domingo, 19 de julio de 2015

VOTOS DE AMOR: CAPITULO 15






La trattoria Guiseppe!

Paula sonrió al reconocer la encantadora trattoria situada en una esquina de una placita poco frecuentada por los turistas. Era el sitio preferido tanto de Pedro como de ella para tomar comida romana tradicional.



–Me trajiste aquí la primera vez que estuve en Roma.


–La porchetta con hierbas, aceitunas y mozzarella sigue siendo, en mi opinión, la mejor de Roma –afirmó él mientras entraban.


El propio Guiseppe salió a recibirlos. Dio dos besos a Paula al tiempo que le hablaba en un italiano salpicado ocasionalmente de palabras inglesas.


–Me alegro de volver a verlo –dijo ella en italiano cuando Guiseppe se detuvo a tomar aliento.


El chef volvió a la cocina al cabo de unos minutos y un camarero joven y apuesto les tomó la comanda mientras flirteaba descaradamente con Paula. Cuando vio el brillo amenazador de los ojos de Pedro se retiró apresuradamente.


–Me ha impresionado la fluidez con que hablas italiano –dijo él en tono seco.


Ella se encogió de hombros.


–Me daba pena interrumpir las clases a las que empecé a acudir cuando estábamos juntos.


Al casarse con él, Paula quiso aprender su lengua, ya que sabía que él deseaba que su hijo hablara italiano. Pero no había habido hijo alguno.


El camarero volvió con el primer plato y miró fijamente a Paula hasta que Pedro lo increpó.


Ella miró a su esposo con cara de pocos amigos.


–¿Por qué has sido grosero con el camarero? Solo intentaba ser amable.


–Pues si intenta serlo un poco más, te hace el amor sobre la mesa –afirmó él tratando de controlar la vena posesiva que se había despertado en él. A punto había estado de dar un puñetazo al camarero.–Nos servirán más deprisa si dejas de flirtear con el personal –gruñó.


–No estaba flirteando con el camarero, no seas ridículo.
Pedro dio un sorbo de la copa de vino.


–No es de extrañar que los hombres se fijen en ti. Eres muy guapa. Pero no solo te miran por tu apariencia. Hace tres años, cuando nos conocimos, también eras hermosa, pero terriblemente tímida. Te ruborizabas cada vez que te dirigía la palabra. Ahora tienes un aire de seguridad en ti misma que a la mayoría de los hombres les resulta innegablemente atractiva.


¿Se incluía él?, se preguntó Paula.


–He ganado seguridad. Me vi obligada a hacerlo cuando el grupo se hizo famoso y tuve que cantar frente a grandes audiencias.


Recordó que la primera vez que él la había llevado a aquel restaurante estaba tan nerviosa que volcó su copa de vino.


–Cuando te conocí, no era nadie, una secretaria que soñaba con ser cantante. Cuando me quedé embarazada, mis esperanzas y planes de futuro se centraron en ser madre, y nada más me parecía importante. Pero, después de perder a Arianna, me sentí… irrelevante. No era madre y, por el abismo que se había abierto entre nosotros, me pareció que no estaba a la altura de tus expectativas como esposa.
Negó con la cabeza al ver que él iba a interrumpirla.
–Nuestro matrimonio no funcionaba. Yo quería hablar de Arianna, pero tú te encerraste en ti mismo, y yo no sabía lo que pensabas o sentías.


–Así que recurriste a tus amigos, a los que conocías desde niña.


–Vertí mis sentimientos en las canciones que componía. Tocar el piano y componer me proporcionaban cierto consuelo. Al mudarme del pueblo a Londres con el resto del grupo, tocábamos en pubs, pero dejé de actuar después de casarnos. No creí que tuviéramos éxito cuando comenzamos a tocar de nuevo; era un modo de olvidarme del aborto. Pero a las Stone Ladies nos descubrió un productor musical y todo se precipitó.


Se inclinó hacia delante para mirarlo a los ojos.


–Cuando nos ofrecieron grabar un disco, todos los miembros del grupo vimos la oportunidad de desarrollar una carrera musical con la que habíamos soñado desde la adolescencia. Y el sueño se estaba haciendo realidad. Tenía la oportunidad de ser alguien por mí misma y de ganar tanto dinero como nunca hubiera imaginado.


Pedro frunció el ceño.


–Estabas casada con un multimillonario; no necesitabas ganar dinero.


