miércoles, 1 de julio de 2015

MI ERROR: CAPITULO 11




Pedro estaba viendo las noticias. Sabía que, después de la información política y social, mostrarían a los famosos llegando a la entrega de premios. Y cuando vio a Paula tomar la mano de Jace Sutton para salir del coche se quedó sin respiración.


¿Había esperado que pareciese un poco perdida sin él? ¿Que lo echase de menos? Al contrario, parecía muy segura de sí misma. Y cuando se volvió hacia la cámara para tirar un beso, fue él quien se sintió perdido.


Pedro apagó el televisor cuando sonó un golpecito en la puerta de la biblioteca.


—¿Sí?


Era su ama de llaves.


—Siento molestarlo, señor Alfonso, pero hay un policía en la puerta buscando a la señora Alfonso.



***


La entrega de premios era interminable, pero al menos nadie había comentado nada sobre la ausencia de Pedro. En el egocéntrico mundo de la televisión, Jace Sutton, lleno de cotilleos y secretos sobre la industria, resultaba mucho más entretenido.


La cena, los discursos, los premios, todo era como una nebulosa para Paula. Cuando el hombre que le había dado su primera oportunidad por fin leyó la lista de nominados en su categoría, personalidad televisiva del año, y luego abrió el sobre y sonrió al leer el nombre, Paula tardó un momento en darse cuenta de que había dicho Paula Chaves.


Era ella.


Y tendría que subir al escenario para darle las gracias a todo aquél que la hubiese ayudado a tener éxito. No sabía cómo, pero consiguió llegar y se volvió hacia la audiencia, mirando el trofeo y controlando las lágrimas.


—Este premio lleva mi nombre, pero en realidad no es mío. Es de todos los que hacen de El desayuno con Paula la clase de programa que la gente quiere ver cada día. Susan, que hace maravillas con el maquillaje. No, en serio, llevo maquillaje —el público soltó una carcajada—. Es injusto elegir unos nombres y olvidar otros, pero fíjense en ellos mañana cuando aparezcan los títulos de crédito. Todos esos nombres deberían estar grabados en este premio porque es tan suyo como mío. Y de sus parejas, a las que despiertan a las cuatro de la mañana para llegar a tiempo al estudio…


—¡Qué suerte tiene Pedro Alfonso! —gritó alguien del público.


Pedro, de pie en la entrada de la sala, la vio sonreír.


—Afortunada Paula Chaves—dijo ella entonces.


Por un momento pensó que lo había visto, pero enseguida se dio cuenta de que Paula no veía a nadie. Y seguramente no estaba hablando de corazón, sino haciendo un discurso preparado.


—Oh, Paula… ¿Qué te he hecho? —murmuró.


—Algunos de vosotros sabéis que ésta será mi última semana en el programa —entre el público hubo un murmullo de sorpresa—. Es hora de seguir adelante con mi vida, pero quiero daros las gracias a todos por apoyarme durante estos años. Por favor, sed buenos con la persona que ocupe mi puesto.


Paula, incapaz de decir una palabra más, sencillamente levantó el premio para agradecer los aplausos. Delante de ella había un mar de caras, pero sólo una habría hecho aquel momento memorable.


Y como si esa necesidad, tan poderosa, lo hubiera conjurado, vio a Pedro cerca de la puerta. La única persona en la sala que no estaba sonriendo. Ni aplaudiendo.


Paula bajó los escalones del escenario y, sin hacer caso de las manos que se tendían hacia ella, fue directamente hacia su marido. No era una ilusión, no era producto de su imaginación, estaba allí, real, sólido. Pero tenía el pelo y el cuello del abrigo mojados por la lluvia… y entonces se dio cuenta de que no había ido allí para ser testigo de su gran momento. Había ido por otra razón.


—¿Qué pasa, Pedro?


—No, aquí no —contestó él, tomando su mano.


