lunes, 17 de agosto de 2015

EL ENGAÑO: CAPITULO 25




Nada más llegar, ella se ocupó de aquella familia sin tomarse tiempo apenas de abrazar a Pedro. Después, cuando todos estuvieron acomodados, Paula se acercó a su marido y lo besó en la frente. Las cosas se arreglarían. Toda aquella gente había confiado en él, y ella debía hacer lo mismo.


—¿Dónde vamos a dormir, cariño? —preguntó Pedro.


—Con los niños. Dos hombres me ayudaron a llevar las cunas al cuarto pequeño. La cama es individual, pero tendremos que arreglárnoslas.


—Vamos, todos están durmiendo. Tratemos de dormir nosotros también —dijo él—. Hay que organizar el desayuno mañana por la mañana.


—Creo que habrá suficientes galletas para todos —rió ella subiendo las escaleras.


Paula echó un vistazo en su dormitorio. La cama la ocupaban la madre y sus hijos, y todos estaban durmiendo. 


Pedro y ella se miraron.


—Te quiero —dijo él en voz baja.


—Lo sé —contestó Paula, más convencida que nunca.


—Te haría el amor, pero estoy destrozado. ¿Te conformas si te abrazo?


—Sí, por favor —contestó ella ayudándolo a desnudarse—. ¿Ha sido muy arriesgado?


—Sí, tengo que admitir que lo ha sido. La corriente era tan fuerte que me costaba mantener el coche en la carretera. Eso, cuando la veía. Pero alguien velaba por mí, estaba seguro de que lo conseguiría. Sabía que era imposible que nada ni nadie me arrebatara la felicidad, justo cuando acababa de encontrarla —rió Pedro arrastrando a Paula a la cama—. Me llamaron por el móvil mientras salvaba al anciano. Creí que serías tú, así que metí al pobre hombre en el coche y contesté. ¡Resultó que era Celina!, ¡qué oportuna! Pero ella no sabía dónde estaba, claro.


—¿Y qué quería? —preguntó él conteniendo el aliento, tratando de reaccionar con naturalidad.


—Fijar fechas para reunimos con los clientes. Y si te estás preguntando por qué sigo viéndola, bueno... puedo decírtelo —murmuró Pedro besándola en la nuca y estrechándola con fuerza—. Es mi ayudante. ¿Te molesta?


—¿Debería?


—Túmbate —ordenó él sin dejar de besarla—. Después de lo ocurrido, podrías estar molesta. Cuando supe que íbamos a tener gemelos, me di cuenta de que necesitaba a alguien que conociera el negocio. Diane me dijo que solo había una persona capaz de hacerse cargo de él, sin necesidad de entrenamiento. Así que llamé a Celina y le ofrecí un aumento de sueldo. Me costó mucho convencerla. Tuvimos una discusión muy fuerte después de aquella escena con ella medio desnuda. Le dije cosas muy duras en aquel entonces. Pero hablamos y, al final, ella cedió.


Paula se preguntó en silencio qué más le había ofrecido Pedro, aparte del aumento de sueldo. Pero enseguida desechó las dudas. También se preguntó cómo había logrado él convencerla para que volviera.


—Es una trabajadora brillante, Paula —continuó él—. Me ha conseguido contratos sustanciosos. El negocio va viento en popa. Voy a hacerla mi socia.


Ella cerró los ojos. No se libraría jamás de aquella mujer, sería como un fantasma para siempre. Un espectro, persiguiéndola, negándole la felicidad que había imaginado poseer...


—Debes saber que te amo, Paula —añadió Pedro en voz baja—. Tú lo eres todo para mí. Me enamoré de ti nada más verte, con el uniforme y las coletas, hablando con aquel chico de la bicicleta. Me gusta tu forma de ser, tus bromas, tu optimismo y tus graciosas exageraciones. Adoro cada parte de ti —continuó con la declaración, con voz trémula—. Nunca, jamás te he sido infiel, ni siquiera lo he pensado. No podría. Tú me absorbes por entero, en cuerpo y alma. Todo mi ser está dedicado a ti, única y exclusivamente a ti. Y seguiré sintiéndome así hasta el día de mi muerte.


Cada una de aquellas palabras era cierta. Paula trató de reflexionar más allá de las pruebas circunstanciales que le hacían dudar de él, para concentrarse en su forma de ser exclusivamente. Y, de inmediato, sus dudas se despejaron.


—Lo sé —respondió ella con voz ronca.


—Cuando me casé contigo, supe que sería para siempre —continuó Pedro estrechándola con más fuerza que nunca—. Cuando nos viste a Celina y a mí, con ella medio desnuda en una aparente escena de amor, me quedé paralizado de miedo —rió él—. Me quedé tan boquiabierto, que supongo que estaba cómico.


—Yo creí que estabas atónito ante la belleza de Celina.


—Lo que estaba era incrédulo —la corrigió Pedro—. No podía creerlo, era como una pesadilla. Jamás olvidaré ese momento en toda mi vida. Y tu reacción fue intolerable. Estaba tan enfadado, tenía tanto miedo, que apenas podía pronunciar palabra.


—¿Enfadado conmigo? —preguntó Paula.


—Sí, y con ella. Sé que debimos parecerte culpables, pero yo estaba rígido, paralizado ante la idea de que tú pudieras creer que había sido capaz de engañarte. Ese estúpido juego de Celina había puesto en peligro nuestro matrimonio. Lo único que yo podía hacer era esperar que tú confiaras en mí, que comprendieras que yo jamás arrojaría nuestro amor por la ventana. Pero luego Celina echó más leña al fuego, fingiendo que hacía tiempo que éramos amantes.


