. German le había dicho que compartía casa con una enfermera, pero no se le había ocurrido pensar que fuese aquella enfermera.
Tomó los vaqueros del suelo. Sobre la cómoda vio una foto enmarcada en la que no se había fijado por la noche. Pau y su hermana Mariza.
Por una parte quería irse y olvidar aquel encuentro. Por otra, quería quedarse y convertir la despedida de cinco años atrás en algo diferente, algo que podría haber durado.
Pero ella no quería una relación seria.
Se puso el jersey que había tirado al suelo e hizo una rápida visita al baño para lavarse la cara con agua fría, recordando que ya no era el hombre al que Pau había conocido. ¿Cómo sería ella cinco años después?
Cuando entró en el salón se quedó inmóvil al verla con una taza de café en la mano, la camisa blanca en contraste con su pelo negro, tan fresca como una rosa. Lo dejaba sin aliento. Seguía teniendo las mismas curvas concisas, delgadas.
–¿Café? –le preguntó ella.
–Sí, gracias.
Pedro dio un paso adelante para tomar la taza, notando la seductora curva de sus pechos bajo el jersey.
–Bueno… –Pau se dejó caer en un viejo sofá marrón, tan lejos de él como era posible–. ¿Qué haces aquí?
–German es un viejo compañero de instituto. Tomamos unas copas y me ofreció que durmiera aquí porque su compañera no volvería hasta esta noche.
–Ah.
¿Había decepción o alivio en su tono? Un momento de conversación civilizada y se iría de allí.
–Siento ser un estorbo.
Ella se encogió de hombros.
–No sabía que estuvieras en Sídney –murmuró, mirando su taza.
–Porque no estamos en contacto.
Los dos se quedaron callados, los recuerdos como sombras entre ellos. Pero no tenía sentido recordar el pasado, ni hacer preguntas, ni buscar culpables.
–Has vuelto antes de lo previsto de la conferencia, ¿no?
Ella asintió con la cabeza.
–Mi compañera de habitación roncaba y no podía soportarlo más, así que a las tres de la mañana hice la maleta y volví a casa.
–Es extraño esto del destino.
Paula esbozó una sonrisa.
–Hablas como Mariza.
–¿Cómo está, por cierto?
–Felizmente casada y embarazada.
–Me alegro –Pedro hizo una pausa–. ¿Y tú?
–Soltera. Y me sigue gustando.
Entonces ¿por qué esa animosidad en su tono? Era casi como si estuviera intentando convencerse a sí misma. Pedro esperaba que le preguntase y tuvo que tragarse la decepción cuando no lo hizo.
–¿Tus padres están contentos de que hayas vuelto?
En su tono había cierta amargura y eso le sorprendió porque solo había visto a su padre una vez y vivían fuera cuando salían juntos.
–Aún no lo saben. Han ido a la isla Stradbroke durante unas semanas para tomar el sol, así que estoy solo en esa enorme casa.
La casa que la madre de Paula limpiaba dos veces a la semana. Paula lo pensó y él lo leyó en sus ojos.
La primera vez que la vio fue en el funeral de su padre.
Había charlado un rato con su hermana Mariza, pero fue Paula quien llamó su atención. Apenas dos meses después había vuelto a verla en un cóctel en el que Paula trabajaba como camarera. La camarera bohemia buscando emociones y nuevas experiencias. Y sí, las habían encontrado, pero la relación terminó tres meses después.
–¿Por qué decidiste ser enfermera? Si no recuerdo mal, no podías soportar la sangre.
O el vómito. Se le encogió el estómago al recordar el parque de atracciones Luna Park, en el que pasó la peor y la mejor tarde de su vida. Había pasado una eternidad desde esos días dorados de risa, alegría y amor bajo el sol.
Ella apartó la mirada para acercarse a la ventana.
–Era algo que necesitaba… necesito hacer.
Si no la conociera diría que parecía frágil, insegura.
–¿Qué pasó?
–La vida pasó –Paula se tocó el corazón como sin darse cuenta–. Era hora de ponerse seria.
–¿Seria?
Pau nunca había querido ser seria. Pedro pensó en su última noche y apretó la taza cuando la escena pasó por su mente como si fuera una película. Había sido un idiota al pensar que podrían haber sido algo más.
–Sí, seria –repitió Paula, irguiéndose orgullosa.
Su relación había sido tan intensa, tan ardiente y tan temporal, algo destinado a morir. Una simple aventura. ¿Qué otra cosa podía haber entre una camarera y el hijo de un millonario?
–¿Entonces estás contenta, eres feliz?
–Nunca me he sentido mejor –respondió Paula. Y lo decía en serio. Estaba haciendo lo que más le gustaba, ayudar a niños enfermos. Eso era suficiente.
Tenía que ser suficiente.
Los dos volvieron la cabeza cuando German apareció en el salón despeinado y con los ojos vidriosos.
–Me había parecido escuchar voces. Ah, ya veo que os habéis presentado.
–Buenos días, German –Paula miró a su compañero de piso.
–Yo ya me iba –dijo Pedro, dejando la taza sobre la mesa–. Me ha alegrado volver a verte.
–Quédate a desayunar –dijo German–. Pau hace las mejores tortitas con sirope de arce.
Su cuerpo cubierto de sirope de arce… el recuerdo hizo que Paula apartase la mirada.
–Seguro que sí –murmuró Pedro–. Tengo que irme –se inclinó para hablarle al oído, su aliento ardiendo, los ojos brillantes–. El sexo era genial, ¿verdad?
Paula contuvo el aliento. ¿Cómo se atrevía?
Pedro miraba sus labios y casi le pareció que estaba besándola.
–Nos vemos más tarde.
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