A Paula se le encogió el estómago. Fuera lo que fuera no podía ser bueno. Pedro la llevó hasta el vestíbulo, pasando delante de los fotógrafos, a los que pillaron con las lentes tapadas. El portero estaba esperando al lado del coche para abrirles la puerta.


—¿Qué pasa? —volvió a preguntar Paula una vez dentro.


—La policía ha ido a buscarte a casa.


—¿Qué?


—Bueno, en realidad están buscando a Paula Porter. Han ido a tu piso y un vecino les dijo quién eras y que seguramente estarías en casa conmigo.


—Lo siento…


—No, soy yo quien lamenta haberte estropeado la noche.


Estaba mirándola como si supiera, pensó Paula. Entonces se dio cuenta de que no estaba disculpándose por no haber ido con ella al evento, sino por sacarla de allí.


—¿Han robado en mi apartamento?


—No.


—¿Entonces? Nadie sabe que vivo allí.


Sólo Simone y Clara. Pensó entonces en el diario perdido de Simone. Pero no había anotado la dirección de su apartamento en ese diario…


Daniela.


Paula se puso pálida.


—¿Qué ha pasado?


—No me han dado detalles. Sólo me han dicho que una persona a la que habían ingresado en Urgencias esta tarde llevaba una carta con tu nombre y tu dirección.


—¿En el hospital? Pero ella… —Paula movió los labios, pero ningún sonido salió de su garganta—. ¿Está inconsciente?


—Aparentemente se desmayó en plena calle. No me han dicho nada más.


Paula se aclaró la garganta.


—Siento que hayan ido a tu casa. Yo no quería que…


—Me molestasen —Pedro terminó la frase por ella.


—Lo siento, de verdad.


—Yo también, Paula, yo también.


No había dicho si esa persona era un hombre o una mujer, pero ella lo había sabido inmediatamente. De modo que era cierto, tenía una hija.


Esperó que se lo contara, que confiase en él, pero cuando llegaron al hospital se dio cuenta de que estaba demasiado asustada.


—Nosotros cuidaremos de ella, Paula, no te preocupes.


Por un momento le pareció ver algo en sus ojos, algo que le dio esperanzas, pero enseguida apartó la mirada.


—No hay un «nosotros», Pedro. Pero gracias por ir a buscarme —murmuró Paula, abriendo la puerta del coche—. Yo me encargo de todo a partir de ahora.


—Puede que no quieras vivir conmigo, pero sigo siendo tu marido —Pedro hacía lo imposible por disimular la angustia que le producía que lo dejase fuera—. Sigo siendo tu amigo.


—Tú y yo nunca hemos sido amigos.


Y, después de decir eso, Paula bajó del coche y corrió hacia la entrada de Urgencias, levantando la cola del vestido.


Pedro se quedó inmóvil, clavado al asiento. Sabiendo que debería ir con ella, que iba a necesitarlo dijera lo que dijera.


«Nunca hemos sido amigos».


¿Era ésa la verdad?


Pedro había deseado su cuerpo. Había querido el calor que llevaba a su vida pero, aparte de esa sensación de seguridad que ya no necesitaba, ¿qué le había dado él a cambio?


«Nunca hemos sido amigos».


Esas palabras se repetían en su mente una y otra vez y, como el ácido, se comían las capas de piel dura que habían ido creciendo con los años para protegerlo de todo. Sabía que Paula no sólo había querido seguridad económica. 


Había algo más, una profunda dimensión psicológica, una necesidad que trascendía la comodidad física; era una seguridad que había buscado en él y él no había sabido darle. Porque, a pesar de todo su dinero, en cuestiones emocionales era un cero a la izquierda.


¿Cómo se llenaba un pozo seco?


¿Dónde buscaba uno lo que no se podía comprar?


El dilema de mil cuentos de hadas. ¿Qué podía dar él a cambio del corazón de Paula Chaves?


