miércoles, 1 de julio de 2015

MI ERROR: CAPITULO 10




Había estado a punto de meter la pata. A punto de caer en una emboscada con una palabra cuyo significado desconocía.


Tras el rechazo inicial de Paula, Pedro había intentado que la conversación fuera más o menos mundana. Ni siquiera sabía por qué seguía allí cuando entendía perfectamente por qué Paula lo había dejado. Después de todo, había estado esperando ese momento desde el día que acortó su luna de miel, al darse cuenta de que aquel matrimonio no iba a ser lo que ellos pretendían. Pero algunos errores eran irreparables.


Paula había hecho bien dejándolo.


Pero él no podía hacerlo. Recuperarla no iba a ser fácil, lo sabía. La conocía bien y habría hecho falta algo más que un enfado para que rompiese un matrimonio que, por propia admisión, le había dado todo lo que ella quería.


No deberían haberse casado. Pero Pedro sólo podía pensar en eso y ella se lo había puesto tan fácil…


—¿Casarnos? Solo me casaría contigo por seguridad. Eres tan rico que no tendría que volver a preocuparme por el dinero durante el resto de mi vida. Nunca tendría que preocuparme por si la cadena renueva mi contrato o no…


—¿Y por qué no? —le había preguntado él—. Si quieres, puedo comprar la cadena de televisión para ti.


—¿Y el amor,Pedro?


—Somos adultos, Paula. El amor es para los adolescentes.


—Entonces ¿por qué vamos a casarnos?


—Porque… resulta conveniente de cara a Hacienda.


Había sido tan fácil… Tan fácil…


Debería haber sabido que nada realmente bueno se conseguía sin esfuerzo. Y a él se le daban tan mal las cosas del corazón…


Para Paula, sin embargo, era como una segunda naturaleza.


Ella podía emocionar a la gente con una mirada. Lo hacía con un país entero todos los días. Pedro se había interesado en ella por curiosidad, sin sospechar el peligro.


Convencido de que era inmune.


Obsesionado por ella, por el deseo de tenerla, se había comportado como el tiburón de las finanzas que era, aprovechándose de su vulnerabilidad, de su inseguridad, en lugar de indagar sobre la causa de esos miedos.


Y, durante una semana, había sido el hombre más feliz del mundo. Una felicidad que se había roto cuando, después de hacer el amor, ella había empezado a hablar de un futuro en el que Pedro no había pensado nunca. Creando la imagen de una familia feliz que él no sabía que existiera.


Debería haberle dicho la verdad entonces. Debería haberle dado la posibilidad de marcharse. Pero entonces no había querido arriesgarse a perderla. Como no podía hacerlo ahora. Pero, incapaz de mostrar emoción, no había sido capaz de evitar que lo dejase.


Ahora tendría que usar lo que sabía, las técnicas que había aprendido en los consejos de administración para salvar su matrimonio. No era tan diferente a planear una fusión comercial, aunque fuera una fusión hostil.


El primer requerimiento era información. Tenía que saber qué estaba pensando, qué quería, qué buscaba.


¿Por qué se había sentido él tan amenazado por ese viaje al Himalaya? ¿Por qué, desde la primera vez que ella lo había mencionado, se había comportado como un marido Victoriano, exigiendo obediencia de su mujer?


Se había dado cuenta demasiado tarde de que debería haber ido con ella y ahora lo único que podía hacer era estar allí, demostrarle que lo necesitaba, lo supiera ella o no.


Decorando, por ejemplo. ¿Qué sabía Paula sobre decoración?


Sin embargo, cuando le ofreció su ayuda ella pareció aceptarla casi por compasión, para hacerle un favor.


Otro error por su parte. Había esperado que agradeciese su ayuda…


Los directores de una empresa tenían que ser cortejados, tenía que ganárselos para que comprasen lo que él ofrecía. 


Y él nunca había cortejado a Paula. Lo que había ocurrido entre ellos había sido un incendio instantáneo.


