miércoles, 5 de agosto de 2015

LA TENTACIÓN: CAPITULO 8




—Has seguido mis instrucciones al pie de la letra —comentó cuando ella se quedó delante de él.


Era exquisita. ¿Cómo era posible que no se hubiese dado cuenta antes? La delicadeza de sus rasgos era un descubrimiento, como la elegancia de su cuerpo y la finura de su cuello. Su presencia se imponía en la habitación aunque lo que llevaba era sencillo, discreto y refinado.


—Me dijiste que me deshiciera de mi ropa gris e insulsa…


¿Eso era todo lo que podía decir él?, se preguntó ella con cierta decepción.


—¿Quieres una copa de vino? —preguntó él mientras se sentaba maravillado porque ella había conseguido alterarlo—. ¿Adónde has ido de compras?


Ella también se sentó y le contó por encima lo que había hecho. ¿La había mirado fijamente mientras se acercaba a él o solo había querido cerciorarse de que estaba a la altura? 


Su expresión había sido indescifrable y ella había sentido la necesidad de que le dijera que estaba guapa. Él, naturalmente, estaba tan impresionante como siempre. 


Llevaba un traje gris oscuro que parecía hecho a medida y que resaltaba su físico.


—Tu pelo… —murmuró él—. Está muy bien.


Ella se sonrojó. Ya no se sentía como su secretaria, sino como una chica con la que había salido, aunque sabía que era una idea absurda.


—Me lo he teñido un poco —reconoció ella con timidez—. Espero no haberme excedido.


—Es… —él se había quedado sin palabras—. Es… Te queda muy bien.


—¿No deberíamos repasar las preguntas que pueden hacernos sobre la compra?


Él se dio cuenta de que esa compra no podía importarle menos. Por una vez, los negocios no podían estar más lejos de su cabeza. Esos disparatados pensamientos que se le habían colado de vez en cuando, cuando se la imaginaba sin la coraza de secretaria eficiente, se habían convertido en una imagen abrumadora de ella sin ropa y tumbada en su cama… Pero ¿adónde le llevaba eso? Siempre había tenido a gala que no mezclaba el trabajo con el placer y era una medida para ahorrarse problemas. Sin embargo, esa mujer…


—Sí —murmuró él—. Deberíamos comentar los posibles problemas y atajarlos…


Él vació la copa y se sirvió otra de la botella que había en la mesa. ¿Posibles problemas? ¿A quién le importaban? Los tenía previstos. Quería pensar en otras posibilidades… 


Escuchó a medias lo que decía ella sobre las complicaciones de adquirir una empresa familiar.


—Sobre todo cuando son… ¿Cuántos hijos has dicho? ¿Tres? ¿Todos participan en las tomas de decisiones…?


—Sí, tres hijos —contestó él con un murmullo antes de dar un sorbo de vino.


Tenía que hacer un esfuerzo sobrehumano para no mirarle los pechos. No se parecía en nada a las mujeres con las que había salido y que presumían de que no tenían que usar sujetador.


—Dos chicos y una chica —añadió él al darse cuenta de que ella esperaba que lo aclarara un poco—. También creo que a la chica le da un poco igual. Le gusta ser una hippy con el riñón cubierto. ¿Y tú? ¿Tienes hermanos?


—¿Cómo dices?


—Estamos bebiendo algo y no tenemos que pasar el rato hablando de trabajo —él le llenó la copa apartándole la mano que había levantado para detenerlo—. ¿Tienes familia? ¿Hermanos, sobrinos, primos y tíos que aparecen en días especiales o vacaciones?


Ella notó las palpitaciones del pulso en el cuello. Su madre era hija única y su padre tenía un hermano en Australia al que odiaba. Cuando era pequeña, le habría gustado tener un hermano, pero, con el paso del tiempo, había descartado ese sueño. ¿Qué habría pasado si su hermano hubiese sido como su padre? No, su desdichada familia siempre había ido a la deriva sin nadie al lado para que recogiera los restos si pasaba algo, como había sucedido. Él solo estaba siendo amable y ella no tenía secretos de Estado, pero le costaba empezar a hablarle de su vida privada. Necesitaba mantener los límites entre ellos si también quería mantener a raya la atracción que sentía hacia él. ¿Acaso se había alterado ya como una muchacha en la primera cita con un chico? 


¿Acaso no había querido que él se fijara en ella y no solo como su eficiente secretaria? Estaba en un terreno peligroso donde no podían olvidar cuáles eran sus papeles. Sin embargo, si no contestaba, despertaría su curiosidad y él no pararía hasta que supiera lo que quería saber.


—Yo… yo soy hija única y mi padre murió en un accidente de coche.


—Lo siento —sin embargo, tal y como lo dijo…— ¿Y tu madre?


—Vive en Devon —contestó ella antes de dar dos sorbos de vino y sonreírle.


—¿Ya ha terminado la conversación de cortesía? —preguntó él.


—Acabo de mirar el reloj que tienes detrás y es hora de que nos marchemos.


Paula se levantó y evitó mirarlo mientras se alisaba el vestido. 


Cuando levantó la mirada, se encontró con los ojos de él clavados en los de ella. Se sonrojó y se le secó la boca. El desconcierto la paralizó. ¿Estaba mirándola como ella no quería mirarlo a él?


—Estás… impresionante —murmuró él tomándole el brazo.


—Gracias —dijo ella con la voz ronca.


