lunes, 27 de julio de 2015

EL ESPIA: CAPITULO 12





Pedro caminaba con un nuevo propósito y con cierta confianza. No estaba bien ni mucho menos; seguía durmiendo mal y se sentía indeciso, pero no podía negar que le habían quitado un peso de los hombros. Había conseguido localizar al topo del departamento de contraespionaje que hacía tratos con Antonov y tal vez a partir de ese momento podría descansar y recuperar su vida. 


Decidir qué quería hacer.


Aparte del beso.


Paula Chaves estaba sentada frente a su escritorio, mirándolo con expresión seria. Seguramente buscando señales de fatiga o angustia. No le gustaba que buscase sus puntos débiles. Lo hacía sentir… inferior.


Menos capaz. Y él nunca se había sentido así.


—He vuelto —dijo a modo de saludo—. ¿Qué has hecho con la información que te di?


—La envié arriba.


—¿Podrán librarse de él? ¿Con tu información y la mía será suficiente?


—Creo que sí. ¿Has dormido?


—En el avión —respondió Pedro. Más o menos. Sobre todo menos.


—En ese caso, sube a dirección. El jefazo quiere hablar contigo.


—Ese es un nivel de jefatura que no conozco. ¿Algún consejo?


—Intenta impresionarlo.


Pedro estaba frente al escritorio, con los pies ligeramente separados y las manos a la espalda, como era habitual cuando un agente hablaba con un superior.


Paula se levantó. Era más bajita que él incluso con zapatos de medio tacón. Aquel día llevaba un vestido de color gris con diseño geométrico, profesional y elegante. Piernas bien torneadas, bonitas curvas.


Y Pedro deseaba haberse ganado la confianza que había puesto en él.


Tal vez lo había hecho.


Pedro, mi cara está aquí arriba.


—Lo sé.


—Gracias por volver a tiempo y de una pieza. Estoy impresionada.


—¿Lo dudabas?


—Sí.


Y luego, de repente, Pedro se inclinó para buscar sus labios.


Fue un beso silencioso, ni tentativo ni abierto. Un beso de bienvenida. No quería asustarla. Pero cuando creía tener el deseo controlado, manteniendo las manos a la espalda, esas manos, como por voluntad propia, estaban en la cara de Paula y ya no podía controlarse.


Abrió sus labios con la lengua y ella respondió como esperaba. Sabía a pasión, a algo perfecto, y Pedro dejó escapar un gruñido de placer porque era un sabor que no había sabido que anhelaba hasta ese momento.


Inclinó a un lado la cabeza para liberar su ansia por ella un poco más y sintió que Paula hacía lo mismo.


La intensidad que ponía en todo lo que hacía alimentaba su deseo. Le encantaba.


La besó apasionadamente y ella abrió la boca con avidez, rendida. El deseo que sentía era desesperado, ardiente. Y Paula Chaves, su jefa, estaba allí, con él.


Disfrutando.


Como si estuviera hecha para él.


La empujó hacia la mesa un segundo después porque quería su boca en todas partes, sin limitaciones. Pero entonces Paula se apartó, poniendo una mano en su torso.


—Espera.


—¿Vas a cenar con alguien esta noche? —le preguntó Pedro, con voz ronca.


—Trabajaré hasta muy tarde.


—¿Y después?



—¿Qué? ¿No te ofreces a traer la cena?


—Quiero que nos vayamos de aquí —le dijo. Necesitaba estar en terreno neutral y no lo tendría allí—. Quiero llevarte a mi casa o a la casa de la playa, a cualquier sitio privado. Quiero estar dentro de ti, debajo de ti, encima de ti, tocándote durante mucho tiempo. Y quiero cumplir la promesa que te hice esa primera noche, en la boda de mi hermana.


Ella esbozó una sonrisa.


—No me hiciste ninguna promesa.


—Pues invéntala.


Quería explorar la curva de sus labios y cuanto antes mejor.


—Tienes que subir al despacho del jefe —murmuró Paula—. Yo terminaré aquí a las diez y volveré mañana a las seis. Necesitaré comida en algún momento y una cama en la que dormir, así que puedes venir a buscarme a las diez y cinco. Nos vemos en la entrada.


—¿No te importa que la gente sepa que te vas a casa conmigo?


—¿Qué tal si pasamos de los demás?


—Peligroso…


Eso le gustaba.


—Nada con lo que no pueda lidiar.


—¿Te han dado permiso para seducirme?


—Puedo hacer lo que tenga que hacer para conseguir tu confianza y tu cooperación. Aunque no necesito acostarme contigo para eso. No mezclemos el trabajo con el placer.


—¿Y tú quieres, Pau?


—¿Tú qué crees?


Pedro esperó hasta llegar a la puerta antes de girar la cabeza. Seguía apoyada en el escritorio, mirándolo, y se preguntó si sus labios estarían tan hinchados como los de ella.


—¿Cuántas horas de sueño necesitas?


Paula sostuvo su mirada con una sonrisa llena de promesas.


—¿Una noche normal? Seis.







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