Pedro, solo en la cocina, miró la magdalena que había partido por la mitad. Estaba igual que su matrimonio. Cuando volvió a juntar las dos partes faltaban trocitos y no quedaba perfecta.
Pero la perfección era una ilusión. La vida había que vivirla como era, con todos sus defectos y sus riesgos.
Paula tenía razón. Aquel matrimonio perfecto se había terminado. Y era hora de dejar de intentar arreglarlo. Lo que tenía que hacer era intentar reconstruirlo desde la base.
* * *
Nada de Daniela.
¿Qué había esperado?
Paula abrió un e-mail de Clara. Habían estado intercambiando mensajes durante toda la semana porque Clara estaba retrasando el momento de enfrentarse con sus demonios y Paula le había aplicado el equivalente cibernético de una patada en el trasero. Esperaba que fueran buenas noticias.
Pero se equivocó.
Era un e-mail que Clara le había enviado a Simone y a ella:
No puedo decir que me haga feliz que mis trapos sucios pronto sean de conocimiento público…
¿Qué?
Paula soltó una palabrota que no había dicho en años. El diario perdido había sido encontrado por un periodista de Sidney que no había tenido el menor problema para identificarlas a las tres y había llamado a Simone exigiendo una entrevista.
Paula se sentó para contestar:
Simone, acabo de leer tu e-mail y entiendo lo difícil que esto es para ti. Estoy con Clara, dile al señor Tanner de mi parte que Paula Chaves cree que es un gusano… claro que le dará igual. Pedro lo sabe todo sobre mi vida, así que puede publicar lo que le dé la gana y, por mi parte, que se vaya a tomar viento. Pero supongo que no será tan fácil para ti…
Después de animar a su amiga, devolvió una llamada urgente de su representante. Le debía un favor por dejar la fiesta para llevar su bolso a casa de Pedro.
—¡Cariño! —exclamó Jace—. Cualquier cosa por mi cliente favorita. He tenido un par de llamadas del estudio, pero todos se han creído lo de la crisis familiar. Uno de los beneficios de ser una buena chica. Pero tú sabes cómo son los de la prensa, ya puedes ir inventando algo creíble…
—Tengo algo creíble. Que a ti te guste es otra cosa.
—Bueno, eso depende.
—Mira, tengo que colgar. Te llamaré más tarde.
—¿Por qué no comemos juntos en el Ivy para celebrar tu premio? Y lleva a tu marido, para que nos invite.
Paula soltó una carcajada.
—Te llamo después, Jace.
Seguía sonriendo cuando volvió al salón. Pedro, de espaldas y con el pelo mojado, estaba mirando por la ventana.
—¿Sigues aquí? ¿No tienes que dirigir una corporación?
—Sólo he podido conseguir un hilo de agua. Tienes que arreglar esa ducha.
—Sí, es uno de los problemas que tengo que solucionar.
—Da igual. No creo que mi empresa se colapse por un día. Pero supongo que querrás buscar las llaves de tu coche.
—¿Qué? —Paula se acercó a la ventana. En la acera, al lado del descapotable, estaba Daniela.
—Hoy lleva el pelo violeta. Ah, mira, ya empieza el espectáculo —Pedro sonrió cuando Daniela levantó la cabeza y, al darse cuenta de que estaban mirándola, sacudió el tirador de la puerta.
Paula ya estaba corriendo escaleras abajo cuando la alarma empezó a sonar. Y en el portal cuando Pedro llegó a su lado.
—¡No! Vete, por favor. Quiero hacerlo sola… —le pidió.
—Se te han olvidado las llaves del coche —la interrumpió él, poniéndolas en su mano y cerrándola para que no las perdiera.
—Ah.
—Ha vuelto, Paula. Quiere verte. Quiere hablar contigo.
—Sí…
—¿Necesitas que me quede?
—Yo… —a pesar de que le había dicho que se fuera, de repente tenía miedo.
Pedro se inclinó para rozar sus labios. Apenas fue un beso y, sin embargo, para Paula fue como una corriente eléctrica. Y, por un momento, lo único que quería era echarle los brazos al cuello y perderse en él hasta que el mundo desapareciera.
—Todo irá bien.
—Si, lo sé…
—Llámame si necesitas algo. Si necesitas alguien con quien hablar…
—Pedro, sobre lo de anoche… —cuando abrió el portal, sus palabras quedaron ahogadas por el estruendo de la alarma—. Gracias.
Él salió a la calle sin decir nada más.