No sabía qué la ponía más nerviosa, si que estuviera agarrándola del brazo o que le hubiese dicho el halago que había querido oír con todas sus ganas mientras la miraba de una manera que hacía que le vibrara todo el cuerpo. Quizá fuese la mirada que empleaba siempre que veía a una mujer medianamente aceptable.


—Aun así —añadió ella—, sigue sin gustarme que me digas lo que puedo ponerme y lo que no.


—Aun así, serás la sensación de la noche.


—¡Por favor! —ella se rio para intentar desdeñar ese halago.


—¿No me crees?


La limusina había aparecido como por arte de magia y el chófer fue a abrirle la puerta.


—Yo… quizá… No lo sé.


Ella lo dijo en voz baja, ronca y balbuciente. Al revés de como solía hablar. Era una voz que armonizaba con su precioso vestido de Cenicienta. Lo miraba con los ojos muy abiertos y cautivada por las facciones duras de su rostro y su forma de mirarla. Oyó que se le escapaba algo y, espantada, se dio cuenta de que era un gemido casi inaudible, pero que a ella le sonó como las campanadas de una catedral.


Pedro paladeó el momento. Sentía la calidez de su cuerpo, estaban apoyados el uno en el otro como llevados por una corriente invisible. Si se giraba en ese momento, rompería el hechizo… y eso era lo mejor que podía hacer. ¡Era su secretaria! Una secretaria muy buena. ¿Quería estropear eso por empezar algo que no podía terminar? Por algo que acabaría haciéndole daño a ella. Por eso había límites que no se podían traspasar.


La besó. Le pasó la lengua lentamente por la boca y notó la erección cuando ella gimió. ¡Estaban en el asiento trasero de un coche! Sin embargo, no pudo contenerse, le tomó un pecho pequeño y redondeado con la mano y le acarició el pezón con el pulgar.


—No llevas sujetador… —comentó él sin poder creérselo.


El pezón estaba duro y él sintió la necesidad apremiante de decirle al chófer que diera media vuelta para volver al hotel y… tomarla, para arrancarle el vestido, bajarle la ropa interior y tomarla tan deprisa y poderosamente como pudiera.


—El escote de detrás es demasiado bajo…


No quería que él hablara, quería que siguiera besándola. El cuerpo le abrasaba, le hervía la sangre y no podía pensar. 


Notó su mano en el muslo, entre sus piernas, y un ataque de cordura hizo que se irguiera y que se estirara el vestido mientras recuperaba el juicio, aunque todavía sentía el cosquilleo de su contacto en los pezones. ¿Podía saberse qué había hecho?


—¿Qué pasa?


Estaba tan excitado que le costó juntar esas dos palabras. 


No sabía si era por el sabor de lo prohibido o porque ella era una novedad después de tantas Georgias, pero jamás había estado tan excitado.


—¿Qué pasa? ¿Qué crees que pasa, Pedro?


Ella miró de reojo al chófer, pero él parecía indiferente a lo que había pasado en el asiento trasero. Pedro tenía razón. 


Los subordinados sabían que lo prudente era mirar hacia otro lado cuando se trataba de las… travesuras de sus adinerados empleadores.


—No tengo ni idea —farfulló él apoyándose en la puerta y mirándola con calma—. Primero me besas y acto seguido decides hacerte la virgen escandalizada. ¿Qué ha apagado
la pasión?


¿Cómo podía mirarla como si se hubiese equivocado al pasarle una llamada o al transcribir algo? ¿Cómo podía ser tan… frío?


—Eso no debería haber pasado jamás y no habría pasado si no hubiese bebido dos copas de vino.


—Una y media. Si besas a un hombre por haberte bebido una copa y media de vino, ¿qué haces cuando te bebes una botella? No hay nada peor que una mujer que culpa al alcohol de haber hecho algo que quería hacer y luego se arrepiente.


—Bueno —Paula se sonrojó—, no volverá a suceder. Cometí un error y no se repetirá. Además, no quiero que se vuelva a hablar del asunto.


—¿O…?


—O mi situación contigo será insostenible y no quiero que eso ocurra. Me gusta mi trabajo. No quiero que un error diminuto lo estropee.


Pedro se quedó en silencio hasta que ella tuvo que mirarlo aunque solo fuera para comprobar que había oído lo que había dicho. Un error diminuto… Le divirtió su ingenuidad al creer que podía dar carpetazo a lo que había pasado y fingir que no había pasado. Lo había deseado, su cuerpo cálido se había amoldado al de él y había notado su deseo palpitante. 


Si hubiese introducido la mano por debajo de ese vestido, la habría encontrado húmeda y ardiente.


—Supongo que ninguna mujer te lo había dicho antes —siguió ella para romper ese silencio que estaba desquiciándola—. No quiero ofenderte, pero tiene que ser así.


—Tienes razón. Ninguna mujer me lo había dicho antes. No me ofendo y, naturalmente, si decides que lo acertado es negar la evidencia, por mí no hay inconveniente. Fingiremos que no ha pasado.


—Perfecto —replicó ella sintiendo un vacío en el estómago.


—Ya hemos llegado.






2 comentarios:

  1. Me ENCANTOOOOOOO los caps, sobre todo este, ame q Pau lo sorprendiera así!!!!, espero muuy ansiosa x saber q va a pasar!, bsoos @GraciasxTodoPYP

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