—Y no era cierto, ¿verdad?


—No, cariño. ¡Te quiero tanto! —exclamó Pedro con pasión—. Pero después volví a echarlo todo a perder, llamándola por teléfono. Quería que ella te dijera la verdad...


—Y yo te oí, y creí que estabas concertando otra cita con ella —lo interrumpió Paula acariciándole la mejilla—. Pobre Pedro, has debido pasarlo fatal.


—Sí, la habría llamado por teléfono otra vez, inmediatamente después, pero tú te desmayaste y entonces comencé a pensar que estabas embarazada. Traté de localizarla varias veces, pero ella cambió el número de su móvil. Luego, por fin, Diane me consiguió el número nuevo. Celinq necesitaba referencias para otro empleo, y fue entonces cuando volví a contratarla. Pero ella se negó a hablar contigo, estaba demasiado avergonzada. Por eso comprendí que mi única esperanza era que te dieras cuenta de que podías confiar en mí.


—Pero no dijiste nada cuando te amenacé con mencionar tu infidelidad en el proceso de divorcio.


—No podía. Mis sentimientos eran tan fuertes, que era incapaz. Estaba a punto de derrumbarme.


—Oh, pobrecillo. Te quiero. Y te creo —susurró Paula.


—Entonces... ¿vendrás a la boda de Celina?


—¿A su qué?


—Se ha enamorado perdidamente de uno de mis clientes —explicó Pedro riendo a carcajadas—. Y, por fin, se ha decidido a decirte la verdad porque no quiere que guardes malos sentimientos. Me llamó antes. Creyó que me había dejado un mensaje, pero algo ha debido ir mal en la conexión. Es un momento crucial para ella, ¿comprendes? Necesita atar todos los cabos, aclararlo todo antes de marcharse de luna de miel.


—Comprendo —sonrió Paula recordando el mensaje.


—De hecho, está tan ansiosa por verte, que ha venido aquí. Hoy. El médico la recogió en el pueblo, se la llevó a su casa —explicó Pedro besándola en los labios—. No me pareció correcto traerla a esta casa hasta que no hubiera hablado contigo.


—¿Por si le arrancaba la cabellera?


—Es que estuviste terrible —sonrió él moviendo la mano por el cuerpo de Paula, excitándola.



—A dormir.


—Al diablo con dormir.


—¡Pedro! —exclamó ella, encantada.


—Te deseo —murmuró él con pasión—. Te deseo, te necesito, te adoro, siempre estoy sediento de ti. Ámame, Paula.


Los labios de Pedro reclamaron apasionados los de ella, que sucumbió al placer. La barba incipiente del mentón de él raspó su hombro, mientras Pedro la besaba frenético, gimiendo de pasión. Paula creyó que moriría de amor, sintió que caía y caía cada vez de forma más profunda en un torbellino de mágica sensualidad, en el que el centro era el cuerpo de Pedro. Él ocupaba su mente, su corazón y toda su alma.


Él la amaba, pensó Paula extasiada. La amaba. Ella lo besó, mordisqueó y exigió más, mientras abría su corazón. 


Delicadas, eróticas llamas comenzaron a prender por todo su cuerpo. Paula trató de reprimir los gemidos, los gritos. 


Abrazó a Pedro con las piernas, echó la cabeza atrás y alzó los pechos para él, incitando a sus dedos a bajar más y más, seduciéndolo con los ojos y besando su pecho masculino.


El calor del cuerpo de Pedro dentro del de ella estuvo a punto de arrancarle un grito de placer. La firmeza de la boca de su marido sobre la suya era una prueba evidente de lo que aquello significaba para él. Aquel era el comienzo de su nueva vida juntos como familia. Era una promesa de amor y felicidad, de confianza y apoyo, la promesa de una vida entera de amor.


—¡Te quiero! —exclamó él con voz ronca—. Más de lo que nunca puedas imaginar.


—Cariño —susurró Paula con ojos brillantes por las lágrimas de felicidad—, lo sé. Lo sé.


Dentro de ella, el cuerpo sedoso de él comenzó los primeros movimientos rítmicos. Paula cerró los ojos y se entregó por entero al placer. Y a Pedro.


Él la agarró por los hombros con fuerza y ella abrió los ojos para contemplar su expresión en el momento del clímax. Él era hermoso: sus pestañas se entrecerraban en una deliciosa agonía, sus labios se entreabrían susurrando su nombre una y otra vez. De pronto, Paula no fue consciente de nada más, excepto del rapto de su cuerpo y de su mente en una entrega total, en el instante en que se convirtieron en un solo ser.


—¡Cariño, cariño! —gimió él.


—¡Pedro!


Sus cuerpos se fundieron, sudorosos y tensos, al alcanzar la cima y comenzar el cálido descenso.


—Y eso que estabas cansado —musitó ella, somnolienta, instantes después.


—Tú serías capaz de excitar hasta a un muro de ladrillo.


—Soy yo la que gasta las bromas.


—Olvídalo.


Paula sonrió y se acurrucó en brazos de Pedro. Su matrimonio había estado al borde del precipicio, pero había sobrevivido. Por fin podía relajarse y disfrutar con total plenitud de la vida.






No hay comentarios.:

Publicar un comentario