martes, 21 de julio de 2015

VOTOS DE AMOR: CAPITULO 20




La casa está cerrada. Solo hay un portero y un jardinero, ya que voy allí muy raramente. No sé por qué quieres ir a Casa Celeste.


–Ya te he dicho que quiero ir a la tumba de Arianna –respondió Paula sosteniendo la mirada de Pedro, sin dejarse intimidar por su expresión de impaciencia–. No necesito sirvientes. Puedo hacerme la cama y cocinar yo sola.


Él frunció el ceño. Estaban desayunando plácidamente el sábado por la mañana cuando ella había expresado su deseo de ir al lago Albano.


–No veo por qué…


–Tu falta de comprensión dice mucho. Es evidente que te has olvidado de nuestra hija, pero yo no, ni quiero hacerlo. Me gustaría pasar un rato en la capilla en la que está enterrada.


La noche anterior, al volver de la fiesta, ella había intentado que le hablara del pasado, sobre todo del accidente de su padre y su madrastra. Él se había negado y la había distraído abrazándola y susurrándole lo que le haría cuando la desnudara.


Resistirse sería inútil, le había dicho.


Pero ella no tenía intención alguna de hacerlo, y en cuanto empezó a besarla se olvidó de que quería hablar con él.


Al hacer el amor la noche anterior se había sentido más cerca de Pedro que nunca y, al despertarse esa mañana en sus brazos, era optimista sobre la posibilidad de un futuro compartido. Pero su deseo de ir a Casa Celeste había creado tensión entre ambos.


–No es buena idea hurgar en el pasado –apuntó él con dureza.


–Así es como tú te enfrentas a las cosas, ¿verdad? Finges que no han sucedido y te niegas a hablar de ellas. ¿Vas a seguir huyendo eternamente? Yo he aceptado lo que sucedió, pero nuestra hija siempre tendrá un lugar especial en mi corazón. Iré a Casa Celeste contigo o sin ti.


Pedro apretó los dientes. No sabía cómo manejar a aquella Paula tan segura de sí misma que no temía discutir con él.


–Ahora no puedo dejar de ir al despacho. No quiero que vayas sola porque el acosador sigue suponiendo una amenaza. Podría haber descubierto que estás en Roma.


–La policía inglesa lo ha detenido y está recibiendo atención psiquiátrica. Me llamaron ayer para decírmelo, e iba a contártelo cuando volvieras de trabajar, pero… –se sonrojó al recordar la escena de la ducha–… nos distrajimos.


–Por así decirlo –murmuró él mientras se ponía en pie, la levantaba del taburete y la abrazaba de modo que sus pelvis se tocaran–. ¿Por qué no volvemos a la cama y nos distraemos un poco más?


Comenzó a besarla en la clavícula y a desabotonarle la blusa. Paula pensó que debiera haberse puesto el sujetador al tiempo que gemía cuando le acarició con los pulgares los pezones, que instantáneamente se le endurecieron.


Durante la semana, cuando él se iba corriendo a trabajar, ella había deseado que se quedara en la cama y le hiciera el amor, pero en aquel momento resistió la tentación que suponían sus manos y su boca.


Eran una táctica de distracción, pero ella se negó a echarse atrás en su resolución de ir a Casa Celeste.


Era verdad que quería visitar la tumba de su hija, pero en aquella casa había secretos que necesitaba desvelar para comprender a su enigmático esposo.


–Ya sé a qué juegas, Pedro.


Se escurrió de entre sus brazos y se abotonó la blusa.


–Pero no te va a servir de nada. O vienes conmigo a Casa Celeste o me voy sola antes de tomar el próximo vuelo para Inglaterra.


Él la miró enfadado.


–Me estás chantajeando.


La obstinación de Paula lo había puesto furioso.


–Estoy tentado de tumbarte en mis rodillas y darte unos azotes. Pero si lo hiciera, te garantizo que no saldríamos del dormitorio en una semana.






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