viernes, 31 de julio de 2015
EL ESPIA: CAPITULO 24
Paula despertó al lado de un hombre cálido y feliz y no le molestó su presencia en absoluto. Ni estar en el círculo de sus brazos, ni que tuviera una mano en su estómago, ni que le diera los buenos días medio dormido mientras tomaba el móvil de la mesilla.
—¿A qué hora tienes que estar en la oficina?
—A las seis en punto.
Paula tiró de su mano para ver la hora. ¡Solo faltaban cuarenta minutos para las seis!
—Tengo que levantarme. ¿A qué hora volvéis? Porque puedes quedarte aquí esta mañana.
—¿Sabes lo que recuerdo de mi madre? —empezó a decir Pedro, besando su sien—. Cuando mi padre se iba a trabajar, fuese por un día o quince, siempre se levantaba para darle un beso de despedida. Y él siempre se iba sonriendo. Incluso entonces me gustaban esas prioridades.
Paula recordaba su infancia en varios países, con unos padres que no se molestaban en decirle dónde iban o cuánto tiempo iban a estar fuera. Sencillamente, la despertaba una niñera o el ama de llaves para decirle que se habían ido.
Tal vez por eso le gustaba tanto su trabajo. Saber dónde estaban sus agentes y qué estaban haciendo funcionaba para ella a nivel psicológico. Esa información era importante para ella, la hacía sentir segura.
—¿Tu madre no trabajaba?
—Sí, trabajaba haciendo análisis económicos para grandes empresas. Era matemática, una mujer muy brillante. Creo que hemos heredado algo de ella.
—Debía ser una mujer extraordinaria.
—El mundo está lleno de ellas —Pedro giró la cabeza, sus ojos tan penetrantes como un láser—. Tú eres una de ellas.
—Te aseguro que no soy tan lista.
—Eres una mujer decidida, inteligente, capaz de resolver todo tipo de problemas logísticos. Y tú sabes que estoy loco por ti, así que tenemos que salir de la cama o tus buenas intenciones de llegar a tiempo al trabajo se irán por la ventana.
Paula saltó de la cama con el corazón alegre. Compartió la ducha con él y rio cuando Pedro salió con el pelo de punta y oliendo a rosas.
Hizo café, con una máquina carísima que se había regalado a sí misma por su cuarenta cumpleaños, y lo vio sonreír mientras se llevaba la taza a los labios.
Aquel hombre empezaba a brillar a cambio de una taza de café.
Algo que recordar.
Cuando terminó la segunda taza, Paula estaba a punto de salir por la puerta.
—Cierra cuando te vayas.
Él asintió con la cabeza.
—Yo vengo a verte durante la semana, tú vas a verme a mí durante el fin de semana… ¿esto funcionará para ti? Porque si es así, si quieres una relación conmigo, yo encantando.
—¿Una relación exclusiva?
—Yo no comparto —dijo Pedro—. Si hacemos esto, eres mía y de nadie más y yo soy tuyo.
—Sí —se limitó a decir Paula.
Aunque en realidad querría sentarse en sus rodillas y quedarse allí durante una semana entera. Quería todo lo que aquel hombre tenía que ofrecer. Se pelearían porque él no era un ser manejable y tampoco lo era ella. Y existía la posibilidad de que quisiera más de lo que Pedro estaba dispuesto a dar.
Pero se contentó con besarlo, un beso lento y dulce, y disfrutar de aquel momento de felicidad.
—Sí —repitió—. Creo que eso podría funcionar.
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