martes, 18 de agosto de 2015

SEDUCIDA: CAPITULO 1





El hombre que dormía en su cama tenía un cuerpo hecho para dar placer; un cuerpo esculpido y trabajado hasta adquirir una pecaminosa perfección. Y Paula Chaves no había pecado en demasiado tiempo, de modo miró su ancha espalda con ojos hambrientos. Y más abajo, donde la curva del duro trasero desaparecía bajo la sábana de color mandarina.


Le temblaban los labios y los dedos con el deseo de explorar la textura de esa piel, pero solo podía mirar, como en trance, sin moverse para no despertarlo y arruinar el momento.


Él murmuró algo en sueños y Paula contuvo el aliento. 


Estaba de espaldas, de modo que no podía verle la cara, pero tenía el pelo oscuro, espeso y deliciosamente despeinado.


Una pena que no estuviera despierto. Una pena que no estuviese en la cama con él. Los amigos de German habían dormido allí otras veces, pero no ese. Y nunca en su cama.


Con la mirada clavada en el hombre, Paula dejó la maleta en el suelo. ¿Estaría completamente desnudo bajo la sábana? 


Eso esperaba. Pensar eso hizo que el corazón le latiese más deprisa, calentando sitios que no se habían calentado en mucho tiempo. Habían pasado cinco años desde que tuvo el placer de estar en horizontal con un hombre.


¿Quién era?


Paula giró la cabeza para mirar el salón, había una pila de dvd entre grasientos contenedores de comida china y botellas vacías de cerveza. Ese era el inconveniente de tener un compañero de piso aunque, siendo justos, había vuelto de la conferencia con un día de antelación y sin avisar a German.


Un gruñido hizo que volviese a mirar hacia la cama y su ocupante. Con descarado interés, Paula apoyó un hombro en el quicio de la puerta y observó los fuertes antebrazos, los largos dedos que apretaban la almohada. El hombre se estiró con un letárgico movimiento para tumbarse de espaldas…


Paula se quedó inmóvil.


Pedro Alfonso.


¡No! No podía ser. Pedro era un ingeniero geólogo que estaba trabajando en algún sitio de Australia central, no en Sídney.


Cuando sus miradas se encontraron vio la misma sorpresa en sus ojos de color café. Pedro se incorporó de un salto, pasándose una mano por los ojos, como si también le costase entender dónde estaba.


Su cuerpo se había hecho más firme y musculoso en los últimos cinco años, llevaba el pelo más corto y las líneas alrededor de sus ojos eran más profundas, pero su preciosa boca era la misma. Unos labios gruesos ligeramente inclinados hacia arriba, como si siempre estuviera a punto de esbozar una sonrisa.


Pero no sonreía, al contrario.


–Paula–dijo por fin.


Esa voz reverberó en sus huesos, más profunda, más rica de lo que recordaba… y lo recordaba muy bien. Recordaba los aterciopelados susurros en su oído, su garganta, sobre sus pechos. Cómo murmuraba su nombre mientras entraba en ella.


Pedro se pasó una mano por la cara.


–Cuando German mencionó a Paula… demonios, lo siento. Debería haberme acostado en el sofá, pero German me dijo…


–¡Déjalo! –Pau levantó una mano para hacerlo callar. 


¿Estaba desnudo? Esperaba que no. Una vez, mucho tiempo atrás, habría apartado la sábana para disfrutar de ese cuerpo duro y vigoroso…


Su rostro estaba marcado por el paso del tiempo, pero no era menos atractivo. Una mano grande, morena, agarró la sábana.


–No pasa nada, Pau. Estoy decente.


Eso era discutible, pensó ella, al ver el calzoncillo oscuro que no podía esconder el impresionante bulto.


Paula se dio la vuelta, con la cara ardiendo. Al menos estaba fuera de la cama.


–Cuando estés listo…


Nerviosa, se dirigió a la cocina. Tenían que hablar de forma inevitable y necesitaba un poco de cafeína. ¿Dónde estaba German cuando necesitaba ayuda? La puerta de su dormitorio estaba cerrada. Paula respiró profundamente mientras se servía un café. Los recuerdos se agolpaban en su cerebro y el secreto que había pensado enterrado volvía a la vida…






No hay comentarios.:

Publicar un comentario