viernes, 21 de agosto de 2015

SEDUCIDA: CAPITULO 12




Cuando se despertó por la mañana se dio cuenta de dos cosas simultáneamente: ya no le dolía la cabeza y Paula seguía a su lado. Podía sentir el calor de sus piernas y sus brazos, uno de ellos sobre su torso.


Pedro dejó escapar un largo suspiro mientras se mantenía muy quieto. Tenían dos camas para elegir y allí estaban, en un sofá en el que apenas cabía una persona.


¿Cuántas veces había fantaseado con despertar pegado a Paula?


Pedro comprobó si estaba dormida. Sí, sus largas pestañas negras reposaban sobre una piel de marfil mientras respiraba suavemente.


De repente, se apretó contra él sin darse cuenta. También Pedro se movió cuando levantó una rodilla, acercándose a terreno peligroso.


Aún había brasas en la chimenea, la habitación seguía caliente. Paula debía haber echado algún tronco más antes de quedarse dormida. Otro pensamiento turbador: ¿durante cuánto tiempo había estado mirándolo mientras él no se daba cuenta?


¿Y si besase esos suaves labios entreabiertos?


Paula empezó a pestañear y, un segundo después, sus ojos grises se encontraron con los suyos, al principio confusos.


Sin poder evitarlo, Pedro alargó una mano para tocarle el pelo.


–Buenos días.


–Hola.


Su voz ronca envió un torrente de calor hacia su entrepierna. 


Y no ayudó nada que se estirase lánguidamente, deslizando esas sinuosas piernas por las suyas. Pero se detuvo abruptamente al darse cuenta de lo que estaba haciendo.


–Vaya… parece que me he quedado dormida.


Sin pensar, Pedro le pasó un brazo por los hombros.


–Parece que sí. Gracias por ser mi ángel de la guarda anoche.


Antes de que ella pudiera responder, Pedro buscó sus labios y, de inmediato, saltaron chispas de deseo; las que recordaba de siempre, pero también algo más profundo.


Oh, sí, seguía ahí, esa atracción magnética que lo había embrujado desde que puso los ojos en ella.


Le acarició el pelo, sintiendo el calor de su aliento, oyéndola suspirar. Todo en él protestó cuando se apartó para mirarlo a los ojos. El brillo de pasión había desaparecido.


–No pasa nada, Pau, solo ha sido un beso.


–Nunca es solo un beso contigo. Tú haces que me olvide de todo –ella no era la única que sentía eso, pero se levantó del sofá, como temiendo estar tan cerca–. Haces que me olvide de todo –repitió, llevándose un dedo a los labios.


–¿Y eso es malo? –preguntó Pedro, sin entender por qué unas palabras que deberían halagarlo sonaban como un rechazo.


–Ahora soy diferente. Los dos lo somos.


–Nunca se sabe, podría funcionar. Estaba funcionando estupendamente hace unos segundos.


Paula lo miró a los ojos, una mirada sincera y abierta que no escondía su deseo. Pero luego, como si hubiera pulsado un interruptor, su expresión cambió por completo y se volvió sombría.


–No lo creo.


–¿Por qué no?


–Trabajo muchas horas. No tengo tiempo para nada más.


Una mentira. Había sentido la misma pasión que él, pero no quería retomar la relación. Necesitaba saber la verdad. 


Necesitaba saber por qué lo rechazaba.


–Voy a hacer el desayuno y luego a vestirme. La limusina vendrá a buscarte a las diez.


–Cancélala. Volveré contigo.


Ella negó con la cabeza.


–Tengo que limpiar la casa. Pensaba volver cuando te hubieras ido, pero de este modo me ahorraré el viaje. No tienes que quedarte.


–No hay mucho que limpiar. Además, podríamos dar un paseo por la propiedad antes de irnos.


–¿Con esos zapatos?


Pedro miró los caros zapatos de piel frente a la chimenea.


–No importa. Venga, vamos a dar un paseo.







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