Ahora tenía que volver al principio, hacer lo que debería haber hecho antes: ser paciente, cortejarla, pronunciar una palabra que parecía haber sido borrada de su diccionario personal. Una palabra que no estaba seguro de entender. Pero si el dolor que sentía, si el vacío que había en su vida tenía una palabra, sólo podía ponerla Paula.


Era más fácil decirlo que hacerlo, claro. Había tenido que hacer un esfuerzo para no tocarla, para no detener sus protestas con un beso mientras la acariciaba, viendo cómo sus ojos se oscurecían hasta que lo único que hubiera en su mente fuese él, enterrado en ella como tantas otras veces.


Pero no esa vez.


Paciencia.


Después de lo que le pareció un año pero seguramente no serían más que unos segundos, Paula apartó la mirada y dio un paso atrás. Pero antes de que pudiera decir lo que estaba pensando, que debería irse,Pedro le preguntó:
—¿Sabes cómo poner el suelo?


—¿El suelo? Supongo que habrá que fregarlo antes, lijarlo, poner una capa de barniz…


—Siempre se te han dado bien los preparativos.


La gente pensaba que en el programa se lo daban todo hecho, pero él sabía que no era así. Él sabía cuántas horas dedicaba a su trabajo, estudiando a la gente a la que iba a
entrevistar, los temas que iban a cubrir…


—La mujer de la tienda me ha dado un folleto de instrucciones en el que explican cómo hacerlo.


—Muy bien. Entonces, será mejor que me marche.


—Gracias por venir, Pedro. Mi manicura te estará eternamente agradecida.


—Si necesitas algo…


—Me las arreglaré.


—Ya lo veo. ¿No tienes una entrega de premios el martes?


—Sí —Paula hizo una mueca—. ¿Te has acordado?


—Está en mi agenda —contestó Pedro—. Le he dicho a Miranda que irías a buscar algún vestido. ¿O te has comprado algo nuevo?


—Ya había pensado en uno viejo —sonrió Paula—. Iré a buscarlo el lunes por la tarde, si no hay inconveniente.


—Miranda estará en casa, supongo. Si no, tú tienes tu llave. ¿Vas a ir con alguien a la entrega de premios?


—Jace se ha ofrecido a acompañarme…


Pedro asintió con la cabeza.


—Paul está libre el martes si quieres ir en el coche…


—No —dijo ella—. Gracias.


Tan formal. Tan distante. Tanto que, unos segundos después, estaba frente a la furgoneta que le había dejado el jefe del almacén.


Pedro miró el descapotable de Paula. Era una declaración de independencia.


Había pensado volver al día siguiente para ofrecerle su ayuda de nuevo. Pero quizá debiera esperar a que ella lo llamase.


Cuando iba a subir a la furgoneta vio que una chica delgadísima, con el pelo rubio manchado de verde y ropa que un comedor de caridad no aceptaría, estaba mirando el descapotable. Sin duda representaba todo lo que ella no podía tener y se preguntó si estaría pensando robarlo o vengarse en la inmaculada carrocería.


—¿Qué miras? —le gritó la chica.


—El coche de mi mujer.


Pedro se dio cuenta de lo posesivo que había sonado eso. 


Paula no era suya. No le pertenecía.


Estaba transfiriendo sus sentimientos protectores hacia el coche.


—Si estás pensando en robarlo, te aconsejo que no lo hagas.


La chica lo miró, desafiante, antes de poner una mano en la puerta para hacer que saltase la alarma. Y luego salió corriendo.


Paula se asomó a la ventana y dijo algo, pero Pedro no podía oírla. Le indicó por señas que le tirase las llaves para desconectar la alarma y cuando ella bajó, Pedro ya lo había hecho.


—Espero que esto no pase cada vez que alguien se acerque al coche.


—No. Una chica de pelo verde quería gastarte una broma —contestó él, devolviéndole las llaves—. Cuídate, Paula.