–Claro que sí –respondió ella con fiereza–. Era importante para mí abrirme camino en el mundo, evitar que tus amigos y familiares creyeran que tenía el futuro asegurado por haberme casado contigo y no sentirme avergonzada como cuando los niños me llamaban «parásita» en la escuela. Ser cantante profesional me enorgullecía. Quería que mi padre se sintiera orgulloso de mí, aunque no estoy segura de haberlo conseguido. También esperaba que te interesaras más por mí si triunfaba en la música. Las mujeres a las que conocíamos en los acontecimientos sociales, las esposas de tus amigos, eran sofisticadas, por lo que me parecía que no podía competir con ellas.


–Yo no quería que lo hicieras. Me hacías feliz siendo como eras.


–Si eso es cierto, ¿por qué te volviste tan frío? La verdad es que no estabas orgulloso de mí, y ni la ropa de diseño ni las joyas caras me convertirían en marquesa.


Paula lo miró sintiéndose frustrada por no poder hacer que la comprendiera.


–Una vez me dijiste que tu mayor logro había sido que te nombraran consejero delegado de AE y el éxito que habías tenido al convertirla en una de las empresas más rentables de Italia. Formar parte de un grupo musical con éxito es el mío. Pero mi carrera fue una de las cosas que nos separó.


Él apretó los dientes.


–No nos separamos. Tú me abandonaste.


Paula apartó la vista de su rostro y miró el plato. De repente, había perdido el apetito. A Pedro le debía de haber pasado lo mismo, ya que llamó al camarero para pedirle la cuenta.


Volvieron caminando en silencio, cada uno sumergido en sus pensamientos.


Él pensaba en lo que había dicho Paula sobre su carrera musical y cómo le había aumentado la autoestima. Era cierto que él se sentía orgulloso de su puesto en AE y de lo que había conseguido para la empresa.


Lo acosaban el trauma de haber contemplado el accidente mortal de su madrastra y la sospecha de que su padre podía haber sido responsable de la tragedia.


Desde ese día terrible, había evitado las relaciones que implicaran un compromiso emocional por su parte y había concentrado toda su pasión y energía en la empresa.


Pero su tío amenazaba con nombrar presidente a su primo Mario, con lo que todo su trabajo de los diez últimos años se perdería. La empresa no duraría cinco minutos en manos de Mario.


Cuando había pedido a Paula que le diera una segunda oportunidad, su único objetivo era convencer a su tío de que lo nombrara presidente. Pero tuvo que reconocer que sus prioridades habían cambiado.


Paula contempló la luna llena. Era la primera vez desde hacía meses que caminaba por una calle sin mirar hacia atrás para comprobar que no la siguiera el acosador. La policía seguía sin haber detenido a David, pero se sentía tranquila en Roma, con Pedro.


Aunque dejó de hacerlo cuando él le pasó el brazo por la cintura al pasar al lado de un grupo de chicos jóvenes. El contacto despertó en ella recuerdos de tiempos más felices.



Cuando habían estado en Roma, poco después de casarse, Pedro la había llevado a la trattoria y, de vuelta a casa, la había besado en cada esquina. Una vez en su piso, el deseo mutuo había sido tan intenso que solo llegaron al sofá más cercano a la entrada.


Sintió calor en las mejillas al recordarlo a él desnudándola y empujándola contra los cojines mientras le ponía la mano entre los muslos. Ya estaba húmeda y dispuesta para él. 


Siempre lo había estado, pensó compungida.


–¿Nos tomamos la última copa? –preguntó él al entrar en el ático.


–No, gracias, me voy a acostar. Espero que mañana la policía nos anuncie que ha detenido a David. Así podré volver a casa y, cuando consigamos el divorcio, nos libraremos el uno del otro.


Él la miró con los ojos entrecerrados.


–¿Es eso lo que de verdad quieres?


–Sí –afirmó ella con voz ahogada por la emoción.


La cena le había recordado todo lo que había perdido, todo lo que hubiera podido ser.


–Reconozco que he sopesado la posibilidad de volver a estar juntos, pero la conversación de esta noche me ha demostrado que es mucho lo que nos separa.


No pudo continuar, y se dio la vuelta para que él no viera las lágrimas que trataba de contener.


–Es lo que tú dices –añadió–. No tiene sentido remover el pasado. Tenemos que seguir adelante, cada uno por su lado.











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