sábado, 22 de agosto de 2015

SEDUCIDA: CAPITULO 15




Paula había ido despacio durante una semana, preguntándose qué demonios estaba haciendo y qué estaría planeando Pedro.


Por suerte, no había visto mucho a German. No sería fácil explicar la relación que había tenido con su amigo sin traicionar sus sentimientos; estaba emocionada, en el limbo, viva, confusa.


Antes de abrir la puerta ya podía oír voces masculinas en el interior. La partida de póquer mensual, recordó, suspirando. 


Y el mes anterior había prometido hacerles helado con salsa de chocolate a cambio de que German hiciese las tareas de la casa esa semana.


Y ella pensando meterse en la cama con un buen libro… 


Paula intentó esbozar una sonrisa mientras empujaba la puerta.


–Hola.


Cuatro rostros se volvieron a la vez.


–Hola, Pau.


Un par de ojos oscuros se clavaron en ella y, aunque estaba sonriendo, el pulso se le había acelerado.


«Acostúmbrate, vas a verlo a menudo».


Pero en más de una ocasión había hecho salsa de chocolate con Pedro y… bueno, mejor no pensar en ello.


–Hola, Pedro. ¿Cómo estás?


–Bien. ¿Qué tal el día?


–Muy ocupada –respondió Paula–. German, sobre la salsa de chocolate…


–Si estás pensando echarte atrás, olvídalo. Un trato es un trato –German le hizo un guiño a sus compañeros–. ¿No admiraste lo limpio que dejé el baño? Hasta dijiste que se podría comer en la bañera.


–Muy bien, de acuerdo –dejando la cazadora sobre el respaldo del sofá, Pau se dirigió a la cocina.


Cinco minutos después había reunido todos los ingredientes, pero su cabeza no estaba en la tarea.


–Hacer una pasta con el chocolate y el agua caliente –murmuró–. Añadir mantequilla…


Supo que Pedro estaba en la puerta de la cocina antes de que dijese una palabra por la sensación de cosquilleo en la espina dorsal.


–Entra –murmuró, sin mirarlo.


–German me ha enviado a buscar cervezas –dijo él, abriendo la nevera.


–¿Puedes sacar el helado del congelador? Esto está casi listo.


El rico aroma a chocolate llenaba la cocina.


Pedro sacó un cartón de helado del congelador y lo dejó sobre la mesa.


Paula levantó la cuchara.


–¿Quieres probarlo?


Pedro miró sus labios y Paula sintió el impacto entre las piernas. Demasiado tarde para echarse atrás. Él sopló la cuchara antes de meter el dedo en el chocolate.


–La cocinera primero –murmuró, poniéndole un poco de chocolate en su labio.


Caliente, dulce y delicioso. La textura del chocolate, la presión de su dedo, sus ojos del mismo color oscuro como una promesa…


Pero antes de que pudiera derretirse, Pedro se apartó para probarlo.


–Muy rico.


¿Se refería al chocolate o a ella? Tenía la impresión de que si intentaba hablar no sería capaz de hacerlo.


Le temblaban las piernas y tuvo que apoyarse en la encimera cuando él se inclinó hacia delante. Iba a besarla, pensó, su cuerpo echándose hacia delante como por voluntad propia.


German asomó entonces la cabeza en la cocina.


–Cuando quieras, amigo. Si es posible, antes de medianoche –dijo, burlón.


Pedro no apartó los ojos de Paula mientras tomaba las botellas de cerveza.


–Será mejor que lleve esto a los chicos.


–Por cierto, el viernes por la noche vamos a reunirnos todos en honor a Pedro. ¿Te apetece? –le preguntó German.


–Pues…


–Maria y Sofia estarán allí.


Maria era una amiga, pero también un imán para los hombres.


¿Qué era peor, ver a Maria ligando con Pedro o quedarse en casa y torturarse pensándolo?


–Intentaré ir.


–¿Estás saliendo con alguien? –le preguntó Pedro cuando German desapareció.


Esa pregunta la dejó sin aliento.


–¿Por qué quieres saberlo?


Él se metió las manos en los bolsillos del pantalón.


–Tal vez deberíamos comprobar si lo que hubo entre nosotros sigue vivo. Nada serio, nos despediríamos después… al menos borraría la sensación de tristeza de la despedida. Pero quiero dejar claro algo: yo no comparto.


Sin esperar respuesta salió de la cocina, dejándola boquiabierta.


–Yo tampoco –murmuró Paula.


En cierto modo, la sugerencia tenía sentido. Sería como reescribir el final, pensó, sacudiendo la cabeza, incapaz de creer que estuviera pensándolo, tomando en consideración la inesperada y peligrosa sugerencia de volver a salir juntos.







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