Estuvo dando vueltas un rato, con la esperanza de ver a la chica del pelo verde. Había algo en aquella absurda escena que parecía… deliberado. Y no se lo creía, como no creía en el supuesto documental de Paula.


El nerviosismo de Paula cuando lo había visto mirando el ordenador, cómo prácticamente había saltado cuando llegó un correo… Todo sugería algo completamente diferente.


Algo que podría explicarlo todo. Que podría darle cierta esperanza.


Paula estaba mirando la página de una agencia de adopciones. Si había tenido un hijo cuando era una adolescente y lo había dado en adopción, el niño o niña podría estar en edad de buscar a su madre biológica.


¿Sería eso? ¿Estaría esperando la llamada del hijo que había entregado a otra familia? Entonces recordó esas llamadas…


¿La habrían echado sus padres de casa por quedarse embarazada siendo tan joven? Eso explicaría que nunca le hubiese hablado de ellos.


Y explicaría mucho más.


Pero sus razones para casarse con él no eran lo más importante en aquel momento. Lo realmente doloroso era que Paula hubiera pensado que también él la despreciaría al saber la verdad, que no hubiera confiado en él lo suficiente como para hablarle de su secreto, de su tragedia.



****


Las entregas de premios no eran una experiencia nueva para Paula. La habían nominado antes, pero llegar sola y recorrer la alfombra roja rodeada de cámaras sin tener a Pedro a su lado sí era una experiencia nueva y muy… solitaria. 


Una que la presencia de su representante no podía mitigar.


Afortunadamente, llevaba un vestido fantástico. De seda de color crema y escote palabra de honor, con un chal de encaje que caía hasta el suelo; provocó murmullos de admiración en la gente que esperaba detrás de las vallas para ver a los famosos.


En el cuello llevaba una gargantilla de perlas engarzadas en oro y diamantes que Pedro le había regalado por su cumpleaños el año anterior. Era una joya increíblemente moderna y eterna a la vez, como el vestido.


Había olvidado recoger las joyas de la mansión de Belgravia, pero Pedro había enviado a su chófer el lunes por la noche con el contenido de la caja fuerte. Evidentemente, esperaba que se las quedase, pero Paula decidió elegir lo que necesitaba para la entrega de premios y envió el resto de vuelta… por cuestiones de seguridad, le había dicho a Paul.


Pero ni el vestido ni las joyas eran suficientes como para que se sintiera en su elemento.


Delante de las cámaras se encontraba cómoda. Pero en público, delante de gente de verdad, siempre esperaba que alguien gritase: «¡Farsante!».


Sin la protectora mano de Pedro en su cintura, Paula tuvo que hacer un esfuerzo para no salir corriendo, obligándose a sí misma a sonreír, a saludar a los conocidos, a contestar a las preguntas de los fotógrafos…


Incluso consiguió tirar un beso a la cámara de su propia cadena.


Se decía a sí misma que Daniela podría estar viendo el programa.


Pedro no lo vería, seguro. Además de las noticias económicas o políticas, no tenía interés alguno en la televisión.


Pero le había enviado un ramo de rosas con una nota en la que sencillamente firmaba con su nombre.
No «con amor», ni «pensando en ti». No era su estilo. Pero era su firma, de modo que había debido de ir personalmente a la floristería.


Pedro le había enviado rosas después de su primera noche juntos, cuando habían hecho el amor como si el mundo estuviera a punto de terminarse. No era un gesto romántico, sino el gesto de un hombre que quería algo y se tomaba alguna molestia para conseguirlo. Pedro sabía cómo hacer que una rendición fuera un triunfo.


Y, al final, siempre lo conseguía. Paula había vuelto corriendo a casa el lunes, no para comprobar si tenía algún mensaje de Daniela, sino esperando que Pedro fuera por allí con el correo. Y fue una desilusión ver a Paul con las joyas.


 Tanto como que Daniela no se hubiera puesto en contacto con ella.





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