«Adiós», pensó Paula.
Luego, respirando profundamente, se acercó al coche, en el que Daniela estaba apoyada con actitud agresiva.
El ruido de la alarma era ensordecedor y Paula abrió la puerta para desconectarla.
—Bonito coche —dijo su hermana—. ¿Me dejas conducirlo?
—¿Tienes permiso de conducir?
—Bah, déjalo —Daniela metió las manos en los bolsillos de la cazadora y se dio la vuelta.
Paula, que iba a seguirla, recordó las palabras de Pedro.
«Es un juego. Quiere que la persigas».
—Voy a hacer el desayuno —dijo, armándose de valor para volver al portal—. Un sándwich de beicon.
Los sándwiches de beicon habían sido la comida de sus sueños cuando eran pequeñas. Pan blanco, capas y capas de beicon, tomate… su madre y ella solían ir a un café donde los vendían y Paula pedía dinero a la gente que salía de allí con los sándwiches en una bolsa. Un día, uno de los empleados llamó a los Servicios Sociales y sólo su instinto de supervivencia había evitado que se la llevaran.
Pero aun ahora, cuando olía a beicon, se le hacía un nudo en el estómago.
Después de un silencio que le pareció eterno, Daniela pasó a su lado sin decir una palabra y estaba en medio del salón, mirando alrededor, cuando Paula llegó arriba con las piernas temblorosas.
—Está hecho un asco.
—Voy a redecorarlo. Estará mejor cuando lleguen las cortinas y la nueva moqueta.
—La moqueta ya no se lleva.
—Sólo voy a ponerla en mi habitación. Aquí voy a poner suelos de madera — suspiró Paula—. Estaba pensando ir a comprar un sofá esta tarde. ¿Quieres acompañarme? Me vendría bien un poco de ayuda.
Daniela se encogió de hombros.
—Como que a mí me importa qué sofá compres. Dijiste que me ayudarías a encontrar a mi padre.
—Podemos hacer las dos cosas, si eso es lo que quieres de verdad.
—Tú conociste a tu padre. Yo nunca… yo no tuve a nadie.
—Mama te quería mucho, Daniela.
—No es verdad.
Paula se tragó lo que iba a decir. Culpar a su padre por todo no ayudaría en absoluto. Todos la habían abandonado, de una manera o de otra.
—¿Y la gente que te adoptó? ¿Ellos tampoco te querían?
—¡Me mintieron! Esperé y esperé porque me dijeron que irías a buscarme, pero no fuiste. ¡Yo quería que fueras a buscarme,Paula, y no fuiste!
Paula.
Daniela, sólo Daniela, incapaz de pronunciar su nombre, Belinda, la llamaba así.
—¿Dónde fuiste tú?
—A ningún sitio. A una casa de acogida… a ningún sitio —Paula sacudió la cabeza. No tenía sentido decirle que su familia adoptiva sólo la quiso a ella. Que todo el mundo dijo que sería más fácil para Daniela adaptarse sin los recuerdos de su familia. Ella sabía que estaban equivocados, pero nadie la escuchó.
Y sabía lo que sentía su hermana porque ella misma lo había sentido entonces.
—¿Qué fue de ti, Daniela? ¿Por qué vives así?
—¿Así cómo? —le espetó ella—. ¿No ibas a hacer el desayuno?
—Sí, claro. Si quieres venir conmigo a la cocina…
Si había pensado que aquélla iba a ser una reunión emotiva, estaba completamente equivocada.
«Simone, Clara, espero que a vosotras os vaya mejor».
Sacó un paquete de beicon de la nevera y se volvió justo cuando Daniela estaba guardándose algo en el bolsillo.
¿Qué? En la encimera sólo había un par de tazas, el vaso vacío de café…
La magdalena.
Paula se mordió los labios para no llorar. Ella, que no lloraba nunca.
—¿Quieres quitarte la cazadora?
La respuesta de su hermana fue envolverse en ella, de modo que no insistió.
—Encontraré a tu padre, Daniela.
Sólo esperaba que la realidad no fuera demasiado horrible.
—¿Puedo usar el baño?
—Sí, claro. Usa el de mi dormitorio —contestó Paula—. La primera puerta a la izquierda.
Excelente elección de nove!
ResponderBorrar@jesica_tkd
Muy buena esta novela! que rara que es Daniela! que le habrá asado para que esté así!?
ResponderBorrarNo la había leído esta novela y me devoré todos los caps en un rato. Excelente historia como todas las que elegís Carme.
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