jueves, 23 de julio de 2015

VOTOS DE AMOR: CAPITULO 27





Después de oír la puerta cerrarse tras Paula, Pedro estuvo mucho tiempo mirando el patio sin verlo.


Se había acabado.


Ella ya sabía que se había casado con el hijo de un asesino, por lo que no era de extrañar que se hubiera marchado.


Tenía un nudo en la garganta. Si había infierno, no sería peor que aquello por lo que pasaba él en ese momento. Su único consuelo era saber que había hecho todo lo posible para proteger a Paula.


Hablarle de su padre había hecho que se sintiera sucio.


Soltó un juramento, se desnudó y se metió en la ducha.


El agua le limpió el cuerpo, pero nada podía eliminar la oscuridad de su alma. Los recuerdos de Paula lo asaltaron: la sonrisa, el cabello dorado extendido sobre la almohada, los labios abriéndose bajo los suyos…


Ella se había ido, y su vida carecía de sentido. Echó la cabeza hacia atrás para que le cayera el agua en la cara y, así, decirse que no eran lágrimas lo que le resbalaban por las mejillas.


No se dio cuenta de que no estaba solo hasta que una mano lo tocó en le hombro.


–¡Santa Madre! ¡Casi me muero del susto!


Agarró la toalla que Paula le tendía, se secó y se la enrolló en la cintura. Era una toalla de manos, por lo que apenas le cubría los muslos.


–¿Por qué sigues aquí?


Si ella no se iba, temía no dejarla marchar nunca.


–Si no quieres conducir mi coche, te pediré un taxi.


–No me voy –dijo ella con calma–. He salido al patio y he mirado la torre. No estoy segura de que pudieras ver con claridad lo que sucedió en el balcón hace tanto tiempo. Presenciaste un hecho traumático a los diecisiete años –prosiguió ella con voz suave–. Creo que te sentías culpable por haberte enamorado de tu madrastra. La oíste discutir con tu padre y tal vez pensaste que Franco tenía derecho a estar enfadado con su esposa. Cuando la viste caer creíste que tu padre la había empujado, pero, en realidad, no sabes si lo hizo.


–En mis pesadillas siempre veía lo mismo– apuntó él.


Cerró los ojos durante unos segundos.


–A veces te veo a ti caer de la torre. Me despierto aterrorizado, porque no soportaría que te pasara algo tan terrible como a Lorena.


Paula vio el dolor en sus ojos. ¿Cómo había creído que era un hombre frío y sin emociones?


–Te quedaste traumatizado por lo que viste ese día. Pero, incluso aunque hubieras visto a tu padre empujar a Lorena, eso no implica que hayas heredado sus tendencias asesinas. Tú no eres Franco; tú eres tú, y, por lo que sé de tu padre, eres muy distinto. Cada uno es dueño de su destino. Debieras estar tan orgulloso de quién eres y de lo que has logrado en AE como yo lo estoy de ti.


–¿Así que ahora eres psicóloga?


–No, soy tu esposa y te quiero con toda mi alma. He encontrado esto en tu escritorio.


Era la nueva petición de divorcio que su abogado le había enviado. Ella la rompió en pedazos.


–Seguiré siendo tu esposa hasta que la muerte nos separe.


Él no dijo nada durante unos segundos, pero, luego, la estrechó en sus brazos.


–Maldita sea, Paula. No puedo pelearme contigo cuando no juegas limpio.


–¿Por qué quieres pelearte conmigo?


–Porque me da miedo quererte. Porque me da miedo perderte.


–No me perderás –dijo ella con convicción–. Te querré siempre.


Le agarró el mentón con ambas manos y buscó su boca para besarlo con todo su amor, con el alma y el corazón


–Ti amo, Paula. Juro que nunca te haré daño.


–Entonces, debes prometerme que siempre me querrás.


–Voy a demostrártelo.


La tomó en brazos y la llevó al dormitorio, donde le hizo el amor con una pasión tan tierna que ella rompió a llorar.


–No llores o me pondré yo también a llorar.


Ella vio en ellos el brillo de las lágrimas, la vulnerabilidad que ya no trataba de ocultarle, y sintió que el corazón le rebosaba de amor.


–Habrá veces en que nos riamos y otras en que lloremos, porque la vida es así. Pero lo haremos juntos. Y siempre nos querremos –afirmó ella.


Él sonrió.


–Siempre, amor mío.










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