En ese momento sonó su móvil ofreciéndole si no una respuesta, sí al menos una segunda oportunidad.



* * *


Paula no prestaba atención a las miradas curiosas de la gente mientras la enfermera la llevaba a una de las salas de Urgencias. En la camilla había una chica delgadísima y muy pálida, con unos vaqueros viejos y unas zapatillas negras llenas de barro.


—¿Daniela? —murmuró, intentando disimular el horror que le producía verla en ese estado.


La chica no respondió cuando apretó su mano, negándose a mirarla. Tenía diecinueve años, casi veinte, pero parecía mucho más joven, tan delgada, tan patética…


Había imaginado a Daniela durante todos esos años como una versión adulta de la niña a la que recordaba: rubia, sonriente, feliz. Una jovencita con una familia, alguien querido, no aquella triste criatura…


—¿Está herida? —le preguntó a la enfermera.


—El médico no ha encontrado nada, ni heridas ni magulladuras de ningún tipo.


—¿Es anoréxica?


—Está embarazada, señorita Chaves.


—¡Embarazada!


—Se ha desmayado. Ocurre a veces, aunque seguramente no habría pasado si comiera regularmente y llevase un tratamiento médico adecuado. Pero pensé que la conocía…


—Sí, la conozco.


Al menos, creía conocerla. Pero no había ninguna conexión, ni el lazo emocional que había anticipado al ver a Daniela. Pero, ¿por qué iba a haberlo?


—Hacía tiempo que no la veía —añadió—. ¿Van a dejarla ingresada?


—Esto es un hospital, no un hotel.


Paula miró a la mujer, sorprendida por el tono.


—Pero tiene que comer algo…


—Esto no es un restaurante.


—No, claro. Lo siento, sé que estará usted muy ocupada. No se preocupe, llamaré a un coche para que venga a buscarnos —Paula miró a Daniela, pero no había ninguna reacción, ni alegría, ni rechazo, nada.


—Parece que es tu día de suerte, chica —dijo la curtida enfermera—. Te guste o no, necesito esta camilla para alguien que esté enfermo de verdad.


Daniela saltó de la camilla, tomó su cazadora y se dirigió a la puerta sin decir una palabra.


La enfermera levantó una ceja y Paula se encogió de hombros. Luego, percatándose de que estaba a punto de perder a su hermana otra vez, corrió tras ella.


—Espera… ¡Daniela, espera, por favor!


—Yo no les pedí que te llamasen —contestó su hermana.


—Lo sé, lo sé. Pero estoy aquí. Espera, tengo que llamar a un taxi… —Daniela por fin se detuvo, pero seguía sin mirarla—. Siéntate un momento. O ve a sacar una taza de chocolate de la máquina. Al menos te calentará un poco.


—No tengo dinero.


—Toma —oyó una voz masculina.


Paula se volvió. Pedro estaba tras ella, ofreciéndole unos billetes.


—Te has dejado el bolso en la entrega de premios. Jace fue a casa a dejarlo y Miranda acaba de llamar para decírmelo. Sabía que te harían falta las llaves.


—Pues… sí, gracias.


Pedro se volvió para mirar a Daniela.


—Creo que nos conocemos.


Sin molestarse en contestar, la joven se dirigió hacia la puerta.


—¿De qué la conoces? —preguntó Paula.


—La vi el otro día en la puerta de tu casa. Fue ella quien activó la alarma de tu coche.


Tan cerca. Habían estado tan cerca…


—Pero dijiste que tenía el pelo verde.


—Eso fue hace cuatro días. El azul de ayer le quedaba mejor. Hacía juego con sus ojos.


—¿Cómo?


—Nada, déjalo. ¿No deberíamos ir tras ella?






2 comentarios:

  1. Muy buenos capítulos!!! En qué anda Daniela??? me gusta que Pedro esté queriendo hacer las cosas bien!

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  2. Que buena nove! !! Quiero más urgente! :) @jesica_tkd

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